Quijotes desde el balcón

jueves, 27 de febrero de 2020

Los que sobraban (Por Marina León)


Una vez más noté como mi teléfono móvil volvía a vibrar, igual que lo estarían haciendo los teléfonos de todos los habitantes de la Tierra en ese preciso instante. Mientras cogía el teléfono me temía lo peor, que fuese un aviso de que teníamos que volver a ir a votar. Hacía menos de cuatro meses que se había realizado la última votación, pero parecía que el proceso se estaba acelerando.

                Hace un par de años que la ONU tuvo que dar el aviso, los recursos de la Tierra se estaban acabando. La muerte lenta de nuestro planeta a causa de la superpoblación era una realidad. Aún no teníamos tecnologías tan avanzadas como para habitar otros planetas y estaba claro que en el nuestro sobraba gente. Pero, ¿cómo elegir a quién eliminar por el bien del planeta? Nadie estaba dispuesto a tomar una decisión tan importante. Así que los gobiernos de todos los países decidieron que todos los habitantes de la Tierra tendrían en sus manos el destino de unos y otros.

                Primero, se tuvo en cuenta la forma en la que se eliminarían a las personas. De forma obligatoria se instaló en las muñecas de todos los habitantes unas pulseras metálicas que no se podrían quitar, y que, en el momento preciso, inyectaban un veneno que causaba un shock respiratorio inmediato.

                En segundo lugar, se pensó que la votación se realizaría por países. Evidentemente se prohibieron los intercambios de nacionalidades. Así, el que había nacido en Canadá tenía una pulsera que reconocería esa nacionalidad y si, en una de las votaciones mundiales salía elegida Canadá, esa persona sería eliminada en el momento, sin importar que estuviese en Canadá, en Inglaterra o en las Isla Fiyi. Los habitantes de doble nacionalidad vivirían hasta que ambas de sus nacionalidades saliesen votadas. Los dirigentes políticos lo habían tenido todo en cuenta. Incluso se afanaron en buscar a los habitantes que vivían en los lugares más recónditos para que a nadie le faltase la pulserita.

                La votación era muy sencilla. Cada habitante teníamos una aplicación en nuestro teléfono móvil que nos avisaba del momento en el que teníamos que ejercer este derecho tan injustamente impuesto.

                Por este sistema tan cruel, el país que salió elegido en la primera votación fue China. Hubo una gran cantidad de gente (me avergüenza reconocer que yo también) que pensó que, si quitaban de en medio al país que más habitantes tenía, el problema tendría solución. Pero los recursos estaban más consumidos de lo que nos habían dicho, y las votaciones tuvieron que continuar.

                El segundo país fue EEUU. Siempre ha sido uno de los países más odiados del planeta, y sus dirigentes políticos no animaban a obtener simpatizantes. Así, votación tras votación, fueron cayendo países, ya por su gran población ya por antipatía: Rusia, Irán, Japón, Turquía, Sudáfrica, Australia, etc. Al cabo del tiempo solo quedamos los que vivíamos en los países menos poblados o conocidos como mi país, Tuvalu en Oceanía o San Marino en Europa.

                Hoy el teléfono vibraba, pero cuando miré no era para realizar una nueva votación como todos pensábamos, si no para anunciar la noticia que tanto habíamos esperado: la Tierra se estaba recuperando. Gracias a la reducción de la población volvíamos a tener recursos para todos. De forma egoísta no puedo evitar pensar que, por fin, por una vez en la historia, la democracia había servido para algo.

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