Quijotes desde el balcón

domingo, 3 de noviembre de 2013

Apotropaico

Relato de Enrique Hinojosa 

"Apotropaico" es una expresión muy antigua
En los lugares oscuros del mundo hay muchas criaturas incomprendidas, pero tal vez no hayáis pensado nunca que también es posible que en los lugares más claros y habituales haya criaturas oscuras.

Voy a decir una palabra que quizá no olvidéis nunca. Apotropaico es una expresión muy antigua que representaba a una especie de deidad marina que protegía a los marineros de los malos espíritus.

Con el tiempo, esa expresión se ha extendido y ahora se aplica a cualquier cosa inexplicable, algo parecido a lo que aquí llamaríamos superstición. En nuestro día a día vemos gestos y objetos apotropaicos, incluso los tenemos en nuestra vida inconscientemente: tocar madera, cruzar los dedos, el gato negro, los talismanes, son sólo algunos ejemplos. El simbolismo apotropaico está presente en todas las culturas: Las gárgolas medievales, la queimada gallega, el laurel, la cruz al pecho, la flor de lis, incluso los leones del congreso tienen un simbolismo apotropaico. Un simple brindis, levantando vuestras copas, es un gesto apotropaico. Estos gestos pueden ser negativos -mal de ojo-, o positivos -amuleto-. El movimiento inconsciente e involuntario para aplastar un insecto cuando lo ves, es un gesto apotropaico, tal vez asentado en la mente humana desde hace miles de años. Muchos gestos, muchos de los instintos que hemos heredado a lo largo de los siglos, son gestos apotropaicos, algunas veces lógicos, algunas veces inexplicables, muchas veces subyugantes y escalofriantes.

Pero como decía antes, en los lugares oscuros del mundo hay muchas criaturas incomprendidas. Hoy he vuelto a verle. Bajo mi ventana hay un hombre, siempre está ahí, en la esquina que hay junto al estanco. Le he visto otras veces, siempre compra tabaco allí. Muchas veces. Mucho tabaco. Al salir del estanco, siempre abre su paquete nuevo, extrae el primer cigarrillo con precisión quirúrgica, y lo enciende. Lleva gastada media mañana ahí, quieto, humeante. Lleva gastada media vida ahí, inquieto, humeante. Si alguien se acerca, hace como que habla por teléfono… pero yo creo que ni siquiera es un teléfono, más bien parece un viejo transistor de esos que ahora sólo escupen malas noticias por la mañana y fútbol aburrido por la noche. Él vigila ausente, espera algo, busca quién sabe qué. La gente pasa cerca de él y parece un ser ignorado por el mundo. Quién se atreverá a detenerse ante tal enjambre en movimiento, más ahora que atreverse es un delito. Yo sólo sé que a este ritmo, no llegaremos al futuro.

Lo extraño de esta criatura extraña es que una vez compra su tabaco y lo fuma, no se marcha. Queda estático, aguardando algo, inquieto pero quieto, si eso es posible. Yo le observo desde la seguridad de mi ventana, escrutando su rostro, preguntándome quién es, qué hace ahí esa extraña criatura. No tengo claro si está acechando a alguien, si está augurando una desgracia, o si sólo fuma. Me acobardo y me escondo tras la cortina.

Un escalofrío... y cuando vuelvo a mirar, ya no está.
Él es un ser apotropaico, y no se sabe muy bien si es un espíritu puro, o una criatura peligrosa. Fijo toda mi atención en él: Sus manos parecen frías, su cigarro no echa humo. Un perro gris no se detiene a olisquearle: se aparta. Cuando miro desde mi ventana, siempre está. Cuando paso por la calle, nunca aparece. Cuando llega la oscuridad, los hijos de la noche hacen oír su música. Él no, este ser es silencioso y misterioso como un gato negro en una noche negra. Un escalofrío... y cuando vuelvo a mirar, ya no está. El miedo a lo desconocido es un miedo atroz. El miedo a lo desconocido es a veces más peligroso y más dañino que el riesgo real. La rendición a ese miedo, es irreversible.

No es ni bueno ni malvado, ni angelical ni demoníaco, ni luminoso ni tenebroso. Sólo es apotropaico, encargado de equilibrar la suerte del mundo. A veces vemos lo que no existe, y otorgamos cualidades oscuras a quien simplemente sale a fumar un cigarrillo. Tal vez los extraños seamos nosotros porque, en realidad, son seres extraños los que ven la verdad nada más que en la luz, y el peligro en el destino oscuro y en el resto de los hombres.

La realidad no existe: es la imaginación. Nuestros mayores miedos sólo existen en nuestra cabeza. ¿O tal vez no?

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