
Para empezar, el subalterno le había tirado encima, con las prisas, su taza de Glicafe caliente. Aquello era imperdonable. Además y para colmo de males, el Segundo había olvidado la tarjeta matriz con las coordenadas de navegación y planos de la Isla, en la mesita de noche de aquel club de Filipinas. No. Heinz, estaba hecho mayonesa y con un cabreo supino. No obstante, el Graf Spitzer, siguiendo una corazonada de su intrépido capitán, viro en redondo, en persecución de aquella ballena negra e invisible, que intentaba escabullirse a toda velocidad, del Sonar.
- Timonel, vire a babor 320º a toda maquina! Esta vez será mío...-
- ¡Pero Señor! Vamos al límite, si aumentamos la velocidad la nave podría....-
- Tonterias, Schultz, tonterias! ¿Acaso eres ahora un novato recién salido de la academia? Trae aca ese timón...
- ¡Todo suyo señor! -
Y
así transcurria el día, entre cuaderna y cuaderna del Buque Insignia
del Imperio. Sumido a veces en el desasosiego de la bruma del amanecer y
las contraordenes. Perniod, ajustaba en su cronógrafo de pulsera los
últimos compases del tiempo empleado en la travesía. Si toda iba bien y
según sus cálculos, el salto oceanográfico, tendría lugar a la hora
prevista de aquella misma tarde calurosa de Julio. Pensaba para sus
adentros, que como era posible que el Universo conocido, se hubiera
reducido a agua de aquella forma. Si, reducido a agua líquida y
uniforme, y que ahora cubría casi el 90% de la superficie de Terra 2 y
parte del Gran Espacio Exterior. Antes, era relativamente fácil,
atravesar el antíguo Canal de la Mancha, al mando de un Convoy,
eludiendo a los Nazis y sus submarinos de última generación. Pero los
hijos de los hijos de los nietos de aquellos, al parecer, no aprendieron
la lección. Perniod lo sabía, por muy hábil que fuera el Capitán Heinz
ya que este, nunca se había transformado en ballena negra, aunque
hubiera puesto todo el corazón o su empeño en ello. Sólo era un
subterfugio asumido por alguien que cómo él, se vendió al Imperio hacía
ahora varios Eones. En la mesa, junto al desgastado cuaderno de
bitácora, había una vieja foto digitalizada en blanco y negro, que al
mirarla, le recordaba, que en otro tiempo, él había sido parte del
almirantazgo, y aquello se hubiera considerado un manjar apropiado para
los dioses del mar. Sin embargo y a pesar de las dudas de Heinz, a día
de hoy, Perniod, desde su pequeño submarino nuclear, no luchaba ya por
sobrevivir. En cierto modo le daba exáctamente lo mismo. Estaba tan
cansado... Cuando salía a cubierta durante la noche para respirar un
poco de aire en aquel vacío semi-puro, se fumaba una pipa, con grandes
vahidos, como intentando aspirar todo el espacio-tiempo que había ido
consumiendo en su juventud. Como si hubiera sido condenado por la
Autoridad Marítima Espacial, a vagar siempre entre un sin fin de
adversidades. El, tan sólo pretendía llevar su carga, lo más rápido
posible. Lo justo para que un día más, otros pudieran disfrutar de ese
pequeño placer que consistía el alimentarse, abrigarse en el siempre
dificil Invierno Neptuniano, o fumarse un paquete de O'tabaco. Abrumado
por los pensamientos de Perniod, el propio Heinz despertó de su
somnoliento sopor. De repente, del cuadro de mandos y lucecitas del Graf
Spitzer, saltaron chispas acompañadas de un fuerte olor a quemado.
Perniod en su inmersión, habia vuelto a hacer de las suyas disparando un
par de Protorpedos, tan suaves y letales como leves cantos de Ballena.
Heinz nunca aprendió que la ruta de esas Ballenas Negras nunca debía
traspasar el Cabo de Fiornos. El Graf se hundió con toda su
parafernalia, entre enormes borbotones de agua azul marino y salitre,
mientras desparramaba por la superficie y entre el oleaje del mar
embravecido, cientos de papeles circuitería varía y una taza de Glicafé
humeante, que yacía anclada sobre la tabla de la mesa de navegación,
ahora a la deriva.
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