Quijotes desde el balcón

domingo, 30 de septiembre de 2018

La sucursal

por Rafa Vera

Dos meses desayunando en el mismo bar: Cafetería Plaza, frente a la Caja de Ahorros. No era bueno el café, pero las vistas magníficas. Como siempre me pedí cuatro tazas, ignorando a mi psiquiatra, y media de chicharrones, haciendo lo propio con el médico de cabecera.

Ese viernes de verano era el día elegido. El director estaba de vacaciones. La cajera saldrá a tomar café en unos veinte minutos. Se quedará solo el interventor, que jamás ocupa su sitio. Lleva trajes y zapatos tan caros que no para de desfilar por la oficina para que todos lo vean. Cerebro no tiene, pero dinero para aburrir.

Revisé en el móvil las fotos que tenía de la sucursal. Estaba todo planeado hasta el último detalle. El tiempo se me echaba encima, los del psiquiátrico vendrían pronto a por mí tras dos meses fugado. Por fortuna todo se alineó justo este viernes de verano.

A las diez y media, como cada mañana, doña Felisa terminó de atender al último cliente de la cola. Salió al bar a por su descafeinado con leche sin lactosa y media tostada integral sólo con aceite. Agradeció a un señor que le sujetara la puerta al cruzarse en la entrada de la sucursal. Era yo. Y era lógico que me lo agradeciera, le acababa de evitar el disgusto de su vida.

Una vez dentro esperé a que el interventor comenzara su desfile de moda. Hoy llevaba unos zapatos italianos marrones sin calcetines y un traje finísimo de lino gris. Lo tenía en frente cuando me preguntó qué deseaba.
- Mete en esta mochila todo lo que tengas ahí y ve abriendo la caja fuerte o te reviento los sesos -le pedí mientras le apuntaba con mi flamante Beretta 303.
Si no fuera tan coqueto estaría sentado y podría haber pulsado el botón, pero por tonto ahí lo tengo, sudando como un cerdo e implorando por su vida.

Ignoraba que junto a la caja fuerte había otro botón de alarma. Gran error por mi parte, tal vez dos meses fueron pocos para planear el atraco. Cuando vi las intenciones del elegante interventor no tuve más remedio que disparar. Otro error mío fue pensar que no tenía cerebro. ¡Vaya si tenía! Pintó toda la caja con colores rojos y pastel.
- ¡Genial! ¡Corten! -sonó a mi espalda; me giré extrañado para ver a un chaval de veintipocos años con gorra y una cámara de vídeo-. ¡Qué realismo, qué mirada, qué fuerza! Repetimos desde que sale la cajera. Va a quedar una película que hará sombra al mismísimo Tarantino.
- ¿Película? -pregunté extrañado-. Espero que tengais un sustituto para el interventor.

No hay comentarios:

Archivo del Blog