Quijotes desde el balcón

jueves, 19 de enero de 2017

Jenny Cogió Su Fusil




      Había visto demasiadas veces Forrest Gump,  junto a Noa,  como para no querer algo así.


Noa era lo más exótico que te podías encontrar por estos pasajes sureños de Andalucía.
Cuando aún las adopciones eran motivo de cuchicheo y rechinar de dientes entre las perfumadas para misa de domingo, Pepi, la mujer del panadero de la Ctra. de Granada, se cansó de asumir. Pepi se cansó del dicho vano de sus vecinas: - ¡Hija, Dios lo ha querido así contra eso no se puede hacer "ná"-. Pepi, no era así, Pepi no llaneaba con la razón... ella siempre estaba dispuesta a quemar el cielo si hacía falta para alcanzar "algo más".
- Pedro, sabes qué es lo que más quiero en el mundo, lo que más queremos, pues no creas que no te oigo llorar de madrugada mientras echas unos minutos de "espabileo ante el espejo. He estado informándome bien, leyendo toda la legislación actual y pensando como decirte esto. Ahora que la panadería va bastante bien, no podemos tirar la toalla en nuestro sueño de formar una familia. ¡Quiero que adoptemos una niña!
Para Pedro, que había echado los dientes con su padre, repartiendo pan de calle en calle; escuchando los elogios y puñales que las vestidas de negro soltaban cada mañana, tan solo por la necesidad de soltar algo, se le venía el mundo encima. Él era el primero que quería que sus hijos crecieran corriendo a su alrededor entre los hornos de la panadería, y al llegar a casa preguntarles por la escuela; leer con ellos y tumbarse a su lado hasta dormirse sin cerrar el cuento.
Una noche se metió en la cama, le dio un beso a Pepi y se giró en silencio. Cuando su respiración indicaba que ya se había dormido, Pedro se giró, la abrazó y le dijo al oído. Se llamará Noa. Pepi cogió las manos de Pedro, las apretó y no tuvieron que decirse nada más esa noche. A veces la felicidad es, enturbiándose si alguien trata de definirla.

Siete años después de la noche en que Noa "fue engendrada", aquella pequeña danesa de ojos rasgados; pelos rojizos propios de allí y piel morena, abanicada por el aire de las calles de enfrente del sol de aquí, pasaba a segundo de primaria sabiendo lo "insabible" a su edad, siendo más gitanilla que la más nativa local que pudieras encontrar y, por supuesto sin separarse, ni medio metro, de su sombra desde que dejaron la guardería; de su vecino y su compañero de clase, de Diego. Ella lo defendía de los típicos machotes que aún no los conocían. Noa había aprendido desde muy pequeña, que su condición de diferente les acarrearía muchas burlas, encuentros incómodos con la maldad innata de los niños de su escuela y todo tipo de contratiempos. Ella se hizo fuerte sobre su propio eje; su inteligencia, su estatura por encima de la media, y su desparpajo a la hora de dar un guantazo en el momento justo al cabecilla de turno antes de ser humillada, habían relegado a Diego a un cómodo banquillo, en el que pocas veces tendría minutos en el terreno de juego.
Los padres de Diego llevaban pocos años viviendo en Alcalá La Real; es lo que tienen los jóvenes guardia civiles, están unos años como jugando al "Enredos" por toda la geografía nacional, hasta que cogen algo de rango y motivos por los que quedarse en algún sitio. El caso es que su padre acababa de ascender a Cabo hace un par de años, y su madre ya estaba asentada entre las vecinas del cuartel y entre las catequistas y amigas de su parroquia. Así que cada día le pedían a Diego que por favor no se metiera en ningún lío, y le recordaban que no les gustaba mucho que estuviera todo el día con la hija, esa rara, del panadero. A Diego le molestaba muchísimo como sonaba eso dicho de la boca de su padre, pero sabía que por detrás venía el abrazo de madre, ese que aplaca las olas de cada dura lección paterna.
Pepi dejaba a Noa en la entrada del cuartel, y el de puertas avisaba por el interfono a la mujer del joven Cabo de que subía la hija de Pedro el "panaero". Noa, apretaba a Diego para que acabaran los deberes lo antes posible, así podrían pasar la tarde jugando en aquel paraíso verde lleno de rincones misteriosos que formaba aquel viejo cuartel de la guardia civil.

En los primeros meses de instituto, Diego comenzó a entender lo cuesta arriba que le se iba a hacer mantener aquel uña y carne con el que había crecido desde pequeño. Allí no estaban solo los de su colegio; a esos los tenía ya Noa, clasificados y controlados desde hace tiempo. En el instituto de mi pueblo había ya gente de todos los colegios incluidos los de las aldeas... y la pelirroja era ya un fruto exótico deseado por todos. Aquella batalla estaba perdida de antemano, aquel amor, su (de él), estaba guillotinado de antemano por la realidad geográfica que conllevaba la educación secundaria. Si. Diego estaba enamorado de Noa. Ya tenían edad como para que la palabra amistad tomara una nueva dimensión, pero Diego veía la cuesta arriba interminable que escondía la reciprocidad del amor. 

Tenían claro que ambos querían inclinar desde un principio, sus estudios al ámbito de las letras:  Filosofía, Latín, Lengua y Literatura, etc. Todas esas asignaturas que no implicaran verdades absolutas, que pudieran ser debatidas o interpretadas. Así había sido la vida de ambos desde que se conocieron.
 A mediados de curso, Juan, el delegado de clase, invitó a Noa, junto con otros de la clase y amigos de su barrio, a celebrar su cumpleaños en la hamburguesería que había enfrente de sus pisos. Merendarían, tomarían tarta y jugarían en el parque de enfrente hasta la noche. Diego fue uno de los no invitados.
Y, ese día, entre la salida del insti y el cuartel, metros que utilizaban Noa y Diego para resumir las vivencias del día y quedar para la tarde, nadie dijo nada. Diego esperaba tal vez un: - ¡Si quieres no voy, no sé por qué a ti no te ha invitado!- pero nada, Noa no dijo nada al respecto: - ¡Nos vemos mañana, Diego! Gritó colocándose bien la mochila y echando a correr hacía su casa. Como si alguien apretara un hacha de cocina sobre la cabeza de Diego, pero sin poder clavarla, tan solo provocando un enorme dolor de cabeza y despertando a aquella bestia de adolescencia a la que llaman realidad. Diego subió las escaleras del portalillo hacia su piso con la respiración entrecortada. - ¿Ya está?- pensó. ¿Ahora es cuando Jenny coge su guitarra y va por ahí luchando contra el mundo? Pues yo no me pienso ir a la guerra, - se repetía Diego mientras su padre le gritaba a lo lejos qué se lavara las manos y qué se diese prisa en sentarse a la mesa.
 Era viernes, los viernes por la tarde, Noa y él, merendaban dulces mal cortados de la panadería de los padres de Noa, mientras hablaban de películas, y ponían por enésima vez las escenas extras y explicaciones del director de Forrest Gump. Noa (Jenny) no volvió, y aquel fin de semana, era el que pasaba con sus padres celebrando el cumpleaños de su abuela materna en Córdoba. - ¡Vaya mierda!- pensó Diego, no solo nos hemos quedado sin nuestro viernes por culpa del capullo ese sino que ya no hablaré con ella hasta el lunes. - ¿Qué habrán hecho? ¿Cuando acabaría el cumpleaños? ¿Y si alguno le está tirando? ¿Me lo contará? Diego ni merendó aquella tarde, ni cenaría después de lo que aquel viernes negro aún le tenía guardado. - ¡Diego, qué queremos hablar contigo! le dijeron sus padres a eso de las diez y media de la noche, una vez que su padre acabó su turno, y estuvo preparada la cena. - ¿Qué pasa? ¡Yo no he salido de aquí en "to" el día! Pocas quejas de mi puedes tener hoy. - ¡Qué no es eso que te calles! le dijo el padre sin que sonara muy autoritario esta vez. - ¡Calla que papá quiere decirte algo muy importante! - dijo su madre.
- Hace unas semanas, me ofrecieron, desde la comandancia de Jaén, la posibilidad de irme destinado unos años al País Vasco, ganaría el doble que estoy ganando ahora más incentivos que serían bastantes. Lo hemos estado hablando muchísimo, tu madre y yo, durante estos días, y hemos comprendido que es el empujón que estaba buscando, para ganar dinero de verdad, comprar por fin la casa que siempre hemos querido tener, subir de rango a mi vuelta, y así estar, lo que me quede de guardia civil, aquí y de forma más tranquila.- Qué! - ¿Cómo lo ves? - Le preguntó su padre con el brillo en los ojos del que se ve ganador en una maratón sin rivales. - ¿Qué cómo lo veo? ¿Qué como lo veo? Diego no tuvo fuerzas ni de soltar unas cuantas lágrimas en ese momento, pero las lágrimas estaban ahí.. -¡Madre mía! ¿Pero qué pasaba ese viernes? ¿El Dios que tanto enseñaba su madre a los nenillos de catequesis estaba jugando al trompo con su destino? - Mira que hacía tiempo que Diego pasaba del tema de Dios y sus secuaces, sobre todo a raíz del instituto, de ciencias naturales, de Filosofía, y de conocer otras culturas más a fondo. Pero está claro, que si había alguna chispa divina por ahí suelta, estaba riéndose en la cara de ¨Diego en esos momentos. Lo único que le apetecía en ese momento era coger el teléfono y llamar a Noa, como siempre que algo iba mal había hecho, pero sus padres estaban demasiado pendientes de su reacción como para que esa llamada pasara desapercibida.- ¡Dejadme en paz! ¡Me acuesto ya! les casi gritó 

Al lunes siguiente, el interfono del Cabo sonó para que Diego bajara, Noa ya estaba allí, les dijo el de puertas. Los primeros metros se llenaron de un medido silencio, pero al fin Noa estalló, con una sonrisa de oreja a oreja, - ¿Sabes? por fin el viernes, cuando se estaba despidiendo de mi, Juan me besó. Estuvo genial, se tuvo que empinar un poco, pero me sujetó la espalda y nos dimos un beso alucinante, llevo todo el fin de semana pensando en eso.- ¡ZASCA...ZASCA  y más ZASCA! 
- ¿Por fin? - pensó Diego ... Dejando a la altura de un alpargata el dolor de su pronta despedida sin fecha segura de regreso. - ¡A tomar por culo ese amor unidireccional!- Diego no sabía donde meter la cabeza, en esos momentos la tenía dando vueltas entre el intestino delgado y el grueso... y tardaría tiempo en digerir todas esas hostias, que en forma de alfileres estaban dándole desde el pasado viernes al salir de clase. Aguantó como pudo la clase de inglés, y sin mediar palabra, en el primer cambio de clase, se fue. Al llegar a su casa le dijo a su madre que tenía mucho frío y ganas de vomitar, que buscara un ibuprofeno y le pusiera otra manta en la cama, que estaba tiritando de frío y se acostó. Jamás había estado tan despierto como aquellas horas que pasó en cama aquel día. 
   
    Noa (Jenny) jamás volvió a sus brazos en ningún abarrotado parque reivindicativo.

Escena de Reencuentro de Forrest Gump y Jenny en Washington D.C.




2 comentarios:

Nono Vázquez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Nono Vázquez dijo...

Buen planteamiento y desarrollo. Trama adictiva. Con Forrest Humo me has ganado. Muy bueno.

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