¿Quién es Alex?
No me acuerdo como fue, pero años después, cuando ya estábamos casados y teníamos la niña, me contó que Alex era inglés y había venido a Mojácar de turista. Era desde el principio uno de estos ingleses que se interesaba por España y sus gentes y conoció unas amigas de Helena. Me acuerdo que cuando me contaba su historia yo tenía una gran admiración por los ingleses. Reino Unido siempre ha sido como una Meca que nosotros, los griegos, teníamos que asistir alguna vez en la vida. Si quieres chulearte en Grecia, nada viene mejor que haber vivido una temporada en Inglaterra y si puedes añadir un acento Oxfordiano al cuento dejas a cualquier prepotente planchado. Y Alex no hizo nada para dañar una imagen impecable de los ingleses. Se enamoró de España y vino otra vez el verano siguiente para quedarse. Además, llegó casi con las manos vacías, pero poco después se había hecho encargado en un restaurante de Mojácar, donde frecuentaba Helena aunque tenía su piso en Villaricos. Nada pasó mientras él era el encargado, pero cuando estaba preparando su primer restaurante, Helena ofreció a ayudarle ya que hacía falta manos de una pintora. Ella aplico todos sus talentos para convertir este local en una obra de arte y una noche cuando estaba pintando una mesa grande, pesada y sólida, se calentaron los cuerpos e al final hicieron el amor en la recién construida barra. Aunque el local está ahora vacío y en mal estado, la mesa sigue allí como un Arco de Triunfo en el medio del abandono. Nada más mudarnos otra vez en su piso Villaricos aquel otoño me hico pasar por allí para admirarlo. Sólo lo vimos desde las ventanas del coche ya que yo negaba a parar, más por las prisas que otra cosa, pero aun así se puso nostálgica y dijo:
—Allí está la mesa. ¡Ay, qué lástima! Yo lo pinté. Era cuando todo aquello empezó.
Nada de esto me hizo el más mínimo daño. Pero una referencia que hizo Helena a ese señor me hubiera podido, en un mal día, herirme gravemente, dejándome complejos eternos, trastornos y problemas de erecciones. Pero no lo hizo ya que surgió en un día fantástico. Fue uno de los mejores. Ella estaba de vacaciones en Grecia, así que yo jugaba en casa. Un amigo mío me dejó su apartamento en la isla de Egina y allí nos quedamos todo el tiempo. Comíamos pescado y mariscos, bebíamos vino blanco y ouzo, nos bañábamos en una playa donde no hubo ni un Cristo, nos dábamos vueltas por caminos en la montaña e hicimos el amor varias veces al día. Después de una de ellas, cuando estábamos todavía desnudos, fumando un cigarro que tan bien sabe después de un buen polvete, me acarició el pecho y me preguntó:
—¿Quién es la mejor compañera de cama que has tenido?
No me acuerdo qué dije pero si me acuerdo que no fue una respuesta a la pregunta formulada. Y por eso hay dos razones: Primero: Nosotros los hombres nos hemos auto-inculcado la cortesía y discreción de no referirnos a otra mujer cuando estamos con la nuestra en la cama. Para cometer tal fallo tendrías que ser un impasible o un principiante. Segundo: Los hombres no hacen una reflexión a su trayectoria sexual a menos que estén en compañía con otros hombres y como ellos nunca van a tener la posibilidad de verificar si los relatos son ciertos o picantes del permiso poético, solemos exagerar todo a nuestro favor. Pero cuando estás con una mujer en la cama debes hacer como un buen político: Hacer los hechos relatar tu calidad y no tus pobres palabras. Estaba tan concentrado en no pisar estas dos minas que metí la pata en otra y la pregunté:
—Y ¿él tuyo?
Ahora que estoy herido no me cabe en la cabeza como pude preguntarlo pero el caso es que aquella vez estaba en la gloria y no me hubiera causado el menor complejo de inferioridad aunque su ex hubiera sido el Alejandro Magno mismo. Ya me había asegurado de ser su fantástico amante, no por lo que decía sino lo que me decían sus vibraciones fuertes cuando lo hacíamos, su rostro, su voz y cada su movimiento. No necesitaba otro juicio. Así que solté la pregunta y no sentí los mínimos celos cuando me dijo:
—El inglés. Se notaba que tenía experiencia. Sabía moverse en la cama. ¿Té he dicho que la primera vez lo hicimos en una barra?
Este palo, tan duro no me hizo ni un cardenal en el alma ya que yo me sentía invencible. El único trastorno que me hizo era que cuando mencionó sus impecables movimientos me vino a la cabeza su culo bronceado, moviéndose en la cama de Helena en Villaricos. Menos mal que conseguí parar esta pornografía interna antes que incluyera a Helena también. Esto sí hubiera podido romper una racha de la megalomanía mía. Y esa imagen si me preocupaba, pero no como una amenaza de un macho mejor sino por la incomodidad que causa a un hombre heterosexual tener un trasero masculino en su mente. Me vino un poco de homofobia hasta que me di cuenta que las palabras siempre traen imágenes, quieras o no quieras. Por ejemplo, cuando uno me habla de la gastronomía danesa, me viene a la cabeza una imagen de una mesa con mantel en multicolor y encima platos con arenques en salsa de curri, pan de centeno y jarra de cerveza. Ahora no sé, y tampoco me interesa saberlo, si estas representaciones de la gastronomía danesa y al trasero de Alex, coinciden con la realidad.
Vivo en un país democrático y voto a no saberlo.
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