Quijotes desde el balcón

domingo, 23 de abril de 2017

La desconocida

por Mari Carmen Arenas

Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca
Jorge Luis Borges

Aquel lugar la dejó fascinada
La vida era muy diferente. Todo el mundo poseía una pulsera inteligente que hacía sus veces de lo que hoy por separado conocemos como smartphone, tablet y ordenador: un todo en uno. Pero no se trataba de una alhaja de cualquier metal precioso o material plástico, sino de un chip inteligente insertado en la muñeca que emitía una luz reflejando en la piel la silueta de una pulsera. El color cambiaba según el estado de ánimo: rojo si el individuo estaba furioso o enfadado, verde si estaba enfermo, azul para el miedo, amarillo para la euforia, rosa para la felicidad... y así hasta completar toda la gama de colores habidos y por haber y todas las emociones o sentimientos que un ser humano puede llegar a experimentar.

La pulsera de Serena emitía el color rosa la mayor parte del tiempo: era una niña muy feliz y su vida se antojaba idílica. Todas sus necesidades estaban cubiertas. Además, ir al colegio era muy divertido, pues con su pulsera hacía todo lo que necesitaba. Solamente tenía que proyectar las imágenes en su pupitre blanco con el que interactuaba con niños de otras partes del mundo. La educación estaba universalizada y tenía una profesora que se adaptaba su ritmo de aprendizaje: en esa época eran los niños los que marcaban el ritmo y no los profesores. Además, los contenidos estaban expuestos en forma de juegos en diferentes aplicaciones.

Un día, en la hora del recreo, Serena se dirigía al ascensor cuando vió a una anciana dirigirse por el pasillo del ala izquierda. El hecho de ver alguien por allí a la señora la dejó muy sorprendida. Por aquel lugar nunca se veía pasar a nadie, pues tenía unas puertas enormes de madera que estaban siempre cerradas. A la izquierda de la puerta podía apreciarse un cartel en el que estaba escrito BIBLIOTECA en letras mayúsculas. Ella siempre se había preguntado lo que podría ser eso. La intriga y el afán aventurero que recorrían sus venas la empujaron a seguir a aquella mujer mayor que se ayudaba de su bastón para caminar. Justo antes de que la puerta se cerrara puso el pie entre la puerta y el marco y pudo colarse silenciosamente. Aquel lugar la dejó fascinada. El pasillo era muy diferente al resto del instituto, al resto de todo lo que ella a sus quince años de edad, conocía; las ventanas tenían vidrieras y en el techo podían verse figuras geométricas talladas en madera, era todo un espectáculo. De pronto vió a la señora misteriosa entrar en la habitación que había al fondo del pasillo. Se dirigió hacía allí y pasados unos segundos consiguió averiguar que la puerta se abría girando la manivela, ella estaba acostumbrada a que las puertas se abrieran automáticamente cuando alguien quería pasar.

Su mirada lo decía todo. Sus ojos brillaban de incredulidad al ver estanterías de madera maciza hasta el techo repletas de objetos rectangulares de diversos tamaños y colores. Se acercó a una de ellas y cuando cogió uno de esos objetos una voz grave y calmada la volvió a la realidad:
- ¿Qué haces tú aquí, niña? -le preguntó la señora.
- Siempre he tenido curiosidad por saber que escondían las habitaciones de este pasillo. ¿Qué son?
- Libros, se llaman libros. Y ahora mismo estás dentro de una biblioteca. Así es como se llaman a los lugares que guardan cientos o miles de libros.
- ¡Caray! Había oído hablar de ellos pero nunca los había visto o tocado. Y ¿qué se puede hacer con ellos?
La señora soltó una carcajada y mirándola fijamente le dijo:
- Soñar, puedes soñar y vivir mil vidas diferentes. Cada libro es una aventura. Cada página esconde una enseñanza, sabiduría.
- ¿Pero cómo se usan? Disculpe mi ignorancia, nunca he usado uno. ¿Se enciende en algún sitio?
La anciana volvió a reír.
- A ver, ¿qué libro has cogido? ¡Magnífico! La Sombra del Viento de Zafón. Nada mejor para empezar que un libro que habla de libros. Verás, acompáñame a esa mesa.
Serena estaba muy intrigada, acompañó a la desconocida a la mesa y se sentaron una frente a la otra.
- Lo único que tienes que hacer es abrir la primera página y empezar a leer, nada de botones, ni de imágenes. Deja que las palabras te guíen, tu imaginación hará el resto. Te sorprenderás de lo que eres capaz de crear en tu cabeza sólo con palabras. Empieza. No te demores más niña.
Serena abrió la primera página del libro y comenzó a leer. La sensación que experimentó al abrir aquellas páginas fué muy extraña. Su entusiasmo era nulo. Pero a cada página que pasaba, su emoción iba aumentando: El libro logró cautivarla. Eran tantas las imágenes y escenas que imaginaba, tan diferentes las emociones que aquél libro comenzó a despertar en ella, que su pulsera comenzó a destellar con todos los colores. Parecía un arco iris y ella no podía parar de leer. Las horas pasaron como minutos. La señora había desaparecido y el localizador de su pulsera comenzó a vibrar. Era su madre que estaba desesperada, debía de haber llegado a casa hace tres horas. Cerró el libro y lo abrazó contra su pecho, estaba deseando llegar para terminar de leerlo.
- Serena, me tenías asustada, ¿Dónde te habías metido? -le preguntó con cara de preocupación.
- Mamá, he descubierto lo que es una biblioteca y he comenzado a leer un libro. ¿Por qué ya nadie los usa? Jamás creí que un montón de letras juntas me hiciesen volver  soñar como una niña pequeña. Tengo que rescatarlos, no puede haber más cementerios de libros olvidados que los de Carlos Ruiz Zafón. Esa será mi misión.
La sonrisa de su madre lo decía todo: la rescatadora de libros había llegado.

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