Quijotes desde el balcón

viernes, 22 de diciembre de 2017

Pura

por Mari Carmen Arenas

El malvado es inflexible en sus decisiones, el justo examina su propia conducta.
Proverbios 21:19

Hay tantas despedidas como personas pasan por tu vida. Tan diferentes y variadas como la climatología estacional; como los colores,los sabores o texturas;tantas y tan variadas como la diversidad que gobierna nuestro mundo. Sin embargo, pese a que todas son únicas, las amargas son las que nos acompañan durante el resto de nuestros días.

Amargo y doloroso suele ir de la mano en más ocasiones de las que queremos. La despedida de Pura, en efecto, fue amarga y demasiado dolorosa. Conocí a Pura en otoño de 1995. Yo apenas era un crío. Pura daba clases particulares en su casa, estaba casada y tenía un hijo con siete años. Mi madre me apuntó a sus clases porque pensaba que así, yo dejaría de ser un vago y podría aprender a ejecutar y ejercitar las responsabilidades propias de mi edad,  ¡Qué ilusa!, consiguió el efecto contrario mientras duraron.

Yo era un adolescente en plena pubertad. Mis hormonas revoloteaban a su aire y mis pensamientos se centraban en unos quehaceres más mecánicos y placenteros. El primer día, quedó grabado para siempre en mi retina. Aún recuerdo perfectamente el olor que desprendía su pelo rojo cuando giraba suavemente el cuello. Pura tenía unos ojos color caramelo hipnóticos y en su mirada centelleante, guardaba una galaxia plena de vida propia. No podía dejar de mirarla. La forma en la que cogía el boli, el movimiento de sus labios o el sonido de su voz me transportaban a otra dimensión. Mientras duraba su clase, pedía a todos los dioses, de todas las religiones que existen, que el tiempo quedase congelado para poder observarla eternamente. Se convirtió en mi adicción.

Pasaron los meses. Cada vez se me hacía más larga la espera entre una clase y otra con Pura. Logré convencer a mi madre para que pagase 1 clase más a la semana. Necesitaba verla, olerla, escucharla. Me inventaba dudas sobre las materias y la llamaba por teléfono por las noches. Cuando me gané su confianza, comencé a visitarla los días que no tenía clase. Me ofrecí para cuidar a su hijo cuando ella tenía que dar clases a otros chicos. Lo único que necesitaba en mi vida, era a ella. Era a ella y a su esencia genuina y perspicaz, su tez rosada, sus pecas, sus manos finas y blanquecinas, su respiración, su ser. Pura, necesitaba a Pura y solo para mi.

Cada semana, robaba una foto de uno de los álbumes que tenía en la estantería de su salón. Me inventaba que tenía que ir al baño para poder sustraerla. Hice una colección de fotos de ella que escondía en el cajón de mi mesilla. Y cuando no estaba con Pura, observaba sus fotos en la soledad de mi cama. Me imaginaba que yo era su marido, que dormía con ella, que acariciaba su cuerpo, que rompía su ropa, que la hacía mía. Pura era mía y de nadie más.

Sin embargo, un día, Pura dejó de ser tan pura. Pura me traicionó. Le dijo a mi madre que no me daría más clases particulares porque se mudaba de ciudad. Pura mentía, se percató de mi obsesión y decidió cortar por lo sano. Me sentí sumamente abandonado.

Si Pura no era mía, no sería de nadie. Aquella misma noche toqué al timbre de su casa. Abrió la puerta y le pregunté si podía hablar con ella. Me aseguré de que estaba sola. Estaba decidido a demostrarle todo mi amor. Estábamos en su cocina y, mientras me llenaba un vaso de agua, me abalancé sobre ella dispuesto a besarla. Pero no, Pura me volvió a traicionar. Me empujó y comenzó a gritar. Yo no quería, lo juro que yo no quería. No me dió otra opción. Volví a abalanzarme sobre ella, esta vez por la espalda. Le agarré fuertemente esa melena que tantas veces había soñado con acariciar. Acerqué mi boca a su cuello y comencé a besarla. Ella gritaba, pero yo le tapaba la boca con la otra mano. Sus ojos centelleantes estaban derramando estrellas. Me sentía embriagado y poderoso. Pura era mía y solo mía. Después de rasgar su ropa, después de acariciar sus senos, su ombligo su espalda, después de introducirme en ella y culminar mis deseos;la maté. Clavé el cuchillo que había en la encimera en su pecho. Observé expectante como los planetas de su interior chocaban entre sí y la destruían. Me despedí de ella. Yo no quería, me obligó a hacerlo. Pura fue mía y de nadie más.

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