Quijotes desde el balcón

jueves, 27 de febrero de 2020

DEMOCRACIA Y TERRITORIALIDAD BIOLÓGICA (Sandra Quero Alba)



Cuando Nélida abrió los ojos en la oscuridad sonrió para sí misma; ya no necesitaba gritar de inmediato llamando a mamá, el mes pasado había cumplido 6 años y sabía perfectamente cómo hacer.

Alargó el brazo hasta localizar el interruptor de la lamparita y la encendió, se sentó con los pies colgando de la cama y después se dejó caer de un brinco. De puntillas, fue hasta la habitación de su padre y su madre y se metió en la cama. Un lugar genial. Escuchó con atención el sonido que hacía su hermano pequeño mientras daba buena cuenta de la dulce leche de su madre, buscó una postura cómoda y se acurrucó para que papá la abrazara con su enorme y peludo brazo.



El día comenzó dentro de la rutina de una familia que ponía orden en su casa y pretendía ofrecer un desayuno saludable, con los habituales momentos de tensión cuando la hora de irse se acercaba:

   -¡Poneos las chaquetas!... Gritaba la madre desde el baño, mientras, el padre preparaba los zapatos para ir saliendo.
El coche aparcó por fin y Nélida pudo salir del coche, tenía ganas de estirarse y correr, así que se puso a dar vueltas mientras bailaba atenta a la música de la vida, iban a visitar a su abuela. Estaban justo delante de un enorme edificio, la abuela salió del portal y abrió los brazos, que enseguida se vieron plenos, con sus dos nietecitos riendo y gritando:

   -¡Ay abuela! ¡Hola abuela!

Nélida estaba muy emocionada, en el bloque de su abuela había piscina comunitaria, iban a ir para jugar y estrenar unas gafas con las que pensaba bucear en la parte menos profunda… No podía esperar, se movía de un lado a otro mientras le decían que parase un poco. Le resultaba imposible, todo lo que sentía y pensaba lo expresaba con su cuerpo, ella sabía que no era nada malo, su abuela le había dicho que era kinestésika. 

La abuela siempre la entendía y le explicaba que no eran las niñas y los niños los que se comportaban mal, sino que quizás, las personas adultas no entendían la plasticidad cerebral infantil. Cuando la abuela le contaba esas cosas, ella visualizaba su cerebro como plastilina mágica y brillante con la que podía crear cualquier forma.

La familia entró ordenadamente al reciento de la piscina, buscaron un lugar amplio en el que estirar las toallas sobre la hierba. Había mucha gente, Nélida empezó a visualizar las zonas en las que había niños y niñas para ir a jugar, se fijó en una niña que llevaba una pelota de color verde y concentró la energía en la musculatura de su cuerpo para salir disparada como una flecha a hacer una nueva amiga, pero algo la retuvo; una gran mano la agarró por el brazo obligándola a girar. Era un hombre enorme que no conocía de nada. Se presentó como un vecino de la abuela, toda su familia estaba allí saludándolo.



"Eso serán cosas nuevas de la Democracia. - Respondió Don Manuel ofendido"



Nélida miró a su madre y dijo:

   -Me voy a jugar con aquella niña...
   -Pero ¿cómo? – interrumpió el vecino
   -¿Es que ya no te acuerdas de mí? Estás muy mayor. ¡Dame un besito ahora mismo!
La niña no se acordaba para nada de aquella persona, así que negó con la cabeza.

   -¡Uy, que me voy a poner muy triste!

Nélida volvió a negarse, pero el hombre se acercó para plantarle el beso en la cabeza. La niña se apartó y, en ese momento, su abuela miró al vecino y le dijo:
   -¡Ay don Manuel! Tiene usted que actualizarse, ya no es como antes, no se obliga a las niñas y los niños a besar si no quieren…bueno, a nadie en general.
Don Manuel respondió ofendido:

   -Eso serán cosas nuevas de la democracia…
   -Territorialidad biológica, intimidad, respeto…cosillas de esas. – Añadió la abuela mientras alzaba la mano despidiendo al vecino, que se alejaba extrañado.

Nélida fue a jugar, mientras su hermano pequeño la seguía.

No hay comentarios:

Archivo del Blog