Se
prometió, como cada día, no dejar de escribir hasta pasadas las
ocho de la tarde. A las seis ya estaba diciendo su frase favorita:
“Pepe, échame otro”.
-Oye,
¿Como llevas la novela? Ahora estabas con una de ciencia ficción,
¿No?-
-Que
va, hijo- Contestó el escritor -Con esa me atasqué. Ahora estoy
con una de género negro. De un policía malafollá que está todo el
día bebiendo y tal.-
-Pero
¿Has terminado ya alguna? El otro día estabas con la de los ovnis
esos. Antes con una de hombres lobo o vampiros o nosequé. ¿Y ahora
con una de policias? ¡A este paso no acabas ni una!-
-Oh,
señor don crítico literario, ¿Cuantos millones de libros has
vendido tu esta mañana? Ah, no, calla. Que tu sólo pones cafés.-
-Y
copas a culturetas faltuscos, que no se te olvide.-
-Y
a tus muertos si quieres. El proceso de creación es muy complicado.
Podría explicártelo, pero sería faltarle al respeto a Cervantes.
Tu échame otro copazo, a ver si con este me inspiro y escribo algo
antes de cenar. A ver si es que me pones garrafón y por eso tengo el
cerebro bajo mínimos.-
Pepe
le llenó de muy mala gana, aunque ya acostumbrado al caprichoso
humor del escritor, y le soltó el ticket para que fuera pagando. Que
esa era otra, sin más ingresos que el virtual de sus novelas, y ni
un puto folleto había publicado aún.
Salió
de la taberna tambaleándose, y aún ni había anochecido. A duras
penas logró abrir la puerta de su casa. Las llaves estaban
especialmente rebeldes y, o bien se empeñaban en arrojar al suelo, o
bien entraban todas menos la correcta. Finalmente cayó en el sofá,
con la chaqueta aún puesta, pero no encontraba el mando por ningún
lado.
Casi
le da un infarto al ver como, junto a la ventana, una enorme bestia
(o eso le parecía a él) sujetaba el mando entre los colmillos.
Gruñía como una Harley a ralentí y babeaba sobre la alfombra.
-Venga, bonito, ¿De dónde te has escapado? ¿Te han abandonado tus
dueños?- le decía el escritor con la misma voz de gilipollas que
pone cualquiera al hablar con un bebé.
Pero
al acercarse se dio cuenta de que no era un perro, ni mucho menos.
Era una especie de lobo de mil kilos, o de cien como mínimo. Soltó
el mando delicadamente en el suelo y con las garras atrajo al
escritor apenas a cinco centímetros de su boca. -¡¿Y que cojones
se supone que debo hacer?! Vine para salvar a los pocos que quedaban
de mi raza, pero ni se dónde están ni como lo voy a lograr.- No se
puede negar que, para ser un lobo, hablaba un castellano más que
correcto.
-¿De
qué hostias me hablas, mala bestia?- Se arrepintió el escritor de
haber dicho eso nada más soltarlo por la boca. -Mira, juntapalabras,
soy Jálamel, hijo de Rascamel, y único heredero vivo de los reyes
de los hombres lobo. Si, puta mierda de nombres, pero es culpa tuya.
Tu me creaste, me hiciste creer que podría recuperar mi corona y así
guiar a mi pueblo, o los pocos que quedan de él. Y ahora, ya que
hasta yo me lo había creído, me dejas completamente abandonado.
Hace seis meses que no me dices qué debo hacer, ni qué me voy a
encontrar en mi camino. Así no hay quien viva.-
El
escritor tardó un buen rato en procesar todo lo que el lobo (hombre
lobo, rey de los lobos o lo que fuera esa enorme bestia) le había
contado. Incluso se le había pasado la borrachera con el susto.
Entonces cayó en la cuenta de que todo tenía sentido. Jálamel era
el protagonista de su primera novela. O, mejor dicho, de su primer
conato. Y la verdad es que la tenía bastante avanzada. Por lo menos
ciento cincuenta páginas había escrito ya. Pero un buen día se
atascó. Se quedó en blanco. Trató de continuar, pero a los dos
días sin nada productivo ni aprovechable, la dejó en la carpeta de
“borradores” y abrió un nuevo archivo en blanco.
-Tranquilo,
tronco, te prometo que voy a ayudarte. Si quieres nos ponemos unos
güisquis, o un vaso de leche o un hueso, lo que prefieras, y
hablamos tranquilamente a ver qué solución le podemos dar. Quiero
verte coronado rey, nadie lo quiere más que yo. Voy a la cocina y lo
preparo todo, ya verás que brainstorming más molón nos echamos.-
Mientras iba a la cocina le hervían las neuronas. Tenía mil finales
distintos para la novela del hombre lobo y cientos de aventuras se le
ocurrían a cada instante.
Al
volver al salón, con una botella de VAT69 y cuatro paquetes de bacon
se quedó completamente cegado. No era una luz blanca, era lo
siguiente, como si el sol hubiera amanecido directamente sobre su
encimera. En un acto reflejo arrojó el bacon a la luz y se tiró
tras el sofá abrazado a la botella. Entonces fue cuando apareció
una forma de metro y medio, con la cabeza enorme y dos ojos
almendrados del tamaño de un puño.
-Salutaciones,
escritor. Vengo en busca de guía y consejo. Mi planeta, Macmel, está
siendo invadido desde hace tiempo por hordas de trasgos
intergalácticos. Hasta ahora hemos podido resistir, pero llevamos
casi tres meses terrestres sin saber que hacer para evitar la
invasión. Tu nos guiaste desde el principio de la contienda, oh
escritor, pero sn tu consejo estamos completamente perdidos.-
Esta
vez ni se quedó petrificado ni nada. Conforme el alien le hablaba,
el iba dándose cuenta de quien era. Su segunda novela, segundo
conato, era de ciencia ficción, y de momento llevaba escrito justo
lo que le había relatado aquel ser. Pero ¿Qué podía hacer él?
Tras la ruptura, Laura no sólo se llevó todo lo que tenía en su
piso, sino también sus ganas de escribir y su ánimo. Por eso dejó
esa historia llena de honor, amistad y valor.
-Oh,
oh- se dijo. Tras el tema de Laura dejó de lado la escritura unas
semanas. Pasó a dedicarse en cuerpo y alma, ya que él no tenía
pareja, a disfrutar de otras como la de J&B y 7Up o la de
Beefeater y tónica. Cuando volvió a retomar su “trabajo”, dejó
a los aliens de lado, y ya antes a los hombres lobo, y se dedicó a
narrar el día a día de un detective cincuentón venido a menos.
Fruto de varios divorcios y con más alcohol en sangre que perros
descalzos por la calle. Cerró fuerte los ojos esperando que no
entrara el detective Félix.
-¡Maldito
cabrón hijo de la gran puta!- tarde era para el escritor, había
llegado el que faltaba. -Para putearme bien que vales, ¿No, mamón
inútil de mierda? Me has disparado, tirado por las escaleras,
suspendido de empleo y sueldo. Y ahora, justo ahora, que iba a
follarme a la mujer del capitán, ¿Ahora que tengo la polla como el
cerrojo de un penal te callas?-
-Vale,
venga, ya está bien- saltó el escritor deseando que nada de
aquello, sobre todo el policía, fuera real. -¿Dónde está mi
portátil? Ea, encendido y aquí vuestros borradores. Empecemos por
el principio, a ver, el hombre lobo. ¿Qué es lo último que habías
hecho?-
Las
palabras fluían solas. Párrafo tras párrafo, página tras página,
bit tras bit todo iba llegando a su desenlace. Jálamel se despidió
de él, orgulloso de haber recuperado el reino de los hombres lobo y
jurando nunca más atacar a u humano. Cogió el bacon y saltó por la
ventana.
El
pobre alien de Macmel lo pasó algo peor, de hecho, su planeta
prácticamente quedó aniquilado. Por fortuna varios planeras
cercanos recordaron antiguas alianzas y, finalmente, pudo rehacer su
civilización con los pocos Maclíanos que quedaban. Era jodido, si,
pero se fue contento.
El
detective Félix se fue incluso antes de que su novela estuviera
acabada. -¿Dónde coño vas, que ahora viene lo mejor?- preguntó el
escritor. -Lo que venga después de suda la polla. Yo quería
follarme a la señora del capitán, y hecho está. Y muy bien hecho,
se agradece que me trates como si tuviera veinte años menos. Ahora
haz lo que te de la gana. He pasado de todo y, desde que entré en el
cuerpo, se que tendré una muerte chunga. Gracias, montón de mierda,
por al menos haberne dejado echar el polvo del siglo.-
El
detective cogió la botella de VAT69 y salió dando un portazo.
-¡Hostias!- gritó el escritor, levantando la cabeza del teclado. El
sobresalto le hizo tirar el vaso que tenía junto al portátil.
Encendió un cigarro y se quedó un rato pensando en el sueño tan
raro que había tenido.
Se
prometió, como cada día, no dejar de escribir hasta pasadas las
ocho de la tarde. A las seis ya estaba diciendo su frase favorita:
“Pepe, échame otro”.
-Hombre,
¡Alabados sean los ojos que te ven! El señor escritor se ha dignado
en visitarnos. ¿Que te pongo, un güiscazo?-
-Pero
que coj...- El escritor cogió el periódico que había sobre la
barra, con restos de aceite y otras manchas que mejor no preguntar
qué eran y se quedó atónito al ver la fecha. Había pasado un mes
desde que saliera borracho de aquella taberna.
-¿Un
mes? Joder, si que la pillé gorda la última vez-
-¿Pero
que dices?- le gritó un contentísimo Pepe -No sabes lo que hemos
esperado a que aparecieras. Sobre todo después de la dedicatoria en
la novela, a ver como era... “A Pepe, paciente con los culturetas
faltuscos y sin cuyos elixires hubiera sido imposible terminar esta
novela”-
Charlaron
un rato y, ya con los morros calientes por el alcohol y con todo un
poco más claro en su cabeza, salió tras no poder pagar (invita la
casa, ¿Qué menos?) tambaleándose hacia su coche.
-Caballero,
si yo fuera usted no conduciría en ese estado- le dijo una voz a su
espalda. -Si lo prefiere le llevamos nosotros a casa.-
Al
girarse vio como el detective Félix, el alien de Macmel y Jálamel
lo estaban esperando en la puerta del bar.
-Se
que estarás cansado, jefe- le dijo el lobo -Pero se me ha ocurrido
una segunda parte en la que...-
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