Quijotes desde el balcón

domingo, 8 de abril de 2018

De cucuyos, isondúes y otros bichos

por Ricardo San Martín

- ¿Por qué me tuvisteis que poner este nombre? Todas las chicas del colegio se ríen de mí?
Eso había preguntado a sus padres al regresar a casa un día. Sí, su nombre era objeto de burla. Pero es que a veces los seres humanos somos así: propensos a las grandes acciones, a la vez que tendentes a las miserias. Tal vez sea una forma de autodefensa, el querer herir a los demás para no sentirse heridos en su interior.

Esa crueldad para con los demás puede ser transitoria o se puede enquista en los corazones e infectarlos de por vida.

Las compañeras de instituto de Lucinda estaban en esa fase gremial que las lleva a ponerse de acuerdo para lacerar a una compañera a la que consideran débil o quizás más inteligente que ellas. Es una forma de exteriorizar su envidia, quizás una forma de venganza, ciertamente una muestra de su indefensión anímica. Sufren interiormente y desean hacer sufrir a otros. Se traduce en un acoso reiterado a la compañera, por su aspecto, por su forma de vestir, por la forma de hablar o de callar.

En ese momento de su juventud estaba Lucinda. Deseosa de acudir  a las clases del instituto, de aprender, de prepararse, pero a la vez temerosa de la reacción de sus compañeras, de las puyas leves y serias con que la castigaban, sin saber muy bien por qué. Tal vez por ser diferente, por ser brillante, imaginativa.
- Inteligente respuesta -solían decirle los profesores en las clases tras sus intervenciones. Eso no gustaba a sus compañeras de clase.
- Enteradilla de mierda -era el murmullo inaudible entre las bancas de la clase.
Llegado el recreo o la salida del colegio venían las ironías, las palabras hirientes y a veces los empujones o golpes.

Lucinda aprendió a callar, a no participar en clase, a no brillar.
- ¿Por qué no intervienes ya en las clases? -le preguntó su tutor un día. 
Tuvo una respuesta evasiva y prefirió silenciar el problema en el centro escolar. Sí que lo habló en la casa con sus padres y con sus abuelos. Su padre, Mateo, le contestó la pregunta de su nombre:
- Decidimos ponerte Lucinda porque entendimos que tu nacimiento traería luz a nuestras vidas. En efecto, así fue. Eres lo mejor que nos ha ocurrido. Tu madre lo expresa con una sentencia latina: Semper vobis cavere. Siempre pensando en vosotros. Así vivimos, Lucinda, siempre pensando en ti, en tu felicidad, en tu futuro.
Su abuela Anselma le aconsejó:
- El nombre es tan sólo algo marginal. Lo importante es lo que llevas dentro y lo que quieras sacar fuera. Tú eres como la luciérnaga: llevas la luz contigo y eso te permite brillar en medio de la noche y por encima de la mediocridad. O como esos otros bichos de luz, los cucuyos e isondúes. Respecto a tus compañeras de colegio, recuerda esto: el mejor arma es la palabra. Evita las confrontaciones físicas y llévalas a tu terreno.
Esa estrategia fue la primera que utilizó. Se documentó sobre los cucuyos. Y se lo soltó del tirón al grupo de chicas que la cercaban en una esquina del gimnasio: 
- Sí, Lucinda soy, portadora de luz, como los cucuyos, también conocidos como tucu-tucus, cocuyos, cocuys, cucubanos, saltapericos, cucayos, taca-taca, achon, carbuncs, caminito. ¿Vosotras que sois? ¿Qué queréis ser: noche o luz?
Funcionó aquella vez, pero no así las siguientes. Aquella ocasión que con el grupo rodeándola les espetó:
- Bien inusuales, extraños y raros son también los noctiluca, unos protozoos flagelados marinos cuya fosforescencia en medio de la noche hace del mar un campo de luces. Sí, son raras, son únicas y tienen luz propia. ¿Vosotras brilláis o estáis apagadas?
Lo que vino fueron palabras malsonantes, una serie de empujones y algún golpe. No, aquella estrategia no funcionaba todo lo bien que su abuela y ella habían esperado. Así se lo dijo aquella tarde.
- Busca aliados. Rompe su estrategia -le aconsejó Anselma-. Sé fuerte no te vengas abajo y sobre todo no les des el gusto de mostrar debilidad.
Con aquellas sugerencias Lucinda comenzó a abrirse a otras compañeras de clase. Además, puso en valor sus capacidades: brindó su ayuda en varias asignaturas a otras chicas de su clase. Poco a  poco en torno suyo fue creándose un grupo de amigas. Se le acercaban para hacerle consultas sobre próximos exámenes, solicitarle que les prestase los apuntes o pedirle ayuda para realizar algún proyecto en grupo.

No fue un cambio radical, pero frenó en gran medida la actitud de aquellas otras chicas que la acosaban. De forma subrepticia alguna de ellas pidió su favor para recuperar una asignatura o completar un tema de clase. Una enemiga menos, una nueva aliada.

El tutor se lo dijo en la reunión de final de curso:
- Lucinda, llevas la luz dentro de ti y sabes transmitírsela a otros. Trabaja y potencia ese don. Te podrá ser de utilidad en el futuro.
Todo esto rememora Lucinda, ya casada y con un hijo. Los recuerdos del acoso escolar están atenuados por los éxitos académicos que alcanzó, las nuevas amistades que hizo en el instituto, los estudios universitarios hasta acabar la carrera.

Ahora trabaja en la ONCE. Aprendió a leer braille y enseña a niños y niñas ciegas. Les transmite su luz, sus enseñanzas, con ellas también podrán brillar y ver. Ver con las manos, ver con la mente, aprender, saber, romper barreras. Tendrán armas para superar su ceguera. También ellos serán luciérnagas en la noche, cucuyos, isondúes con luz propia.

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