Quijotes desde el balcón

miércoles, 8 de marzo de 2017

The murderer that was not ("Desduda" entre las sábanas)

por Raúl Góngora

Piso de Adam Walz, Market St., Philadelphia
Aquellos interminables turnos de guardia, y su posterior papeleo, terminaban bloqueando el cuerpo y mente de Adam Waltz. Desde su ascenso a sargento del cuerpo de bomberos de Philadelphia siempre tenía que echar una hora más de trabajo revisando los informes de sucesos diarios, programando los equipos y turnos de trabajo oportunos. Pero hoy no. Hoy dejaría el papeleo administrativo para mañana. Amy y él cumplían 5 años de casados y Adam le tenía preparada una sorpresa. Tenía reservada mesa para cenar en un restaurante nuevo junto al río.


Así que aquellos escasos diez minutos en coche, desde el Departamento de bomberos de la calle Spring hasta su piso en la 8th con Market Street, eran pura desconexión. Algo de música clásica aislándose del ajetreo del pleno centro de Philadelphia.

 

La luna, casi llena, se vislumbraba alzándose al fondo de la vertebral calle Market, mientras Adam probaba suerte entre los callejones colindantes a ver si hubiera algún aparcamiento libre. No le molestaba seguir callejeando unos minutos más, su cerebro aún estaba reblandeciéndose con aquellos acordes del pasado. En la segunda vuelta, justo por enfrente de su piso, se quedó mirando con extrañeza a aquella mujer que se despedía, soltando la mano lentamente de un caballero muy bien vestido; traje gris de corte urbano y de talle alto. Desaceleró con disimulo, y al estar a la altura exacta del autobús de línea, se quedó perplejo al ver que era Amy. Adam siguió conduciendo lentamente, con la mente totalmente bloqueada por la saturación de ideas que rondaban su cabeza, queriendo entrar sin dejar salir, y metió, sin más, el coche en el parking.
- ¿Quién sería aquel tipo? ¿Qué tendría Amy que ver con él? ¿Será lo primero que nunca quieres que sea?  -se preguntaba Adam-. ¡Imposible! -se respondía- Nos va muy bien y llevamos unos años en total progresión en nuestra relación. -se auto consolaba.
Adam vivía en una zona privilegiada de Market Street, en su cruce con la octava. A unos 5 minutos en coche del ayuntamiento, y con el transporte urbano justo en su puerta. Era un edificio blanco de fachadas coloniales, como de inicios de siglo, pero totalmente reformado en su interior. Su padre tenía un antiguo negocio de imprenta en los bajos del edificio, un negocio amplio, y con gran reputación en la ciudad. Así, la franquicia que compró todos esos bajos y la primera planta, indemnizó a su padre con uno de los pisos del edificio, totalmente reformado. Era el piso que había en la cuarta planta por encima de la entrada principal del nuevo mega negocio de sombreros; trajes a medida y complementos de alta costura, de la cadena ROSS. Sus padres se fueron a vivir a las afueras de Philadelphia; barrios más tranquilos, y casas mucho más acogedoras para gente de su edad. Adam, hijo único, recibió aquel piso como regalo de boda. Aquel año fue completo: boda, ascenso a sargento y pisazo seminuevo  en pleno centro.

Cogiendo el ascensor, trataba de aflojar todos los músculos de su cara, para que no se le notase el hormigueo que le corría por dentro. Al entrar comprobó que, efectivamente, Amy llevaba puesto el vestido y la camisa de la chica de la parada del bus urbano. Además, Adam conocería a Amy a una milla de distancia.

Amy acarició el pelo de Adam y lo besó durante unos segundos...
- ¿Y esta sorpresa? -le preguntó.
- No creerías que no iba a tener nada especial pensado para nuestro quinto aniversario ¿no? -le contestó Adam, con la sonrisa lo menos teatral que pudo y cogiéndola de la cintura.
 - ¡Vístete, que tenemos mesa en The Crown, el restaurante nuevo pegado al río que inauguraron la pasada semana!
- ¿Has conseguido mesa? -le preguntó Amy iluminando al máximo sus ojos-. Me han dicho que está todo reservado con bastante antelación, y que las vistas, el ambiente y los platos que sirven son impresionantes.
- ¡Toma, abre tu regalo! -le dijo Amy mientras le daba un pequeño sobre.
Adam lo abrió y en una pequeña cartulina se leía Estoy dentro del armario del dormitorio. Adam corrió la puerta del armario que ocupaba todo el frontal de la habitación y allí estaba todo un completo equipo de pesca; hasta el más mínimo de los complementos.
- Llevas años diciendo que quieres pescar los domingos -le dijo Amy antes de que Adam pudiera cerrar la boca de asombro-. Ahora podrás ir con Michael y David a compartir los maravillosos momentos de pesca de los domingos que tantas veces se empeñan en restregarnos cada vez que nos juntamos. Ahora seréis tres en la barca las mañanas de los domingos.
Amy no había acabado aún la frase, cuando Adam ya tenía el rostro serio y los ojos alicaídos de nuevo, mientras se desquitaba la ropa para irse directo a la ducha.
- ¿Los domingos a pescar? ¿Y a ti quien te está pescando, Amy? -taladraba el diablillo rojo del pensamiento negativo en toda su mente, sin dar ni siquiera permiso para asomarse al angelillo blanco que se supone que traería el pensamiento positivo.
Mientras Amy aún seguía con la parafernalia social obligada de saludos y sonrisas con las mesas contiguas del restaurante, Adam estaba con la mirada perdida en los juegos de luces que formaban los barcos con los reflejos nocturnos del río Schuylkill.
- ¿Le digo algo? -se preguntaba- ¡No, no es el día para liar la discusión! ¿Y si no es nada de lo que parecía ser? Pero, ¡Joder, no se despide uno así del instalador del aire acondicionado; ni del antenista, ni de un fontanero…! Y Amy no tiene familia cercana. ¡Buf, vamos Adam, cálmate! -intentaba decirse a sí mismo-. No es día para arrojarlo todo al río, por muy hondo que este parezca.
- ¡Adam, Adam! ¿Te pasa algo? Te estaba llamando para que saludaras a los Fords, los nuevos vecinos de tus padres, y ni me has oído. ¿Va todo bien?
- ¡Si, si, Amy! Es que ha sido un día muy largo y desconcertante en el trabajo y estoy un poco bajo de revoluciones. Tranquila que esto lo arreglo yo. ¡Camarero, una botella de Ribera del Duero español de reserva, que he oído que tienen uno excelente!
Amy, se inclinó hacía él, y lo besó durante unos segundos con una pasión ilógica para el momento y el lugar. Adam sonrió mirando de reojo a las mesas de al lado. Amy no había mostrado nunca mucho pudor en besar en público ni hacer otro tipo de caricias y arrumacos, pero esa noche estaba especialmente lanzada.

Estaban ya en la mitad de los postres, cuando Amy, subiendo su pie descalzo por el medio del pantalón de Adam, le dijo:
- ¡Anda, paga y vámonos para el piso… que nos queda aún mucha noche por quemar! -se le notaba en la cara y en la sonrisa picarona que el vino ya había empezado a hacer efecto.
Fue una de las noches más fogosas que Adam recuerde en los cinco años que llevaban de casados. La variedad de preliminares y la pasión que puso Amy a cada momento, fueron espectaculares. Pero, entrando los primeros rayos de la  mañana en la habitación, a Adam solo se le pasaba por la cabeza que aquello era un acto de compensación de culpabilidad.
- ¿Quién sería aquel tipo?
Fue un gran día de desconexión de malos pensamientos para Adam. Tan solo su nuevo equipo de pesca y dos de sus mejores amigos, Michael y David,  tendrían cabida en aquella barca; amén de que pescaran algo importante, cosa que dudaba dada la grandísima afluencia de otros aficionados, mucho más serios y constantes, que se juntaban en aquel caudaloso río los domingos. Pero en fin… Risas, recuerdos de instituto, y muchas latas de cerveza fueron suficientes para evadirse de elucubraciones.

Cuando la ranchera de Michael empezó a avanzar por la calle Market dirección al piso de Adam, este ya notó unos juegos de luces al fondo que le resultaban familiares, era la policía;  el camión pequeño de bomberos y una ambulancia, y parecían que estaban parados no muy lejos de la esquina de su piso. Ya justo al lado, Adam comprobó aterrorizado que que los agentes de policía y los del servicio de urgencias médicas salían de su portal. Bajó de la ranchera casi en marcha y se fue directamente a Frank, su compañero de trabajo, oficial de bomberos de una de las unidades que tenían guardia esa tarde-noche.
- ¡Adam, Adam espera!
- ¿Qué pasa Frank, qué pasa? -le contestó Adam casi a voces. A la misma vez que un sargento de policía se le acercaba.
- ¿Es usted el marido?  ¿Es usted Adam? -le preguntó aquel bajito bigotudo con pinta de tener muchos kilómetros de patrullaje a sus espaldas.
- ¿El marido? ¿El marido de quién? ¿De Amy? ¿Le ha pasado algo a mi mujer?
Le preguntó, ya a voces, Adam al sargento de policía, a la vez que lo intentaba esquivar y entran en el portal. El policía sujetó el brazo de Adam y muy fríamente le dijo:
- ¡Usted no va a ningún lado! ¡Entre en el coche!
- ¿Cómo? ¿Qué pasa? ¿Está bien Amy? ¿Dónde está? Frank, dime algo- le gritó Adam a su compañero de trabajo ya con la voz desgarrada de la ansiedad de la situación.
- ¡Lo siento Adam, no puedo hablar contigo sobre el caso, aún siendo mi jefe, órdenes de la policía!
- ¿Caso Frank? ¿Qué caso? -ggritaba a la vez que un agente de policía lo empujaba del hombro hacia abajo para que Adam entrase en el coche patrulla.
- ¡Ya hablaremos todos, y mucho, en comisaría! -dijo el frío bigotudo.
Michael y David estaban perplejos por todo lo acontecido en tan solo un par de minutos.
- ¿Adam? ¿Qué habrá pasado? Si lo recogimos esta mañana y estaba todo tan normal. Tan ansioso por estrenar su nuevo equipo de pesca. ¿Qué le habrá pasado a Amy? ¿Por qué cojones lo habrán metido en el coche de policía en vez de explicarle lo que pasaba y dejarlo subir a su piso?
La cabeza de Adam, camino a la comisaría, era un puzzle viejo colgado en la pared; a punto de caer y desarmarse en mil pedazos.
- ¡Acabemos con esto rápido! bastante vueltas le hemos dado ya a este asesinato.
-¿Asesinato? -gritó Adam intentando inútilmente levantarse de la silla a la que lo tenían esposado.
- ¡Calle! -le gritó el bigotudo-. ¡Esta falsa actuación teatralizada con la que lleva toda la noche no hace más que empeorar su condena! ¡Traigan el video! Volvió a gritar el policía levantando la mano y mirando hacía el espejo de la espesa sala de interrogatorios.
La Cueva de O’Brien (The O’Brien’s cave) era un garito irlandés muy conocido por la zona próxima al ayuntamiento de Philadelphia, y estaba solo a una manzana de su piso. 

El agente de policía colocó la pantalla de video justo delante de Adam, y allí se veía a Michael O’Brien hijo, fregando la parte exterior de la barra, aun con los taburetes subidos y el pub sin abrir, las 13:50 marcaba en blanco la parte superior de la grabación, cuando alguien empuja de repente las dos puertas del pub cayendo al suelo, y levantándose de inmediato, notándose una clara mancha de alguna sustancia que había en las manos del sujeto.

O’Brien, curtido en horas y horas de pub, pulsa la alarma silenciosa que hay justo debajo de los grifos de cerveza, y saluda sin más a su vecino, bajándole un taburete y ayudándole a sentarse. En las imágenes se ve el rastro que va dejando Adam por donde va poniendo las manos; barra, vaso, y su propia camisa blanca. En menos de dos minutos dos agentes de policía entran, pistolas en mano, y detienen a Adam sin casi resistencia.
- ¡No sé de qué va este montaje y, por supuesto, no sé quién será ese tipo; pero yo no soy. Yo he estado todo el día con mis compañeros de unidad Michael y David pescando en el río Schuylkill, y decenas de testigos lo pueden confirmar.
- ¡Agente, traiga el audio de la llamada de emergencias!
El audio era claro.
- Aquí emergencias Philadelphia ¿Qué le pasa?
- ¡Señora, Señora estoy en el 8 de la calle Market, tercera planta, he oído a alguien gritar Te mato varias veces y luego tres golpes muy fuertes en la planta de arriba. Ahí vive el Sr. Adam, bombero, y su esposa Amy!
Y continuó. 
- Acudimos al instante de la llamada y encontramos en la puerta del dormitorio a su esposa tumbada en la alfombra, con un corte mortal de hacha en la cabeza y con la mano derecha también cortada. El hacha en mitad del pasillo y la habitación y todo el pasillo y portal con sus huellas ensangrentadas. ¿Algo que quiera decirnos Sr. Waltz?
- Mi esposa se está viendo con un tipo. Los sorprendí despidiéndose en la parada del autobús urbano, el pasado sábado por la tarde, al salir antes del horario habitual de mi turno. Soy sargento de bomberos, ¿sabe? yo voy por ahí apagando fuegos y salvando vidas. Soy de los buenos, como usted -le gritó Adam con lágrimas en los ojos.
- Según nos ha contado el portero de su edificio, y hemos podido comprobar en la cámara de vigilancia de su portal, el pasado sábado a eso de las 5 de la tarde, usted y su mujer salen del ascensor y ella le acompaña hasta la parada del bus de línea donde se ve a usted subir y a su esposa soltar su mano lentamente. El portero nos ha dicho que usted había pasado un rato buscando aparcamiento, pero que había olvidado el regalo de aniversario de su esposa y decidió volver a su departamento de bomberos en el autobús urbano para no tener que perder más tiempo buscando aparcamiento un sábado por la noche en pleno centro de la ciudad. ¡Señor Waltz, queda usted detenido por el asesinato de su esposa! Tiene derecho a un abogado; tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga puede ser usado en su contra.. ¿Entiende usted sus derechos?
Localización:
Aquellos diez minutos en coche eran pura desconexión

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