Quijotes desde el balcón

martes, 12 de enero de 2010

O2

La mañana era clara y fresca. Tenia un brillo casi místico. El sol radiante coronaba un cielo azul intenso. Tan solo unas nubecillas blancas habitaban el infinito. El oxigeno puro se le metía por los pulmones dándole una satisfacción nunca vivida anteriormente. Una liebre salía de su madriguera y a lo lejos le pareció ver un cervatillo. Estaba en el cielo seguramente.
Miro alrededor buscando una visión más amplia de su actual paradero cuando atisbó a lo lejos un monte no mayor que un primer piso. Un valle se inclinaba a su derecha cayendo a un bosque frondoso rebosante de vegetación. Recogió el aire en numerosas bocanadas y lo soltaba lentamente. Se incorporó y empezó a caminar, a explorar tan bello paisaje, vio un trébol de cuatro hojas a sus pies y una especie de diente de león mas lejos, recogió el trébol y siguió su camino guardandolo en su camisa blanca impoluta, absolutamente nueva comprada hace varias semanas en Pryca's. Sin saber bien por que razón, echo a correr sin ningún sentido dirigiéndose al monte. Correr era su mayor alegría en estos tiempos, aunque tuviera que hacerlo en un recinto cerrado, pero ahora estaba en libertad respirando aire puro.
El, Antoñito Pelaez, natural de Besuguillos del Romeral, provincia de Burgos, concretamente del barrio del Pozuelo, era, o lo que quedaba de el, un hombre de edad media ;35 para ser exactos .
Moreno de un metro ochenta de estatura, su altura y su físico siempre fueron una baza importante para sus conquistas nocturnas en aquel bar del pueblo...
Cuando llego al monte decidió coronarlo, se sentía como aquel niño al que le encantaba imaginarse nuevos planetas y nuevas conquistas espaciales, como si de un explorador antiguo se tratara aunque ya la mayor parte del espacio estaba descubierta pensaba que aun quedaba mas por ver. Recordó como allá por el año 3048 dieron el primer viaje espacial ínter dimensional en el colegio. Lo estudio en la escuela elemental con la "Seño" Alfonsina...
Ahora vivía en el 4123. A veces oía historias sobre los prados de Austria o los de Cantabria en el País Vasco. Le hubiese encantado viajar allí si no hubiese sido por la claustrofóbica situación en la que se encontraba la Tierra. Veía el sol brillante y quería volar... quería volar. Estaba completamente feliz porque era un ser libre. Un reloj silbo estrepitosamente una alarma e inmediatamente después en el aire se oyó un ruido ensordecedor, cayo al suelo.... Antoñito despertó en NeoMadrid, la gran ciudad, en el Instituto Nacional de Realidad Virtual.
Tendido sobre la camilla y con los ojos medio cerrados, deslumbrado por los focos solo acertó a oir una voz trémula:
- Señor Pelaez su turno termino. Puede solicitar nuestros servicios siempre que quiera.
Pulse "Enter" en su teclado anatómico, para salir, Gracias y que tenga un buen día...
- Por aqui señor, bienvenido-
El robot le dio la bienvenida a la realidad. A una especie de extraño confinamiento perpetuo...

2 comentarios:

ruyelcid dijo...

jajaja.... Esta muy bien Alfredo...

Me ha gustado mucho el giro final y conclusión del relato...

Anónimo dijo...

Gracias socio

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