El
agua estaba fría. Mas que de costumbre. El mar que en otro tiempo
gozaba de aguas verdosas, tenia ahora un matiz azul marino intenso. El
Atlántico. Miles de toneladas hundidas tras la última gran guerra. En el
ocaso de los dioses, aquellos pecios, deambulaban a la deriva, como
sombras, en un mundo fantasmal y traslúcido al recibir las primeras
luces del alba. Perniod puso rumbo hacia la isla en aquel vetusto
sumergible nuclear. Esperaba llegar a tiempo para la cena y si las olas
no lo impedían, recoger los víveres que el carguero habría depositado en
el atolón. La navegación sinuosa seguía su curso tratando de esquivar
los sonars. El imperio no consentiría la invasión de sus aguas tan
abiertamente. Ni tan siquiera en una misión humanitaria como aquella.
Perniod era un tipo duro. Forjado en la mar. Como aquellos lobos de la
guerra, siempre en busca de una presa fácil. Un tipo con mucha suerte.
Había escapado de los NU-Boats imperiales, en mas de una ocasión,
haciéndose pasar por una gran ballena negra, muerta, flotando
plácidamente a la deriva, en la corriente calida de Strauss. La misión
de hoy, aunque rutinaria, no erá fácil; llegar y soltar la carga antes
de que el Gran Aduanador del Imperio se diera cuenta. En un abrir y
cerrar de ojos estaría de vuelta. Pan comido. Nada mas lejos de la
realidad. Julius Heinz, el apuesto y estirado capitán del Graf Spitzer,
uno de los buques insignia del imperio, no se había levantado
precisamente de buen humor...
Para empezar, el subalterno le había tirado encima, con las prisas, su taza de Glicafe caliente. Aquello era imperdonable. Además y para colmo de males, el Segundo había olvidado la tarjeta matriz con las coordenadas de navegación y planos de la Isla, en la mesita de noche de aquel club de Filipinas. No. Heinz, estaba hecho mayonesa y con un cabreo supino. No obstante, el Graf Spitzer, siguiendo una corazonada de su intrépido capitán, viro en redondo, en persecución de aquella ballena negra e invisible, que intentaba escabullirse a toda velocidad, del Sonar.
Para empezar, el subalterno le había tirado encima, con las prisas, su taza de Glicafe caliente. Aquello era imperdonable. Además y para colmo de males, el Segundo había olvidado la tarjeta matriz con las coordenadas de navegación y planos de la Isla, en la mesita de noche de aquel club de Filipinas. No. Heinz, estaba hecho mayonesa y con un cabreo supino. No obstante, el Graf Spitzer, siguiendo una corazonada de su intrépido capitán, viro en redondo, en persecución de aquella ballena negra e invisible, que intentaba escabullirse a toda velocidad, del Sonar.
- Timonel, vire a babor 320º a toda maquina! Esta vez será mío...-
- ¡Pero Señor! Vamos al límite, si aumentamos la velocidad la nave podría....-
- Tonterias, Schultz, tonterias! ¿Acaso eres ahora un novato recién salido de la academia? Trae aca ese timón...
- ¡Todo suyo señor! -
Y
así transcurria el día, entre cuaderna y cuaderna del Buque Insignia
del Imperio. Sumido a veces en el desasosiego de la bruma del amanecer y
las contraordenes. Perniod, ajustaba en su cronógrafo de pulsera los
últimos compases del tiempo empleado en la travesía. Si toda iba bien y
según sus cálculos, el salto oceanográfico, tendría lugar a la hora
prevista de aquella misma tarde calurosa de Julio. Pensaba para sus
adentros, que como era posible que el Universo conocido, se hubiera
reducido a agua de aquella forma. Si, reducido a agua líquida y
uniforme, y que ahora cubría casi el 90% de la superficie de Terra 2 y
parte del Gran Espacio Exterior. Antes, era relativamente fácil,
atravesar el antíguo Canal de la Mancha, al mando de un Convoy,
eludiendo a los Nazis y sus submarinos de última generación. Pero los
hijos de los hijos de los nietos de aquellos, al parecer, no aprendieron
la lección. Perniod lo sabía, por muy hábil que fuera el Capitán Heinz
ya que este, nunca se había transformado en ballena negra, aunque
hubiera puesto todo el corazón o su empeño en ello. Sólo era un
subterfugio asumido por alguien que cómo él, se vendió al Imperio hacía
ahora varios Eones. En la mesa, junto al desgastado cuaderno de
bitácora, había una vieja foto digitalizada en blanco y negro, que al
mirarla, le recordaba, que en otro tiempo, él había sido parte del
almirantazgo, y aquello se hubiera considerado un manjar apropiado para
los dioses del mar. Sin embargo y a pesar de las dudas de Heinz, a día
de hoy, Perniod, desde su pequeño submarino nuclear, no luchaba ya por
sobrevivir. En cierto modo le daba exáctamente lo mismo. Estaba tan
cansado... Cuando salía a cubierta durante la noche para respirar un
poco de aire en aquel vacío semi-puro, se fumaba una pipa, con grandes
vahidos, como intentando aspirar todo el espacio-tiempo que había ido
consumiendo en su juventud. Como si hubiera sido condenado por la
Autoridad Marítima Espacial, a vagar siempre entre un sin fin de
adversidades. El, tan sólo pretendía llevar su carga, lo más rápido
posible. Lo justo para que un día más, otros pudieran disfrutar de ese
pequeño placer que consistía el alimentarse, abrigarse en el siempre
dificil Invierno Neptuniano, o fumarse un paquete de O'tabaco. Abrumado
por los pensamientos de Perniod, el propio Heinz despertó de su
somnoliento sopor. De repente, del cuadro de mandos y lucecitas del Graf
Spitzer, saltaron chispas acompañadas de un fuerte olor a quemado.
Perniod en su inmersión, habia vuelto a hacer de las suyas disparando un
par de Protorpedos, tan suaves y letales como leves cantos de Ballena.
Heinz nunca aprendió que la ruta de esas Ballenas Negras nunca debía
traspasar el Cabo de Fiornos. El Graf se hundió con toda su
parafernalia, entre enormes borbotones de agua azul marino y salitre,
mientras desparramaba por la superficie y entre el oleaje del mar
embravecido, cientos de papeles circuitería varía y una taza de Glicafé
humeante, que yacía anclada sobre la tabla de la mesa de navegación,
ahora a la deriva.
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