A Ana María Matute
Aparte del gran defecto que suponía ser ogresa, la Reina Selva disfrutaba de otro, tan grande y feroz como aquel: la soberbia. De modo que, anteponiéndose incluso a su gula y a sus instintos carnívoros, la soberbia y la humillación de haber sido engañada le ofuscaron de tal modo el entendimiento que estuvo casi a punto de ahogarse en su propia ira.
(fragmento de El Verdadero Final de la Bella Durmiente -1995-, 3ª parte -La Madre y los Niños)
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