Quijotes desde el balcón

martes, 12 de mayo de 2015

Inmersión

El agua estaba fría. Mas que de costumbre. El mar que en otro tiempo gozaba de aguas verdosas, tenia ahora un matiz azul marino intenso. El Atlántico. Miles de toneladas hundidas tras la última gran guerra. En el ocaso de los dioses, aquellos pecios, deambulaban a la deriva, como sombras, en un mundo fantasmal y traslúcido al recibir las primeras luces del alba. Perniod puso rumbo hacia la isla en aquel vetusto sumergible nuclear. Esperaba llegar a tiempo para la cena y si las olas no lo impedían, recoger los víveres que el carguero habría depositado en el atolón. La navegación sinuosa seguía su curso tratando de esquivar los sonars. El imperio no consentiría la invasión de sus aguas tan abiertamente.  Ni tan siquiera en una misión humanitaria como aquella. Perniod era un tipo duro. Forjado en la mar. Como aquellos lobos de la guerra, siempre en busca de una presa fácil. Un tipo con mucha suerte. Había escapado de los NU-Boats imperiales, en mas de una ocasión, haciéndose pasar por una gran ballena negra, muerta, flotando plácidamente a la deriva, en la corriente calida de Strauss. La misión de hoy, aunque rutinaria, no erá fácil; llegar y soltar la carga antes de que el Gran Aduanador del Imperio se diera cuenta. En un abrir y cerrar de ojos estaría de vuelta. Pan comido. Nada mas lejos de la realidad. Julius Heinz, el apuesto y estirado capitán del Graf Spitzer, uno de los buques insignia del imperio, no se había levantado precisamente de buen humor...
Para empezar, el subalterno le había tirado encima, con las prisas, su taza de Glicafe caliente. Aquello era imperdonable. Además y para colmo de males, el Segundo había olvidado la tarjeta matriz con las coordenadas de navegación y planos de la Isla, en la mesita de noche de aquel club de Filipinas. No. Heinz, estaba hecho mayonesa y con un cabreo supino. No obstante, el Graf Spitzer, siguiendo una corazonada de su intrépido capitán, viro en redondo, en persecución de aquella ballena negra e invisible, que intentaba escabullirse a toda velocidad, del Sonar.
- Timonel, vire a babor 320º a toda maquina! Esta vez será mío...-
- ¡Pero Señor! Vamos al límite, si aumentamos la velocidad la nave podría....-
- Tonterias, Schultz, tonterias! ¿Acaso eres ahora un novato recién salido de la academia? Trae aca ese timón...
- ¡Todo suyo señor! -

Y así transcurria el día, entre cuaderna y cuaderna del Buque Insignia del Imperio. Sumido a veces en el desasosiego de la bruma del amanecer y las contraordenes. Perniod, ajustaba en su cronógrafo de pulsera los últimos compases del tiempo empleado en la travesía. Si toda iba bien y según sus cálculos, el salto oceanográfico, tendría lugar a la hora prevista de aquella misma tarde calurosa de Julio. Pensaba para sus adentros, que como era posible que el Universo conocido, se hubiera reducido a agua de aquella forma. Si, reducido a agua líquida y uniforme, y que ahora cubría casi el 90% de la superficie de Terra 2 y parte del Gran Espacio Exterior.  Antes, era relativamente fácil, atravesar el antíguo Canal de la Mancha, al mando de un Convoy, eludiendo a los Nazis y sus submarinos de última generación. Pero los hijos de los hijos de los nietos de aquellos, al parecer, no aprendieron la lección. Perniod lo sabía, por muy hábil que fuera el Capitán Heinz ya que este, nunca se había transformado en ballena negra, aunque hubiera puesto todo el corazón o su empeño en ello. Sólo era un subterfugio asumido por alguien que cómo él, se vendió al Imperio hacía ahora varios Eones. En la mesa, junto al desgastado cuaderno de bitácora, había una vieja foto digitalizada en blanco y negro, que al mirarla, le recordaba, que en otro tiempo, él había sido parte del almirantazgo, y aquello se hubiera considerado un manjar apropiado para los dioses del mar. Sin embargo y a pesar de las dudas de Heinz, a día de hoy, Perniod, desde su pequeño submarino nuclear,  no luchaba ya por sobrevivir. En cierto modo le daba exáctamente lo mismo. Estaba tan cansado... Cuando salía a cubierta durante la noche para respirar un poco de aire en aquel vacío semi-puro, se fumaba una pipa, con grandes vahidos, como intentando aspirar todo el espacio-tiempo que había ido consumiendo en su juventud. Como si hubiera sido condenado por la Autoridad Marítima Espacial, a vagar siempre entre un sin fin de adversidades. El, tan sólo pretendía llevar su carga, lo más rápido posible. Lo justo para que un día más, otros pudieran disfrutar de ese pequeño placer que consistía el alimentarse, abrigarse en el siempre dificil Invierno Neptuniano, o fumarse un paquete de O'tabaco.  Abrumado por los pensamientos de Perniod, el propio Heinz despertó de su somnoliento sopor. De repente, del cuadro de mandos y lucecitas del Graf Spitzer, saltaron chispas acompañadas de un fuerte olor a quemado. Perniod en su inmersión, habia vuelto a hacer de las suyas disparando un par de Protorpedos, tan suaves y letales como leves cantos de Ballena. Heinz nunca aprendió que la ruta de esas Ballenas Negras nunca debía traspasar el Cabo de Fiornos. El Graf se hundió con toda su parafernalia, entre enormes borbotones de agua azul marino y salitre, mientras desparramaba por la superficie y entre el oleaje del mar embravecido, cientos de papeles circuitería varía y una taza de Glicafé humeante, que yacía anclada sobre la tabla de la mesa de navegación, ahora a la deriva.

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