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La
nueva sala había quedado perfecta. Mucho mejor de lo que se podía
imaginar viendo los planos. “La Casa 6F” se inauguraba tras dos
años de trabajo. La mejor sala de conciertos de la ciudad resurgiría
así tras aquel fatídico incendio. Y, evidentemente, la inaugurarían
los “Ópera Fimosis”. Homenaje a la sala que los vio nacer a y
Éric, el guitarrista que falleció entre las llamas hace dos años
en una triste noche de verano.
No
eran nervios lo que tenía Náilo, era más bien una especie de
furor. No era sólo una sala, sólo un edificio; era toda su vida y
su dedicación renaciendo como el Ave Fénix de las malditas cenizas.
A
las diez de la noche, con el aforo de la Casa 6F al completo, se
apagaron todas las luces. Unas llamas aparecieron en las pantallas
gigantes que había tras el escenario y comenzó la locura entre los
asistentes. El humo llenó el escenario y un foco resaltó la parte
central. El efecto era espeluznantemente real. Apareció entonces
Raúl, el nuevo guitarrista, y comenzó la intro de “El Sótano del
Infierno”, el gran hit de los “Ópera Fimosis”. Luego le
acompañó el batería, el bajo, y finalmente un grito salió desde
el fondo del alma de Luis el vocalista: “¡Esta va por tí, Éric!”.
La locura invadía la sala. Saltos, gritos, palmas, empujones. No
sólo era un grupo tocando en un local, no. Era una gran familia que
tras dos años volvía a reunirse en la fiesta más grande jamás
contada.
La
gente sudaba a caños. Náilo no daba abasto sacando cervezas y la
caja no paraba de engordar. Casi se le estaban saltando las lágrimas.
Dos años de miedos y esperanzas, de abandonar y retomar el proyecto.
Dos años que, podía ahora comprobar casi sin creérselo, habían
dado mejores frutos de los imaginables.
Entonces
se descolgó la barra de luces de un lado cayendo sobre la cabeza de
Raúl y friéndole la melena rubia con sus casi dos mil vatios. Al
principio parecía parte de la puesta en escena. Espectacular con
todas las novedades de la sala. Pero poco tardaron los miembros del
grupo en darse cuenta de que no era ninguna broma. Quemaduras de
tercer grado y unos meses de baja. No fue tan grave como parecía.
A
los pocos días todo volvió a la normalidad. Un simple accidente,
sin demasiada repercusión. Poco a poco fueron llegando más grupos a
la Casa 6F para ensayar y programar conciertos. Pese a que todo se
había revisado, no tardaron en volver los accidentes. Los Ópera
Fimosis buscaban nuevo guitarrista y hacían pruebas casi diarias.
Era casi imposible encontrar a alguien que medianamente se pareciera
a Éric. Una tabla mal ajustada hizo que el anterior guitarra de los
“Quién” se torciera un tobillo. También otro guitarrista, este
tocaba aún con “Los Vandames”, tuvo que retirarse al partirse un
dedo con el estuche de la Fender.
El
tema de los diversos accidentes hizo crecer una leyenda negra sobre
el local. Pero ventajosa. El morbo era más grande que el miedo y
lleno tras lleno pasaron varios meses.
Un
martes era el turno de Domingo. No había tocado nunca con ningún
grupo, pero tenía formación de conservatorio y un oído magnífico
para el Rock. Con una mezcla de miedo y nerviosismo se subió al
escenario. Medía cada paso y cada movimiento, no quería que nada
estropeara su audición. Una vez todo estaba listo comenzó a tocar.
Luis y el resto del grupo no daban crédito a lo que estaban
escuchando. Con una simple Telecaster, Domingo comenzó a tocar a
Paganini. Alargó hasta enlazar con el tapping del Thunderstruck y
terminar sonrrojando al mismísimo Steve Vai con una versión muy
personal del Tender Surrender. Todos los de Ópera Fimosis tenían
los pelos de punta y las lágrimas saltadas. Tenían al candidato
perfecto, era casi mejor que Éric. Sólo le faltaba una cosa: tener
soltura en el escenario. Para un grupo de Rock no basta con tocar
bien, hay que dar espectáculo. Y Domingo sentado en un taburete no
lo daba demasiado.
Cuando
Náilo volvió al día siguiente a limpiar y dejarlo todo listo para
el siguiente grupo encontró una nota sobre la barra. Una vieja
partitura ilegible, amarillenta y con los bordes quemados, escrita
con tinta roja que decía: “Domingo es el elegido. Si toca él se
acabarán los accidentes”. Lo comentó con Luis, pensaba que era
una broma pesada. Pero este tampoco sabían de quién podía ser la
nota. Era imposible que Domingo actuara con ellos. Sí, era genial,
el mejor con diferencia. Pero le faltaba pelo, le faltaba paquete y
no se sabía mover por el escenario.
Finalmente
eligieron al primer candidato. Lo tenía casi todo. Era mediocre
tocando la guitarra, pero sus saltos y su paquete con mallas
compensaban su mal oído. Y una vez completo el grupo se puso fecha
de regreso.
Ni
un alfiler cabía en la sala La Casa 6F. Náilo estaba entusiasmado,
aunque algo le decía por dentro que no era buena idea ese concierto.
Comenzaron
con temas nuevos. Al público parecía que le gustaban, pero habían
perdido un poco la frescura de sus clásicos de años atrás. Los
solos del nuevo guitarrista no levantaba un aplauso, pero si el
hacerlos tumbado en el suelo o simulando un coito con el
amplificador.
Llegó
entonces el turno de los bises. Toda la sala se desgañitaba pidiendo
“El Sótano del Infierno”. Luis no estaba convencido, el nuevo
guitarra era bueno, sí, pero no tanto como para bordar la intro de
ese tema. Y sin esa intro se quedaba en nada. Pero de repente comenzó
a sonar. No era el nuevo. Tampoco Domingo, que miraba atónito desde
la barra a los altavoces, identificando nada nota y pasando de
sorprendido a perplejo y a aterrorizado a cada sonido de esa
guitarra.
Luis
le hizo señas a Náilon y este al técnico. Ninguno sabía de dónde
provenía aquel sonido. Apagaron los amplificadores, las mesas, pero
nada. Aún desconectadas de la corriente seguían los vúmetros
oscilando hasta el tope. Sólo quedaba encendida una luz en el
escenario, el foco direccional que debería de estar enfocando al
guitarrista para este solo. Y así lo hizo.
Salido
de la nada, humeante, apareció una figura con unos vaqueros rasgados
y quemados, sin camiseta. Media cabeza tapada por la larga melena
rizada y la otra media quemada y en carne viva. Una muñequera con
tachuelas en la mano derecha y una Gibson SG que sonaba como recién
sacada del infierno.
-”¡Me
cago en mis muertos! ¡Es Éric!”- Gritó Luis mientras caía en
redondo al suelo.
-”¡Malditos
bastardos!”- Gritó la fantasmal figura de Éric -”Hace más de
dos años me matasteis en este mismo escenario. Todos corriendo en el
incendio mientras yo trataba de salvar mi guitarra sin ayuda de
nadie. Y hoy volvéis a matarme a mí y a la música. Habéis
convertido mi mejor tema, y a mi grupo, en una pantomima más propia
de la Orquesta Tentación. Eso nunca os lo perdonaré. ¡Domingo! Tu
serás mi sucesor. Coge mi guitarra y vela porque cada nota que suene
aquí sea digna y no se prostituya. Náilo se encargará de que no te
falten grupos donde tocar. Ahora me vuelvo abajo, donde he pasado
estos años, y espero que no me obliguéis a salir de nuevo de mi
Sótano del Infierno.”-
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