Quijotes desde el balcón

miércoles, 4 de abril de 2018

Locamente

Por Ricardo San Martín
                                                                                                                                                            
 He elegido este título por el juego de palabras y conceptos que ofrece: "Locamente": adverbio, en referencia a una forma de vivir, de amar..., pero también "Loca mente", es decir, mente trastornada, mente enferma.

Recientemente se ha publicado un libro titulado Locuras, una miscelánea de autores y relatos en donde se estudia el tema y los escritores que sufrieron esta enfermedad. Es de la editorial Palabrero Press. Por mi parte, en vez de un relato, he escrito un ensayo haciendo un recorrido por ciertas obras (novela y poesía) y aquellos autores que sufrieron estados depresivos, histéricos y neurasténicos. 

William Shakespeare, le hace decir a su protagonista en Hamlet: "Nacemos llorando por venir a este inmenso manicomio".

El mismo dramaturgo, en 1606, nos muestra en la tragedia de Macbeth a dónde llevan las maquinaciones de Lady Macbeth y su incitación a que su marido mate al rey Duncan: la llevan a los remordimientos y éstos terminan en su locura y en el suicidio. Hasta los caballos del rey se vuelven locos la noche del asesinato.

Pasados los siglos Fedor Dostoievski, escribió su obra Crimen y castigo (1866), en donde también Rodión Raskólnikov, se vuelve loco por los remordimientos y la culpa tras haber matado a la usurera Aliona Avanovna, para robarla. 

Lewis Carrol escribió Alicia en el país de las maravillas y uno de los personajes era  The Mad Hatter, el Sombrerero Loco, porque si bien en español la frase dice “Estás más loco que una cabra”, en inglés se dice "You’re as mad as a hatter".

Kahlil Gibram escribió en 1918 su libro El Loco, sus parábolas y poemas: 
Así comienza: "Me preguntas cómo me convertí en un loco. Ocurrió de éste modo: Un día, mucho tiempo antes de que muchos dioses nacieran, desperté de un sueño profundo y observé que habían robado mis máscaras. Las siete máscaras que moldeé y lucí a lo largo de siete vidas [...] Cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó: ¡Miren! ¡Es un loco!".

El tema de la locura de amor lo trata Rosalía de Castro en el extraño cuento que publicó en 1881: El primer loco. En esta obra Luis le cuenta a Pedro sus amor por Berenice, un amor tan grande que termina por convertirse en locura. Dice Pedro al referirse a su amigo Luis valorando su locura como fuente de creatividad: "Ignoro si en realidad es o no un loco sublime; pero fuerza es convenir, por lo menos, en que posee una imaginación poderosa, gracias a la cual, se complace en extraviarse de la más bella manera posible, por los caminos menos accesibles a las inteligencias vulgares".

Gustave Flaubert escribió Madame Bovary en 1856. La protagonista Emma se muere de aburrimiento junto a su marido, el médico rural Carlos Bovary, y busca su evasión refugiándose en el mundo de las novelas románticas y más tarde procurándose aventuras amorosas extraconyugales. Pero esas vivencias le llevan a un conflicto interno y a un desequilibrio emocional. Lo leemos en el libro: "¿No sabe usted que existen almas que sufren sin cesar? ¿Almas que necesitan sucesivamente de la fantasía y la acción, las pasiones más puras y los goces más desenfrenados, y por eso se lanzan al capricho y la locura?".

Del mismo autor es Memorias de un loco (1908). En el libro se narran los conflictos profundos con los cuales lucha el protagonista, harto de su realidad, y con ese revuelo interno y casi metafísico que plantea preguntas con respecto a las jerarquías sociales. El héroe de este cuento es un hombre que pierde su identidad, con deseos de conseguir las cosas buenas de la vida: mujeres bellas, dinero, lujo, para convertirse en algún funcionario, millonario... utilizando su fluida imaginación para, como una especie de esquizofrenia, recrear su mundo.

El tema de la locura también aparece en la poesía. He aquí tan sólo un ejemplo: "Un loco", de Antonio Machado. Primero sitúa el lugar y la escena, luego describe el aspecto de ese loco errante:
Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra 
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.

Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos.
A solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos [...]

El loco vocifera 
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesca su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado [...]

Por los campos de Dios el loco avanza.
Como bien sabéis, dice un refrán español: "De poeta y loco, todos tenemos un poco". Y no solo poetas, sino filósofos y novelistas ha habido algunos que han acabado en el lado oscuro de la locura. Podemos mencionar a  Friedrich Nietzsche, del cual algunos mencionan que sufría de esquizofrenia; Edgar Allan Poe, que padecía crisis que podrían asimilarse a episodios maníacos debidos a un trastorno bipolar. De sí mismo decía: "Me convertí en un loco, con largos intervalos de horrible cordura"; Emily Dickinson, que sufrió postración nerviosa; Guy de Maupasant, quien debido a su adicción a la cocaína sufría alucinaciones y neurastenia; Alice James, enferma de histerismo; Ernest Hemingway; Jonathan Swift; Charlotte Perkins Gilman, quien plasmó su locura en el relato "El papel de pared amarillo"; Franz Kafka, que hizo algo similar en la Metamorfosis; León Tolstoi; Jean Jacques Rousseau o Howard Philips Lovecraft. Virginia Wolf veía un punto positivo en la locura, por eso dejó escrito: "Como experiencia puedo asegurarles que la locura es extraordinaria y no debe ser despreciada; en medio de su lava aún puedo encontrar la mayor parte de las cosas de las que escribo". Pero al final la enfermedad y la depresión pudieron con su cordura y terminó por suicidarse en 1941. También recientemente, entre los integrantes de Entre Aldonzas y Alonsos creo haber descubierto ciertos casos de locura literaria.

John Zatzenbach escribió La historia del loco, novela negra, intriga y terror. Dice un personaje: "Nos asustan los cambios. Nos asusta quedarnos igual. Nos aterroriza cualquier cosa fuera de lo corriente, o un cambio en la rutina".

Mi admirado Miguel Delibes escribió un breve libro El loco, en 2001:  Es la historia de un gris empleado de banca, obsesionado por la imagen de un hombre (Robinet) al que ha conocido en una taberna y al que intuye misteriosamente ligado a su pasado. No es realmente una locura, es una obsesión por descubrir la verdad de su pasado y el de sus padres. Dice el protagonista hablando con su hermano: “Todo este proceder no dejaba de asombrarme, y yo me decía íntimamente: "No te engañes; éste es el proceso de la locura”. Y me asaltaba un pavor hondo y frío, porque nada en el mundo, Davicito, me asusta tanto como un ser privado de razón".

Y con esa locura literaria llegamos al final, al loco por antonomasia: Don Quijote de la Mancha, que pierde el juicio a causa de la lectura de libros de caballería y concibe la peregrina idea de hacerse caballero andante. Y llega así la locura para él. Confunde fantasía con realidad: cree ver castillos donde sólo hay ventas, veía ver gigantes donde había molinos,  atacantes donde sólo existían pellejos de vino, ejércitos donde únicamente había rebaños de ovejas, y confunde una tosca campesina, Aldonza Lorenzo, con una angelical e idealizada Dulcinea del Toboso. Tras mil desventuras causadas por su propia locura, don Quijote es derrotado por el caballero de la Blanca Luna, que no es otro que Sansón Carrasco. Debe regresar a su casa, enfermo y agotado, al borde de la muerte, pero antes de morir, recupera la razón y se convierte en Alonso Quijano el Bueno. Por una vez la cordura vence a la locura.

Por mi parte nada más, espero que este artículo no os haya parecido cosa de un loco.

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