Quijotes desde el balcón

lunes, 29 de septiembre de 2014

Estaba escrito en las estrellas

Relato de Marino Aguilera

...que sería el último rey de Al-Andalus...
Muhammad solía subir a la Torre de la Vela para observar el firmamento. Desde pequeño se había acostumbrado a pasar las noches tumbado sobre el terrazo de la principal atalaya granadina, escudriñando las constelaciones e intentando desvelar su futuro en ellas.

Meses antes de nacer, una vieja adivina de la Rambla del Arenal había leído en las estrellas que con él acabaría el reino de Granada, que sería el último rey de Al-Andalus, y por ello el pueblo lo había bautizado como Zogoibi, el rey desventurado. Desde que tuvo conocimiento de la maldición que recaía sobre él, se preguntaba por qué esos diminutos puntos de luz casi inertes que pendían de la bóveda celeste le habían jugado esa mala pasada, y no entendía por qué, a pesar de ser el príncipe heredero, la gente realizaba comentarios a su espalda, cuchicheaba maliciosamente e incluso se apartaba del cortejo real cuando visitaba la medina, como si poseyera alguna enfermedad contagiosa.

Con el firmamento ante sus ojos, en la oscuridad de la noche granadina, no encontraba dificultad para  reconocer las constelaciones que su abuelo Ismail le había enseñado en su infancia.

-     Mira Muhammad -le decía mientras apuntaba con el dedo a las estrellas- las más fáciles de reconocer son al-asghar y al-akbar, que los cristianos conocen como Osa Mayor y Osa Menor. Más abajo está al-asad o Leo, y si miras a la izquierda encontrarás dhat al-kursi, Casiopea.

El joven príncipe tenía dificultades para encontrarlas, así que el viejo rey de Granada lo agarró con fuerza y levantó el brazo junto a su rostro para que pudiera seguir los trazos marcados por su dedo índice. Una vez localizadas, Muhammad mantenía la mirada en el firmamento para memorizarlas, pero al poco su mente abandonaba esta tarea para buscar otra cosa, un futuro que muchos venían en algún lugar de ese campo estelado y que escapaba a sus ojos.

-        Abuelo, no veo dónde está escrito que conmigo acabará nuestro reino. La gente dice que las estrellas ya saben mi futuro.
-        Eso son supersticiones Muhammad. Las estrellas no dicen nada, no hablan, solo cuelgan del cielo y brillan para iluminar la oscuridad de la noche. El Corán dice que las estrellas son candilejas creadas por Alá para lapidar al demonio, y a lo largo de los siglos las hemos utilizado para orientarnos en el mar y el desierto. Respondió Ismail.
-        Ya, pero Ben Axa también piensa que las estrellas predicen el futuro, y que su padre espera que yo nunca reine para que Granada nunca desaparezca. Dijo el joven príncipe con tristeza y agachando la mirada.

Su abuelo lo agarró suavemente del mentón obligándolo a levanta la cabeza.

-        Nunca hagas caso de las habladurías. Nuestro destino solo lo sabe Alá el Misericordioso, no las estrellas. Además, nuestros científicos llevan siglos estudiándolas y no han descubierto mensaje alguno en ellas. ¡Y ninguna adivina analfabeta del arrabal podrá saber más que ellos!

Muhammad encontraba consuelo momentáneo en aquellas palabras. Realmente su abuelo era un firme creyente en el progreso científico y se había preocupado de reservar para los astrónomos una de las mejores estancias de la Alhambra, una habitación más grande que el salón del trono, llena de esferas, precisos astrolabios, mapas de constelaciones y portulanos traídos de Portugal. Ismail tenía empeño en que su nieto pasara unos minutos todos los días en el laboratorio y estudiara los ingenios que preparaban los científicos, sobre todo ante el sistema de Ptolomeo que explicaba el movimiento de las cinco errantes en torno a la Tierra.

-        Mira Muhammad, los griegos fueron los primeros en descubrir el movimiento de los planetas, y gracias a nosotros sus tratados han sido traducidos y salvados de la barbarie. Ahora nuestros astrónomos están estudiando su posición y la altitud del sol.
-        Abuelo, mi padre y mi tío dicen que los astrónomos no sirven para nada y que gastan dinero del reino que podría ser empleado en contratar a más soldados.
-        Por desgracia Muhammad, mis dos hijos no han heredado mi pasión por la ciencia y piensan que la grandeza de un reino se mide por su ejército. Pero no saben donde viven. Este palacio Muhammad, es un tratado de matemáticas y astronomía hecho en piedra y yeso. Las estrellas, las constelaciones, el sol y la luna están presentes en cada rincón de la Alhambra, desde los alicatados hasta las cubiertas más lujosas.

La llamada a la oración del muecín devolvió a Muhammad a la realidad. Seguía tumbado en el suelo de la torre de la Vela y sus ojos clavados en las estrellas. Hasta de manera inconsciente su mente buscaba el maldito mensaje en ellas. Tenía 32 años y muchas cosas habían cambiado desde aquellas visitas al laboratorio con su abuelo. Efectivamente era rey de Granada, el último tal y como había predicho la adivina del arrabal. Pocos días faltaban para la entrega de las llaves de la ciudad a los reyes cristianos, para poner fin a la cultura que sus antepasados habían traído a la península casi ocho siglos atrás. Lo habían dicho las estrellas, la maldición estaba próxima a cumplirse y él, a pesar de años y años de intentos, seguía sin poder ver en el oscuro cielo algo diferente a puntos de luz y constelaciones que siempre permanecían fijas.

Se levantó y volvió rápidamente a los aposentos reales antes de que la luz del alba hiciera visible la angustia de su rostro. Al salir de la alcazaba se topó con la gigantesca fachada del palacio de Comarex, “es un tratado de matemáticas y astronomía hecho en piedra y yeso...” las palabras de su abuelo Ismail retumbaban en su cerebro. Todo estaba lleno de estrellas, iba pasando salas y salas de la Alhambra y la figura geométrica se repetía una y otra vez en cada rincón, en cada techo, en cada celosía. Nunca se había percatado de la Alhambra en sí era una estrella, o un trozo del cosmos en la tierra. Sintió que había vivido toda su vida bajo la maldición.

A la mañana del día 2 de enero, Muhammad, o Boabdil como era conocido por los cristianos, abandonaba la Alhambra para siempre. En la cima de la última colina desde la que se divisa Granada, lloró por no haber podido superar la maldición. Su madre le reprochó sus lágrimas.

-        Lloras como mujer lo que no has sabido defender como hombre. Sentenció Aixa.
-        Madre, estaba escrito en las estrellas. Ahora sí creo en ellas.

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