Los últimos cinco años se había levantado incluso antes de
que el despertador lo arrancara del sueño. No era raro que a las siete estuviera
ya duchado y con el café borboteando en la percoladora.
Pero hoy, precisamente hoy, eran ya las ocho cuando de un
salto llegó al baño poniéndose los pantalones mientras se cepillaba los
dientes. El café tendría que esperar, no había tiempo. Salió como un rayo con la bicicleta saltándose
semáforos, ocupando la acera y esquivando un posible accidente tras otro.
Finalmente, pasadas las ocho y media, llegó a la facultad.
-Perdón, don Jacinto- acertaba a decir entre ahogos –me he
quedado dormido, pero me apañaré con el tiempo que queda para el examen. El
señor Jacinto, con una expresión más propia de notario que de catedrático de
Teoría de la Literatura, asomó sin apenas girar la cabeza un ojo por encima de
las gafas. –Señor Ramírez: en esta clase no se tolera la falta de puntualidad.
No ya por respeto hacia mí, que es lo principal, sino por sus compañeros. Así que cierre la puerta y permita que sus
compañeros acaben el examen final. Ha tenido todo el curso para quedarse
dormido, ha sido una mala elección hacerlo hoy.-
Ira, impotencia, rabia… Mil cosas sentía. Pero sobre todo
estaba defraudado consigo mismo. Y no le faltaba razón a Don Jacinto: todo un
curso al día con un expediente impecable y venir justo a joderla hoy, el día
del examen final. Ahora le tocaría esperar a la siguiente convocatoria a ver
si, con suerte, le mantenía la nota.
Mientras caminaba pensando en lo idiota que había sido, y en
lo hijoputamente inflexible que fue el profesor, tropezó sin querer con el jardinero
del campus. -¿Estás bien, chaval? Se nota que estamos en época de exámenes ¡Vais
todos como zombis por los pasillos!- Y prosiguió su camino.
Pero… ¿Qué es eso? La gran tijera de podar, treinta
centímetros de hoja, se había caído al suelo, a escasos cinco centímetros de sus
pies. Si mil cosas sentía y se le pasaron por la cabeza al abandonar el aula,
ahora sólo tenía una: matar a don Jacinto. No merecía otra cosa. Así que lo
esperó junto a su despacho, tras uno de los sillones de la sala de espera.
A las diez y tres minutos, justo el tiempo entre que
finalizara el examen y recorriera el pasillo, don Jacinto metió la llave y
abrió la puerta. No había terminado de sentarse en el sillón de cuero cuando un
crujido lo paralizó dándole el tiempo justo para ver como su cuerpo quedaba
rígido y sentado mientras toda la habitación rodaba. Unos segundos, apenas.
Justo el tiempo que transcurre entre que la cabeza se separa del cuerpo y el
cerebro deja finalmente de funcionar.
Frente a él, una tijera de podar ensangrentada y un alumno
con la misma cara de orgullo que si acabara de licenciarse. Cogió como trofeo
la redonda bola de billar con bigote que Jacinto tenía por cabeza y salió a
sentarse tranquilamente en un banco del jardín. Mientras notaba la brisa fresca
en su cara escuchaba ya de fondo las sirenas de la policía.
Ni-no ni-no ni-no… Sobresaltado y sudoroso pegó un salto de la
cama. ¿Policía, qué policía? Se ubicó en unos segundos hasta darse cuenta de
que todo había sido un mal sueño. Apagó el despertador con más terror en la
cara que unos segundos antes: ¡Eran ya las ocho!
En media hora tiró su bicicleta junto al parking del campus
y se plantó en el aula de don Jacinto. –Señor Ramírez: en esta clase no se
tolera la falta de puntualidad. No ya por respeto hacia mí, que es lo
principal, sino por sus compañeros. Así
que cierre la puerta y permita que sus compañeros acaben el examen final. Ha
tenido todo el curso para quedarse dormido, ha sido una mala elección hacerlo
hoy.-
Salió del aula tan contrariado, dolido y rabioso que apenas
se dio cuenta de que el jardinero iba por el pasillo. Tropezó con él y se le
encogió el corazón cuando vio como la gran tijera de podar se caía al suelo.
2 comentarios:
Ahh los exámenes....¿es que no se acaban nunca?....
Bucles o Groundhog Day!!!
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