Quijotes desde el balcón

miércoles, 4 de abril de 2018

La página 23

Por Rafa Vera


Examen Psiaquiatría 2º parcial último curso. 
Nombre del alumno: Cortés Ortuño, Luis Octavio. 
1ª y única pregunta: ¿Cómo se ha preparado usted el examen?
Responda a la pregunta tras la línea de puntos, comenzando con su nombre completo e iniciales.

Luis Octavio Cortés Ortuño. L.O.C.O.

Tras seis años de carrera jamás he dejado un examen en blanco, así que este no será el primero. Me duele decir que no me lo he podido preparar, muy a mi pesar fui víctima de una serie de catastróficas desdichas que me lo impidieron. Ya que no tengo contenido alguno para la contestación, paso a relatarle cómo transcurrió mi funesta preparación.

El día ocho, lunes, nos entregaron los resúmenes del tema junto con los móviles personales de cada alumno. No me parece correcto confiscarlos antes de cada clase, pero no depende de mí. Todo sea por prestar una atención plena.

Al llegar a casa comencé a estudiar. El viernes día 12 era el examen y quería comenzar cuanto antes. Era poco temario, apenas veinticinco páginas sobre psiquiatría forense, así que me dediqué a analizar todas y cada una de las palabras. Con la ayuda de internet, apuntes anteriores y los libros de texto terminé unas cinco páginas esa noche. No era demasiado, pero estaba orgulloso por haber ampliado y afianzado todos esos conocimientos. Manteniendo ese ritmo y repasando cada día lo anterior me sentía seguro de poder sacar una muy buena nota.

El resto de la semana fue más o menos bien: el jueves a las doce de la noche había terminado con la página veinte. Sólo cinco por delante. La media era de un par de horas por página. Le sumamos las dos horas previas de repaso y tenía ya mediodía ocupado. Mi optimismo me decía que aún tenía libre el otro medio. Quitando dormir y prepararme para venir a la facultad sobraban aún tres horas sólo para mí.

Pasé la página veintidós, que me costó bastante trabajo por la cantidad de autores que citaba, y llegué a la veinticuatro. ¿Veinticuatro? Sí. Lo achaqué al cansancio y bajé a tomar un café al bar de Julián. A la vuelta, ya fresco, no había duda alguna: pasaba de la página veintidós a la veinticuatro. ¿Y la veintitrés? Ni rastro de ella.

Era incapaz de poder continuar. Mi tiempo se estaba agotando y necesitaba esa puñetera hoja para terminar el tema. Siempre he odiado prestar los apuntes, jamás los he pedido, pero en esta ocasión era mi única salida. Llamé uno por uno a todos los compañeros que tenía en la agenda del móvil, y ni uno sólo de los teléfonos existía. Los grupos de whatsapp estaban todos desiertos, no había ningún contacto. Traté de recordar algún número, pero era imposible: jamás había llamado a nadie de clase que no tuviera ya en la agenda. Cada teléfono que tenía acababa en veintitrés.

Salí a la calle corriendo, a casa de Juan Antonio, que tenía el mismo problema que yo. De allí fuimos hasta donde vivía Lola Ortiz, que también tenía todo menos esa maldita página veintitrés.

Éramos ya un grupo de unos doce estudiantes desesperados, todos saltando de la veintidós a la veinticuatro sin poder avanzar. La última que fuimos a ver era la empollona del grupo: Maribel. Ella no sabía si tenía o no la página, siempre estudiaba de los libros de texto y desconfiaba de los apuntes y resúmenes del profesorado. Vivía junto a la calle del ayuntamiento, en el número veintitrés. 

Ayudado por varios compañeros la obligamos a que nos entregara los apuntes del profesor atándola a una silla y amenazándola. Cuando nos los dio vimos que tenía las veinticinco páginas completas, pero todas numeradas como página veintitrés.

Salimos con todos los papeles y entonces surgió otro gran problema: eran más de las diez de la noche así que sería imposible hacer fotocopias. Lucas echó a correr con los papeles bajo el brazo, varios lo perseguimos hasta dar con él varias calles más adelante. Lola le arrebató los papeles y comenzó también su huida. Tras alcanzarla ya casi en las afueras quedamos en fotografiar los apuntes con el móvil.

Apenas si tenía fuerzas ni aliento cuando llegué a casa. Había sangre en mi ropa de los varios encontronazos, desgarros en la camisa y algún que otro agujero en los pantalones. Una ducha me devolvió la calma por unos instantes, hasta que el despertador me la arrebató.

He llegado a la facultad justo a la hora del examen y entre unas cosas y otras no tengo ni idea de qué es lo que había estudiado o dejado de estudiar. Los compañeros me miran mal, y yo a ellos, no nos fiamos unos de otros. Tengo la sensación de que pronto vendrá alguno por mi espalda y me atacará.

Como comprenderá, es imposible centrarme no ya en estudiar, que ha sido imposible, sino simplemente en contestar cualquier pregunta.

Lamento haberle defraudado, en septiembre trataré de aprobar la asignatura.

La semana siguiente salieron las notas. Un nueve se llevó Luis Octavio. Como único comentario a la nota puso el profesor: ha sido la mejor definición de paranoia esquizofrénica que he leído en años. Enhorabuena.

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