Miró a su alrededor temblando
entre el tumulto, apretando contra su cuerpo desnudo un trozo curtido de cuero.
Rostros demacrados y huesudos la
contemplaban sin piedad, ella sabía la verdad, y en una época en la que la
mentira era ley el saber exhalaba peligro. En ese momento el cortisol vibraba
por su cuerpo manteniéndola en alerta, como un lince acechado buscaba cualquier
posibilidad de escapar; todo se abría a su alrededor, era capaz de percibir las
hormonas de la multitud resbalándose en el ambiente cual viscosas células de
destrucción.
EL Santo Oficio de la Inquisición
debía intervenir, el inquisidor de la aldea la agarró por la nuca y comenzó a
exponer su acusación:
-
Esta mujer
es una hereje, está endemoniada y se atreve a lanzar sus maldiciones y conjuros
sobre la Santísima Madre Iglesia! Llevadla a los calabozos, mañana el Consejo
de la Suprema la condenará. Podremos celebrar el día de los difuntos en Paz.
Dos hombres que le parecieron
enormes la agarraron bajo las axilas y la sacaron en vilo de la plaza dónde
había sido humillada para llevarla a una celda húmeda en el ayuntamiento; por
el camino la gente le lanzaba insultos mezclados con piedras y saliva, restos
de col podrida e inmundicias varias. Ella las transformaba en regalos, podía
elevar la energía de la basura para que floreciera como la misma luz, levantó
la mirada y clavó sus ojos en el
público, sintió entonces que estaban podridos de miedo y que ella no tenía
miedo, se sentía viva. Antes de cerrar la pesada puerta de madera uno de los hombres
la agarró por el cuello e intentó besarla pero ella le golpeó la nariz con la
frente haciéndolo sangrar:
-
Vas a pagar por esto bruja!
El otro hombre la empujó al suelo
y agarró al sangrante para salir de la estancia:
-
Ven fuera, vamos a darle un buen escarnio a esta
cerda, vayamos a por mis herramientas…
Cuando la puerta se cerró se dio
cuenta de que estaba sobre un charco maloliente, le dolía el cuerpo herido y
entumecido. Se levantó como pudo y se acercó a un viejo catre para cubrirse con
una tela y secarse, estaba helada, se restregó tierra del suelo por las
piernas, con la esperanza de limpiarse un poco. Escuchó unos pasos que se
acercaban y se estremeció pensando que esas dos bestias venían a por ella, pero
cuando la puerta se abrió apareció tras ella una mujer muy vieja.
Se abalanzó sobre ella y le
cubrió la boca con sus manos finas de largos dedos:
-
Mujer, calla y ven conmigo si quieres mantener
el pellejo.
Como no tenía nada que perder,
presa de la incredulidad se agarró a la anciana y juntas salieron de la celda y
bajaron por unas escaleras que conducían a las salidas subterráneas; desde el
incendio del pasado siglo habían habilitado una salida de emergencia.
En la calle un carro tirado por
mulos aguardaba, la vieja indicó a la mujer que subiera y se metiera en una
especie de tinaja de barro grande que cubrió con un lienzo.
Pasaron horas, parecían días, en
aquella nueva celda, sin saber a dónde la llevaban, relegada a la suerte de una
desconocida con dones de mando. Ella oraba, decretaba pidiendo la bendición de
la Gran Madre, asustada aún, al fin pudo llevarse las manos al vientre pues en
su cáliz amoroso un pequeño bebé crecía desde hacía casi 3 meses. Había
ocultado su milagro por miedo a que la dañaran aún más, su amado también era
perseguido por enseñar a leer a niñas y niños del campo…pero lo que ella había
hecho era aún peor; había acusado a un sacerdote de abusar de niños y niñas. Lo
vivió en su cuerpecito infantil, supo cómo sucedía a otros y ya no pudo callar,
pero ahora estaba condenada a la hoguera.
Cuando estaba a punto de dormirse
el carro se detuvo y la anciana descubrió su escondite, la noche era negra, la
luna de la Diosa de la Muerte reinaba el 1 de noviembre haciendo honor a la
festividad de los difuntos. Las dos mujeres se miraron a los ojos por primera
vez en la penumbra y continuaron su camino hasta adentrarse en una cueva.
Al fondo de una estrecha galería
se percibía el resplandor del fuego contra las paredes de roca, cada vez
estaban más cerca, ella aún con el alma en vilo, cuando llegaron al ensanche
todas las terribles emociones que llevaba 2 días acumulando estallaron en un
llanto de loba, en ese instante se lanzó a abrazar a su amado, que la esperaba
allí con otras familias escondidas. La anciana que la ayudó a huir era madre de
un inquisidor famoso y a veces, cuando la vieja presionaba mucho la dejaba
salirse con la suya y ayudar a pobres almas condenadas al fuego del silencio.
Al lado de la hoguera había
calabazas vacías con velas dentro, dulces de miel y hojas secas; así esa noche
honraron a los difuntos y difuntas, agradeciendo por todo lo que habían hecho
en sus vidas y sus ausencias, por velar desde el otro mundo, por mantener encendida la llama de la vida desde la
presencia de la muerte.
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