Quijotes desde el balcón

domingo, 23 de abril de 2017

La partera de las estrellas

por Sandra Quero

No podía olvidar la última visita a la biblioteca
Hasta los cielos andaban revueltos en Alejandría, una ciudad tan digna y versátil que ahora se volvía temblorosa y polvorienta. Las palmeras ya se estaban dando cuenta y empezaban a amagarse, los intentos de mercaderes y sacerdotes  por transmitir una sensación de calma a la población para que las ventas siguieran como si nada, eran arrastradas por el Nilo entre los cocodrilos, pues el horror de la guerra civil y la tormenta de fuego que Safiya iba a predecir erizaban el ambiente volviendo el aire eléctrico.

Esa noche los nervios no la dejaban dormir, empezó a revisar su vida sintiendo que todo se vendría abajo en cualquier momento. Tantos años de estudio en la escuela y su puesto como maestra oficial de danza e instrumentos de cuerda ahora peligraban como humo entre los tejados, a punto de extinguirse con los cambios violentos y convulsos que sucedían día tras día. La cultura estaba siendo saqueada, ella tenía que hacer algo. No podía olvidar la última visita a la biblioteca, Apolonio el actual responsable principal era su amigo de la infancia y le había comentado entre susurros que la avalancha romana quería ver caer su centro político y que en Alejandría la autoridad emanaba desde el saber, así el corazón que mantenía con vida esta alta sociedad latía en los sótanos de su biblioteca.

El cansancio venció a los pensamientos y Safiya se quedó dormida. Era una mujer sabia, mientras crecía en el útero de su madre se nutrió de información genética que la conectó con saberes ancestrales de acompañamiento a la vida y la muerte, de asistencia en partos y crianza de bebés. Ese era su origen y toda su educación había girado en torno a la sabiduría de la diosa Isis, como sacerdotisa era conocedora de textos antiguos y libros, el estudio y la enseñanza a otras mujeres jóvenes y niñas era su destino. Así estaba escrito en la carta astral que le regaló su abuela cuando ella nació. Mientras dormía, como tantas otras veces, vino a verla su guía interna. Era una mujer con alas y rostro de pájaro, la cabellera fuertemente trenzada dibujaba el mapa del universo sobre su cráneo.

Ante esa presencia, Safiya se volvía como espuma de mar, se fundía con el agua de su interior y absorbía los mensajes. La mujer pájaro posó sus compactas manos sobre la frente de ella y le susurró: 
- Mañana las llamas altas del odio lamerán los templos sagrados y en la biblioteca la muerte será pergamino quemado.
Se despertó helada y temblando. Comprendía el significado de aquel sueño sin entender del todo lo que sucedería al amanecer en la biblioteca de Alejandría, así, con un impulso instintivo salió de la cama y se calzó las sandalias con una mano, poniéndose la capa celeste con la otra. Bajó las escaleras casi a oscuras, aún era de noche pero la luna llena actuaba como foco de referencia, reflejando su plateada aura sobre las profundidades de la ciudad dormida.

Mientras caminaba pensaba en los tres volúmenes sagrados, titulados La partera de las estrellas. Tenía que salvarlos, de esta información dependía el respeto a las mujeres que parían, a los bebes que nacían, el sostén de la lactancia materna; elixir sagrado básico para la humanidad y el bienestar de su existencia. Si desaparecían y el gobierno caía los centros educativos como la escuela en la que Safiya trabajaba serían clausurados por la fuerza.

Pronto llegó a la biblioteca, lógicamente estaba cerrada, pero ella conocía una entrada trasera que quizás podía abrir. Se acercó rodeando los eternos muros y recogió una piedra en el camino, cuando estuvo ante la puerta golpeó un cristal, tras romperlo y retirar los restos que habían quedado sobre la madera como dientes de tiburón, pudo deslizar el brazo y a tientas, encontrar un picaporte seco que, con bastante presión, cedió permitiéndole abrir. La gran madre biblioteca estaba de acuerdo, le daba sus bendiciones para llevar a cabo su plan.

Safiya amaba el olor a cuero y pergamino, papiros húmedos y enrollados, bellos tomos formados por hojas cortadas, manuscritos con hermosos grabados... era un mundo quieto y silencioso que contenía todas las esencias de la tierra y las verdades de los corazones de las personas que escribían para compartir su amor por existir. Sus ojos felinos se adaptaron a la oscuridad, ayudada por un cercano resplandor que le cortó la respiración. Había alguien allí abajo y la había oído entrar. Ella se pegó a los estantes para ayudarse con el tacto, acercándose al lugar que albergaba los tres volúmenes que necesitaban ser rescatados con urgencia. Una figura le hizo frente, estiró los brazos para defenderse, pero enseguida respiró aliviada pues se trataba de Apolonio, su amigo bibliotecario. 
- ¿Qué estás haciendo aquí Safiya?
- ¿Y tú, acaso eres el fantasma de la gran biblioteca?
Los dos estallaron en una carcajada tras el susto de ser descubiertos, ahora se sentían de nuevo en confianza.
- No me importa, Apolonio, lo que estás haciendo aquí, solo te pido clemencia y ayuda, necesito llevarme los tres volúmenes de La partera de las estrellas, mañana la biblioteca va a arder y la escuela debe continuar pase lo que pase.
Su querido amigo llevaba meses con angustias y visiones sobre la destrucción de la que ella hablaba, sin mediar palabra corrieron por las salas atravesando los pasillos abarrotados con el apoyo de un candil. Estaba a punto de amanecer. Safiya abrazó a Apolonio y después guardó dentro de su capa los tres rollos de papiro. En ese momento un terrible estruendo despertó a toda la ciudad como un despertador que anuncia la muerte. Juntos volvieron a la puerta rota, Apolonio la miró para decirle con los ojos húmedos que él se quedaba a esperar en su templo, como el eterno guardián que era.

Safiya lo contempló por última vez con respeto y se marchó buscando el nuevo hogar y destino de La partera de las estrellas.

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