Quijotes desde el balcón

domingo, 26 de abril de 2015

El Escritor


Se prometió, como cada día, no dejar de escribir hasta pasadas las ocho de la tarde. A las seis ya estaba diciendo su frase favorita: “Pepe, échame otro”.

-Oye, ¿Como llevas la novela? Ahora estabas con una de ciencia ficción, ¿No?-

-Que va, hijo- Contestó el escritor -Con esa me atasqué. Ahora estoy con una de género negro. De un policía malafollá que está todo el día bebiendo y tal.-

-Pero ¿Has terminado ya alguna? El otro día estabas con la de los ovnis esos. Antes con una de hombres lobo o vampiros o nosequé. ¿Y ahora con una de policias? ¡A este paso no acabas ni una!-

-Oh, señor don crítico literario, ¿Cuantos millones de libros has vendido tu esta mañana? Ah, no, calla. Que tu sólo pones cafés.-

-Y copas a culturetas faltuscos, que no se te olvide.-

-Y a tus muertos si quieres. El proceso de creación es muy complicado. Podría explicártelo, pero sería faltarle al respeto a Cervantes. Tu échame otro copazo, a ver si con este me inspiro y escribo algo antes de cenar. A ver si es que me pones garrafón y por eso tengo el cerebro bajo mínimos.-

Pepe le llenó de muy mala gana, aunque ya acostumbrado al caprichoso humor del escritor, y le soltó el ticket para que fuera pagando. Que esa era otra, sin más ingresos que el virtual de sus novelas, y ni un puto folleto había publicado aún.

Salió de la taberna tambaleándose, y aún ni había anochecido. A duras penas logró abrir la puerta de su casa. Las llaves estaban especialmente rebeldes y, o bien se empeñaban en arrojar al suelo, o bien entraban todas menos la correcta. Finalmente cayó en el sofá, con la chaqueta aún puesta, pero no encontraba el mando por ningún lado.

Casi le da un infarto al ver como, junto a la ventana, una enorme bestia (o eso le parecía a él) sujetaba el mando entre los colmillos. Gruñía como una Harley a ralentí y babeaba sobre la alfombra. -Venga, bonito, ¿De dónde te has escapado? ¿Te han abandonado tus dueños?- le decía el escritor con la misma voz de gilipollas que pone cualquiera al hablar con un bebé.

Pero al acercarse se dio cuenta de que no era un perro, ni mucho menos. Era una especie de lobo de mil kilos, o de cien como mínimo. Soltó el mando delicadamente en el suelo y con las garras atrajo al escritor apenas a cinco centímetros de su boca. -¡¿Y que cojones se supone que debo hacer?! Vine para salvar a los pocos que quedaban de mi raza, pero ni se dónde están ni como lo voy a lograr.- No se puede negar que, para ser un lobo, hablaba un castellano más que correcto.

-¿De qué hostias me hablas, mala bestia?- Se arrepintió el escritor de haber dicho eso nada más soltarlo por la boca. -Mira, juntapalabras, soy Jálamel, hijo de Rascamel, y único heredero vivo de los reyes de los hombres lobo. Si, puta mierda de nombres, pero es culpa tuya. Tu me creaste, me hiciste creer que podría recuperar mi corona y así guiar a mi pueblo, o los pocos que quedan de él. Y ahora, ya que hasta yo me lo había creído, me dejas completamente abandonado. Hace seis meses que no me dices qué debo hacer, ni qué me voy a encontrar en mi camino. Así no hay quien viva.-

El escritor tardó un buen rato en procesar todo lo que el lobo (hombre lobo, rey de los lobos o lo que fuera esa enorme bestia) le había contado. Incluso se le había pasado la borrachera con el susto. Entonces cayó en la cuenta de que todo tenía sentido. Jálamel era el protagonista de su primera novela. O, mejor dicho, de su primer conato. Y la verdad es que la tenía bastante avanzada. Por lo menos ciento cincuenta páginas había escrito ya. Pero un buen día se atascó. Se quedó en blanco. Trató de continuar, pero a los dos días sin nada productivo ni aprovechable, la dejó en la carpeta de “borradores” y abrió un nuevo archivo en blanco.

-Tranquilo, tronco, te prometo que voy a ayudarte. Si quieres nos ponemos unos güisquis, o un vaso de leche o un hueso, lo que prefieras, y hablamos tranquilamente a ver qué solución le podemos dar. Quiero verte coronado rey, nadie lo quiere más que yo. Voy a la cocina y lo preparo todo, ya verás que brainstorming más molón nos echamos.- Mientras iba a la cocina le hervían las neuronas. Tenía mil finales distintos para la novela del hombre lobo y cientos de aventuras se le ocurrían a cada instante.

Al volver al salón, con una botella de VAT69 y cuatro paquetes de bacon se quedó completamente cegado. No era una luz blanca, era lo siguiente, como si el sol hubiera amanecido directamente sobre su encimera. En un acto reflejo arrojó el bacon a la luz y se tiró tras el sofá abrazado a la botella. Entonces fue cuando apareció una forma de metro y medio, con la cabeza enorme y dos ojos almendrados del tamaño de un puño.

-Salutaciones, escritor. Vengo en busca de guía y consejo. Mi planeta, Macmel, está siendo invadido desde hace tiempo por hordas de trasgos intergalácticos. Hasta ahora hemos podido resistir, pero llevamos casi tres meses terrestres sin saber que hacer para evitar la invasión. Tu nos guiaste desde el principio de la contienda, oh escritor, pero sn tu consejo estamos completamente perdidos.-

Esta vez ni se quedó petrificado ni nada. Conforme el alien le hablaba, el iba dándose cuenta de quien era. Su segunda novela, segundo conato, era de ciencia ficción, y de momento llevaba escrito justo lo que le había relatado aquel ser. Pero ¿Qué podía hacer él? Tras la ruptura, Laura no sólo se llevó todo lo que tenía en su piso, sino también sus ganas de escribir y su ánimo. Por eso dejó esa historia llena de honor, amistad y valor.

-Oh, oh- se dijo. Tras el tema de Laura dejó de lado la escritura unas semanas. Pasó a dedicarse en cuerpo y alma, ya que él no tenía pareja, a disfrutar de otras como la de J&B y 7Up o la de Beefeater y tónica. Cuando volvió a retomar su “trabajo”, dejó a los aliens de lado, y ya antes a los hombres lobo, y se dedicó a narrar el día a día de un detective cincuentón venido a menos. Fruto de varios divorcios y con más alcohol en sangre que perros descalzos por la calle. Cerró fuerte los ojos esperando que no entrara el detective Félix.

-¡Maldito cabrón hijo de la gran puta!- tarde era para el escritor, había llegado el que faltaba. -Para putearme bien que vales, ¿No, mamón inútil de mierda? Me has disparado, tirado por las escaleras, suspendido de empleo y sueldo. Y ahora, justo ahora, que iba a follarme a la mujer del capitán, ¿Ahora que tengo la polla como el cerrojo de un penal te callas?-

-Vale, venga, ya está bien- saltó el escritor deseando que nada de aquello, sobre todo el policía, fuera real. -¿Dónde está mi portátil? Ea, encendido y aquí vuestros borradores. Empecemos por el principio, a ver, el hombre lobo. ¿Qué es lo último que habías hecho?-

Las palabras fluían solas. Párrafo tras párrafo, página tras página, bit tras bit todo iba llegando a su desenlace. Jálamel se despidió de él, orgulloso de haber recuperado el reino de los hombres lobo y jurando nunca más atacar a u humano. Cogió el bacon y saltó por la ventana.

El pobre alien de Macmel lo pasó algo peor, de hecho, su planeta prácticamente quedó aniquilado. Por fortuna varios planeras cercanos recordaron antiguas alianzas y, finalmente, pudo rehacer su civilización con los pocos Maclíanos que quedaban. Era jodido, si, pero se fue contento.

El detective Félix se fue incluso antes de que su novela estuviera acabada. -¿Dónde coño vas, que ahora viene lo mejor?- preguntó el escritor. -Lo que venga después de suda la polla. Yo quería follarme a la señora del capitán, y hecho está. Y muy bien hecho, se agradece que me trates como si tuviera veinte años menos. Ahora haz lo que te de la gana. He pasado de todo y, desde que entré en el cuerpo, se que tendré una muerte chunga. Gracias, montón de mierda, por al menos haberne dejado echar el polvo del siglo.-

El detective cogió la botella de VAT69 y salió dando un portazo. -¡Hostias!- gritó el escritor, levantando la cabeza del teclado. El sobresalto le hizo tirar el vaso que tenía junto al portátil. Encendió un cigarro y se quedó un rato pensando en el sueño tan raro que había tenido.

Se prometió, como cada día, no dejar de escribir hasta pasadas las ocho de la tarde. A las seis ya estaba diciendo su frase favorita: “Pepe, échame otro”.

-Hombre, ¡Alabados sean los ojos que te ven! El señor escritor se ha dignado en visitarnos. ¿Que te pongo, un güiscazo?-

-Pero que coj...- El escritor cogió el periódico que había sobre la barra, con restos de aceite y otras manchas que mejor no preguntar qué eran y se quedó atónito al ver la fecha. Había pasado un mes desde que saliera borracho de aquella taberna.

-¿Un mes? Joder, si que la pillé gorda la última vez-

-¿Pero que dices?- le gritó un contentísimo Pepe -No sabes lo que hemos esperado a que aparecieras. Sobre todo después de la dedicatoria en la novela, a ver como era... “A Pepe, paciente con los culturetas faltuscos y sin cuyos elixires hubiera sido imposible terminar esta novela”-

Charlaron un rato y, ya con los morros calientes por el alcohol y con todo un poco más claro en su cabeza, salió tras no poder pagar (invita la casa, ¿Qué menos?) tambaleándose hacia su coche.

-Caballero, si yo fuera usted no conduciría en ese estado- le dijo una voz a su espalda. -Si lo prefiere le llevamos nosotros a casa.-

Al girarse vio como el detective Félix, el alien de Macmel y Jálamel lo estaban esperando en la puerta del bar.

-Se que estarás cansado, jefe- le dijo el lobo -Pero se me ha ocurrido una segunda parte en la que...-

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