Quijotes desde el balcón

lunes, 28 de mayo de 2018

Deseada lluvia

por Colorado Jim


Eran tiempos difíciles. La sequía estaba haciendo estragos en los campos, de tal forma que los árboles se estaban convirtiendo en retorcidos troncos leñosos, sin apenas vida. Las fuentes iban poco a poco dejando de manar ese preciado líquido que tan necesario era para subsistir; ya no se oía aquel continúo y melodioso ruido que hacía el agua al caer en el pilar y era imposible verla correr sinuosa y alegre entre piedras, juncos y maleza perdiéndose en la lejanía, llenando sus márgenes de alegría y vegetación donde iban a saciar su sed todos los animales que moraban en sus cercanías.

Otras fuentes seguían con un constante goteo que más bien parecían lágrimas arrancadas de las entrañas de la tierra, cada vez más seca y árida mientras las abejas se peleaban por pararse en el caño para beber el preciado líquido que iba desapareciendo conforme pasaban las horas.

José durante la cena comentaba a su mujer y a su hijo la situación en que se encontraban en aquellos momentos.
- Angustias, como has podido ver el pilar ya ha dejado de gotear, la ruina es eminente y la situación es desastrosa. Si esto sigue así vamos a tener que vender todo esto, junto con el ganado y marcharnos a otra parte. Hoy nos hemos ido por la Solana, ya que hacía tiempo que no iba por esa parte, con la intención de que el ganado bebiera en la fuente del Espino y mi sorpresa ha sido mayúscula al ver que no brotaba ni una sola gota de agua. Menos mal que todavía había alguna poza y los animales han podido saciar su sed.
- No desesperemos José. Tenemos que aguantar un poco más ¿No dijiste ayer que el Almanaque Zaragozano daba lluvias para mañana  A lo mejor esta vez acierta y llueve.
- ¿Cómo vamos a aguantar más esta situación Angustias ¿Dime tú cómo Porque yo no lo sé... -respondió José bastante abatido.
- Tranquilo hombre, que Dios aprieta pero no ahoga -le dijo su esposa queriendo infundirle ánimos.
- ¡Mejor que no siga apretando tanto! -exclamó el hijo con ironía.
- Bien... hoy estoy bastante cansado y me voy a la cama y tú hijo deberías hacer lo mismo que mañana tenemos que madrugar. Otra cosa... mañana te vas con el ganado que yo llevaré la leche al pueblo y de camino voy a hacer algunas diligencias para ver cómo están las ventas, que esto hay que quitárselo de encima antes de que la cosa se ponga peor. 
A la mañana siguiente José, después de levantarse, se asomó a la puerta y miró hacia el cielo. Su rostro curtido por el sol, esbozó una sonrisa al observar que estaba nublado, mientras murmuraba.
- Parece que el almanaque del tiempo va a tener razón. ¡Ojalá Dios se acuerde de esta región y nos mande esa lluvia tan necesaria para tantas criaturitas que están en la misma situación que nosotros!
Vinieron días con bastante nubosidad y la tan deseada lluvia no hacía acto de presencia. José estuvo haciendo pesquisas para vender su pequeño cortijo y el ato de ganado que poseían, pero todos le decían más o menos lo mismo
- ¿Qué voy hacer yo con eso José Si el tiempo sigue así esto se va a convertir en un desierto.
- No José, no me interesa -dijo otro.
Otros le ofrecieron cantidades irrisorias y abusivas y la familia no tuvo más remedio que seguir viviendo como podían. El ganado apenas subsistía, la delgadez era cada vez mayor y raro era el día que no amanecía algún animal muerto.

José estaba en las inmediaciones de la fuente del Espino sentado en una piedra con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre sus rugosas manos, mientras el ganado buscaba las cuatro briznas de pasto seco.

José pensaba con un rictus de amargura en su rostro, y a punto de llorar, que aquella situación ya era insostenible y si aquello seguía así se quedaría sin ganado y sería su ruina total y el final de él y de su familia.
-¡En fin que sea lo que dios quiera! ¿Quién puede luchar contra el clima -dijo mientras se ponía de pie. 
Hasta su rostro llegó una ráfaga de aire fresco del poniente y hacia allí dirigió su triste mirada. Al momento las facciones de su rostro cambiaron unos nublos avanzaban en la dirección de donde él se encontraba y el ganado cada vez estaba más nervioso algo le decía que la lluvia no tardaría en llegar.

La tarde avanzaba y decidió irse para el cortijo. Todavía le quedaba bastante camino por andar cuando hasta él llegó una cortina de agua que al momento era bebida por la tierra. José con los brazos en cruz y con lágrimas en los ojos, recibió aquella agua que le azotaba la cara, resbalando por su cuerpo hasta formar un charco bajo sus pies y mientras daba saltos de alegría gritaba 
- ¡Gracias señor! ¡Muchas gracias! ¡Esto es como renacer y volver a la vida! ¡Gracias Señor!

2 comentarios:

CESAR dijo...

Una triste historia en tiempos de gran sequía, pasando muchas calamidades. La mujer siempre le ha dado ánimos y no ha desfallecido. Me ha gustado el relato, que ha culminado con lo mejor: la deseada lluvia. Al fin he encontrado un relato tuyo. Espero que pongas algunos más de los que tienes ya escritos. Un saludo, Jim.

Anónimo dijo...

Muy bonito me gusta , sigue escribiendo que lo haces muy bien

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