Quijotes desde el balcón

martes, 13 de mayo de 2014

Cuatro ojos siempre ven más que dos

Relato de Juanma Marchal 

...esperando encontrar trabajo...

Se consideraba mejor, el más humanitario, el que recogía al pobre de su miseria y le daba techo y cama. El que lo igualaba a la sociedad.

Le daban pena aquellos pobres negritos, venidos de la calurosa África, y que acampaban al raso bajo unos míseros cartones en aquella solitaria y fea estación de autobuses; esperando encontrar trabajo la próxima mañana.

Él, los acogía en un pequeño cortijo abandonado que tenía, heredado de su abuelo, a sólo cinco kilómetros del pueblo. Al menos, así duermen bajo techo, decía.

Todas las mañanas, él y su hijo los recogían del cortijo y partían todos juntos al corte. Como iguales, todos vareaban y pegaban palos al olivo, tiraban de los fardos o cargaban las aceitunas al remolque. No por ser inmigrantes, a ellos les tocaba realizar el trabajo más duro.

Somos iguales, se repetía.

Una noche, al llegar a casa, su hijo lo interpeló:

- Papá, ¿por qué tratas diferente a los negritos?
- ¿Diferente? ¿A qué te refieres? -repuso el padre-. Ellos son tratados como uno de nosotros, como tú y yo. ¡Lo puedes ver todos los días! ¿Por qué dices eso?
- Papá, siempre te refieres a ellos como los negritos y no son ni negritos, son del norte de África, de Argelia. Y además, se llaman Abdelkader, Ahmed y Said. Los llevaste a vivir al cortijo del abuelo, pero es como si estuvieran en la calle, durmiendo en el suelo, incomunicados a cinco kilómetros del pueblo y sin medios para venir a hacer cualquier compra. Cuando trabajamos, tú siempre bebes agua de una botella distinta a la que beben ellos y, a la hora de comer, te separas de ellos para almorzar mientras durante todo el horario de trabajo estamos juntos, como si de familia nos tratásemos.

El padre se dio cuenta, su hijo llevaba razón. Él, que siempre había presumido de ser una persona solidaria y tolerante, actuaba de forma segregadora y racista aunque no  fuera consciente. Su hijo le había abierto los ojos, nunca debía creerse mejor que nadie. Era hora de cambiar.

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