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...que sería el último rey de Al-Andalus... |
Muhammad solía subir a la Torre
de la Vela para observar el firmamento. Desde pequeño se había acostumbrado a
pasar las noches tumbado sobre el terrazo de la principal atalaya granadina,
escudriñando las constelaciones e intentando desvelar su futuro en ellas.
Meses antes de nacer, una vieja
adivina de la Rambla del Arenal había leído en las estrellas que con él
acabaría el reino de Granada, que sería el último rey de Al-Andalus, y por ello
el pueblo lo había bautizado como Zogoibi, el rey desventurado. Desde que tuvo
conocimiento de la maldición que recaía sobre él, se preguntaba por qué esos
diminutos puntos de luz casi inertes que pendían de la bóveda celeste le habían
jugado esa mala pasada, y no entendía por qué, a pesar de ser el príncipe
heredero, la gente realizaba comentarios a su espalda, cuchicheaba
maliciosamente e incluso se apartaba del cortejo real cuando visitaba la
medina, como si poseyera alguna enfermedad contagiosa.
Con el firmamento ante sus ojos,
en la oscuridad de la noche granadina, no encontraba dificultad para reconocer las constelaciones que su abuelo
Ismail le había enseñado en su infancia.
- Mira Muhammad -le decía mientras apuntaba con el
dedo a las estrellas- las más fáciles de reconocer son al-asghar y al-akbar,
que los cristianos conocen como Osa Mayor y Osa Menor. Más abajo está al-asad o
Leo, y si miras a la izquierda encontrarás dhat al-kursi, Casiopea.
El joven príncipe tenía
dificultades para encontrarlas, así que el viejo rey de Granada lo agarró con
fuerza y levantó el brazo junto a su rostro para que pudiera seguir los trazos
marcados por su dedo índice. Una vez localizadas, Muhammad mantenía la mirada
en el firmamento para memorizarlas, pero al poco su mente abandonaba esta tarea
para buscar otra cosa, un futuro que muchos venían en algún lugar de ese campo
estelado y que escapaba a sus ojos.
-
Abuelo, no veo dónde está escrito que conmigo
acabará nuestro reino. La gente dice que las estrellas ya saben mi futuro.
-
Eso son supersticiones Muhammad. Las
estrellas no dicen nada, no hablan, solo cuelgan del cielo y brillan para
iluminar la oscuridad de la noche. El Corán dice que las estrellas son
candilejas creadas por Alá para lapidar al demonio, y a lo largo de los siglos
las hemos utilizado para orientarnos en el mar y el desierto. Respondió
Ismail.
-
Ya, pero Ben Axa también piensa que las
estrellas predicen el futuro, y que su padre espera que yo nunca reine para que
Granada nunca desaparezca. Dijo el joven príncipe con tristeza y agachando
la mirada.
Su abuelo lo agarró suavemente
del mentón obligándolo a levanta la cabeza.
-
Nunca hagas caso de las habladurías. Nuestro
destino solo lo sabe Alá el Misericordioso, no las estrellas. Además, nuestros
científicos llevan siglos estudiándolas y no han descubierto mensaje alguno en
ellas. ¡Y ninguna adivina analfabeta del arrabal podrá saber más que ellos!
Muhammad encontraba consuelo
momentáneo en aquellas palabras. Realmente su abuelo era un firme creyente en
el progreso científico y se había preocupado de reservar para los astrónomos
una de las mejores estancias de la Alhambra, una habitación más grande que el
salón del trono, llena de esferas, precisos astrolabios, mapas de
constelaciones y portulanos traídos de Portugal. Ismail tenía empeño en que su
nieto pasara unos minutos todos los días en el laboratorio y estudiara los
ingenios que preparaban los científicos, sobre todo ante el sistema de Ptolomeo
que explicaba el movimiento de las cinco errantes en torno a la Tierra.
-
Mira Muhammad, los griegos fueron los
primeros en descubrir el movimiento de los planetas, y gracias a nosotros sus
tratados han sido traducidos y salvados de la barbarie. Ahora nuestros
astrónomos están estudiando su posición y la altitud del sol.
-
Abuelo, mi padre y mi tío dicen que los
astrónomos no sirven para nada y que gastan dinero del reino que podría ser
empleado en contratar a más soldados.
-
Por desgracia Muhammad, mis dos hijos no han
heredado mi pasión por la ciencia y piensan que la grandeza de un reino se mide
por su ejército. Pero no saben donde viven. Este palacio Muhammad, es un
tratado de matemáticas y astronomía hecho en piedra y yeso. Las estrellas, las
constelaciones, el sol y la luna están presentes en cada rincón de la Alhambra,
desde los alicatados hasta las cubiertas más lujosas.
La llamada a la oración del
muecín devolvió a Muhammad a la realidad. Seguía tumbado en el suelo de la
torre de la Vela y sus ojos clavados en las estrellas. Hasta de manera
inconsciente su mente buscaba el maldito mensaje en ellas. Tenía 32 años y
muchas cosas habían cambiado desde aquellas visitas al laboratorio con su
abuelo. Efectivamente era rey de Granada, el último tal y como había predicho
la adivina del arrabal. Pocos días faltaban para la entrega de las llaves de la
ciudad a los reyes cristianos, para poner fin a la cultura que sus antepasados
habían traído a la península casi ocho siglos atrás. Lo habían dicho las
estrellas, la maldición estaba próxima a cumplirse y él, a pesar de años y años
de intentos, seguía sin poder ver en el oscuro cielo algo diferente a puntos de
luz y constelaciones que siempre permanecían fijas.
Se levantó y volvió rápidamente a
los aposentos reales antes de que la luz del alba hiciera visible la angustia
de su rostro. Al salir de la alcazaba se topó con la gigantesca fachada del
palacio de Comarex, “es un tratado de matemáticas y astronomía hecho en piedra
y yeso...” las palabras de su abuelo Ismail retumbaban en su cerebro. Todo
estaba lleno de estrellas, iba pasando salas y salas de la Alhambra y la figura
geométrica se repetía una y otra vez en cada rincón, en cada techo, en cada
celosía. Nunca se había percatado de la Alhambra en sí era una estrella, o un
trozo del cosmos en la tierra. Sintió que había vivido toda su vida bajo la
maldición.
A la mañana del día 2 de enero,
Muhammad, o Boabdil como era conocido por los cristianos, abandonaba la
Alhambra para siempre. En la cima de la última colina desde la que se divisa
Granada, lloró por no haber podido superar la maldición. Su madre le reprochó
sus lágrimas.
-
Lloras como mujer lo que no has sabido
defender como hombre. Sentenció Aixa.
-
Madre, estaba escrito en las estrellas. Ahora
sí creo en ellas.
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