Quijotes desde el balcón

viernes, 4 de junio de 2010

La Ciudad Que No Se Rindió


Gracias a Álvaro Morales que ha querido compartir su pasión por los acontecimientos bélicos transcendentales de la historia mandándonos este relato:





LA CIUDAD QUE NO SE RINDIÓ (Álvaro Morales)

Era ya muy tarde cuando se vio dentro de aquel atolladero. Su compañero y amigo iba al lado. Pensó detenidamente por qué se había aventurado en aquella guerra sin final, casi fraticida, solamente escuchó la voz de su gran líder, Stalin, llamando a los patriotas de la gran URSS y no lo pensó dos veces, se alistó en una pequeña mesa que estaba en mitad de la triste, fría y nevada plaza de su pueblo, que ahora después de pasar 2 años fuera de su casa tanto anhelaba, encontrándose en una ciudad desolada que ya no conocía. De aquella ciudad decían que era insignia de la URSS y que nunca se podía perder puesto que llevaba el gran nombre del gran líder venerado y también odiado por sus compatriotas. Solo llevaba un rifle, el único cargador cercano era el que su amigo llevaba en la mano. Llevaban allí sobre unos dos días agazapados entre ruinas, justo por encima de ellos ráfagas de balas sobrevolaban cortando el viento con una especie de silbido fantasmagórico, de esos que al oírlos un escalofrío te recorre todo el cuerpo, estaban agotados sin agua ni comida y con la moral por los suelos, no se atrevían a salir de su posición, solo un pequeño muro de una casa inexistente los protegía de una ametralladora MG42 que apenas estaba a 100 metros de distancia y que llevaba vigilándolos esos 2 días sin desaliento. Con calma, esperando a que se dejaran ver para abatirlos como si de animales se tratasen; sus compañeros de brigada les habían dado por muertos y su sargento no tardó en añadirlos a la gran lista de bajas del frente ruso. Pero ellos seguían luchando por sobrevivir entre amasijos de hierros y cadáveres tanto de camaradas como de enemigos que ellos mismos habían abatido cuando empezó la segunda gran ofensiva para intentar conquistar la ciudad. Pensaban: “¿escaparemos de este infierno?,¿estaremos vivos mañana?”, o la mas desquiciante de las preguntas ¿moriré cuando pase este minuto?De repente en la noche se oyeron unos crujidos de cadenas en la lejanía, que poco a poco avanzaban hacia ellos, lo curioso es que no parecían provenir del lado enemigo, parecían los T-34/85 que a medida que avanzaban machacaban hierros y a los numerosos cadáveres esparcidos por el suelo e iban creando una especie de camino de salvación entre el caos y la desolación de aquella batalla, detrás, parapetados, un batallón de infantería ligera avanzaba y mucho detrás desde la otra orilla del río Volga la artillería masacraba las posiciones del enemigo que poco a poco iban cayendo como si de un castillo de naipes se trataran, las tenazas del ejercito rojo se estaban empezando a cerrar entorno al cuello del enemigo alemán, que todavía resistía heroicamente que a la desesperada intentaba zafarse del enemigo y contraatacar con lo poco que le quedaba apenas 5 panzers, 2 batallones de infantería y unas cuantas piezas de artillería, pero todavía les quedaba un pequeño as en la manga un grupo de unos 10 francotiradores que estaban apostados entorno a una pequeña plaza y que eran un obstáculo para completar la reconquista de Stalingrado se alojaban en altos edificios, dispersados pero en perfecta sincronización, con el fin de abatir al mayor numero de soldados soviéticos posibles y a uno de los dos amigos lo abatieron cuando se descuidó y se dejó ver mientras que cantaban y festejaban que todavía seguían vivos todavía en la primera línea de fuego, el otro amigo lleno de sangre se quedó aterrado, paralizado y el festejo y los himnos se pararon en seco al ver que su compañero y amigo desde la infancia yacía tendido en el suelo con un balazo en la cabeza y con una mueca en la cara de satisfacción ante la supervivencia que se había convertido en muerte, cogió el fusil y gritó como jamás por nadie ni por nada lo había hecho, lleno de rabia, pero también de miedo, ya para ese momento el francotirador que había matado a su amigo se había retirado a otro edificio casi derruido a esperar a otra victima.

Por fin estaba con sus camaradas de batallón pero se sentía solo no quiso retroceder para volver a ver a su viejo amigo, tirado en el suelo casi sepultado por la inmensa tormenta de nieve que ocultaba a la pequeña resistencia alemana.

Tan pronto como capturaron otra mas de las líneas enemigas, pudo distinguir una pequeña casita que le resultaba muy familiar, estaba destrozada pero aún recordaba las tardes de verano en aquella calle que ahora estaba desierta solamente 2 ratas merodeaban por aquel páramo estéril de vida a lo lejos desde los altavoces se oían una serie de himnos y de discursos rezando ¡NI UN PASO ATRÁS! intentando animar a las tropas de soldados que poco a poco se adentraban en aquel campo de muerte por otro lado un Hitler asombrosamente amable y simpático incitaba a los soldados soviéticos a que salieran de detrás de los escombros y se animaran a unirse al ejercito alemán, con mejor vida, mas comida, vodka, tabaco alemán y por supuesto prostitutas, todas las prostitutas que quisieran, pocos accedían a aquellas ofertas tan tentadoras del führer alemán por que sabían que al salir o les abatirían los francotiradores alemanes apostados entre las ruinas o sus propios camaradas por traidores a la patria.

Llegó al lado de su pequeña casa destrozada que ya apenas conocía y con un vistazo furtivo divisó el interior intentando buscar a sus padres y a su hermana pequeña que anhelaba tanto, pero no encontró mas que un pobre perro muerto de frío y asustado debajo de una pared derruida y con un cinturón con dos o tres pequeñas bombas. A aquel perro anteriormente lo habían entrenado para adentrarse en terreno enemigo y colocarse debajo de los tanques para hacerlos volar por los aires, por alguna extraña casualidad o algún milagro, el temporizador se había roto y este pequeño perro asustado de tantos tiros y explosiones se cobijó en los restos que quedaban de su casa.

Decidió, después de un rato, liberarlo de aquel cinturón de bombas y otra vez más intentó divisar algo de vida dentro de aquella casa, pero ni sus padres ni su hermana aparecieron dándole un abrazo como otras muchas veces pasaba y con lágrimas en los ojos decidió marcharse sin volver a girar la mirada. Dentro de sus pensamientos y de su tristeza resonó un eco, un ladrido, que raro, pensó: “¿un perro por aquí?”. Ya no se acordaba de aquel pequeño perro que liberó y que hacía ya mas de tres horas le venía siguiendo el paso justo al lado, sin despegarse, parecía como si le quisiera agradecer lo que había hecho por el, parándose, le instó varias veces a que se marchara y siguiera por otro camino pero el animal se sentía bien a su lado y ya había perdido todo el miedo. Así que como el perro no se iba, pidiéndole permiso a su sargento y en colaboración con sus compañeros de batallón, decidieron que sería la mascota de éstos, y así, después de unos cuantos pequeños enfrentamientos, consiguieron tomar el control de Stalingrado sin sufrir demasiadas bajas y con aquel perro a salvo entre ellos. Nuestro amigo decidió marcharse al poco tiempo de aquel país asqueado por la política y atormentado por que nunca supo que había pasado con su familia, tal vez engrosarían las listas de civiles que cayeron victimas de las numerosas ofensivas del enemigo y de sus propios camaradas, pero siempre estuvo acompañado de aquel nuevo amigo, aquel perro que lo seguía fiel donde se dirigiera, al fin y al cabo después de todo lo quería y era su única familia y compañía.

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