...tanta ilusión para colaborar... |
Aún recuerdo el día en que la
abuela de mi amiga María nos ofreció colaborar en la campaña de
Manos Unidas. Su abuela junto con sus amigas puso un puesto
para vender cosas hechas a mano por ellas, teniendo como
objetivo recaudar el mayor dinero posible para los más
necesitados.
El puesto estaba lleno de colorido,
había bufandas de lana, camisetas, broches, bolsos hechos de anillas de
latas, bolsos de papel reciclado y un montón de cosas más que la
gente compraba con tanta ilusión para colaborar.
Mientras
que ellas atendían el puesto, mi amiga María y yo recaudábamos
dinero con una hucha. Empezamos a las diez de la mañana, la
gente estaba recién despierta y no estaba muy participativa, así
que nuestra hucha sonaba hueca, pero nosotras seguíamos
esforzándonos, pues sabíamos que nuestra labor era necesaria
para ayudar a los niños del tercer mundo, así que insistimos:
- Por favor, ¿querría colaborar para Manos Unidas?
De pronto una señora mayor que iba con su nieto sacó el monedero y le dijo al niño:
-Toma, Javier, échale a estas niñas tan apañadas esta moneda, que están haciendo una bonita labor.
El
niño muy contento echó la moneda en la hucha. Por fin en nuestra hucha
sonaba algo. A los dos minutos pasó por allí un joven que iba mirando el
móvil, le hicimos la misma pregunta y sin pensárselo nos echó un
billete de cinco euros. ¡Qué contentas nos pusimos María y yo!
La gente pasaba por aquí y por allá, por una cera y por otra, y la hucha cada vez se llenaba más.
También en el puesto se agolpaba la gente, las bufandas se agotaron y nuestra ilusión se iba llenando.
Llegaron
las dos y media, hora de recoger y de contar lo recaudado, no estaba
nada mal, nuestro esfuerzo había merecido la pena.
María
y yo estábamos felices, jamás habíamos sentido la experiencia de
pedir por los demás, pues a veces somos demasiado egoístas y
solo pensamos en lo que necesitamos y queremos tener nosotros
mismos, pero no en las necesidades que pueden tener los demás.
La
abuela de María estaba orgullosa de nosotras por eso nos llevó a
su casa y nos hizo un chocolate caliente con magdalenas, reímos y
jugamos a las cartas.
Llegué
muy contenta a mi casa y les conté todo a mis padres, ellos
también me dijeron que siempre hay que ayudar a los demás.
Una
vez en la cama repasé el día y pensé en lo bien que me lo había pasado.
A veces con cosas muy sencillas se alcanza la felicidad. Con un
granito de arena que ponga cada uno se consigue una montaña y con un
pequeño gesto se consigue grandes acciones.
También
pensé en María, mi amiga, lo bonito que es tener alguien con
quien reír, llorar, jugar, ayudar, compartir y abrazar con mis
manos su amistad.
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