(basado en hechos reales)
Al menos diez duermen en cualquier postura |
Al tercer día ya había perdido la cuenta del número de chinos que vi dormir de cualquier manera y en cualquier lugar. En la calle, en el tren, en un banco de una plaza, en el suelo... Las escenas se repitieron durante todo el viaje por China, poco importaba si me encontraba en el gigantesco Pekín o en la diminuta Shangrilá ni si eran niños, jóvenes o viejos; en todas partes había chinos que se atrevían incluso a roncar. Como aquel chico que comía solo en un restaurante. Al terminar apartó el plato, se estiró sobre la mesa y cerró los ojos con absoluta tranquilidad durante al menos quince minutos. Nadie vino a molestarle.
Doy fe de que los chinos no están todo el día trabajando, el mito es falso pues se duermen hasta en la puerta de su propio negocio. ¿Tú te imaginas a Raúl Góngora con la hamaca en la acera de su tienda, con la puerta abierta de par en par y durmiéndose en los laureles? ¿No? Yo tampoco. Bueno, vale, a lo mejor... Uy, perdón Raúl, decía que tienes una voz preciosa. En realidad ese título que tú y yo barajamos no me inspiró para el texto de hoy. Ramona, la ramera corredora de Roncesvalles la dejo para otra ocasión. Me emociona que me prestes tu voz y te lo agradezco con el corazón pero creo que este texto enriquecido se me está yendo por las ramas.
Déjame que te centre: olvídate de la avenida de Andalucía, dejad todos a los Góngora trabajando ahí tranquilicos que nos vamos para Shanghái. Imaginaos si podéis una ciudad de casi veinticinco millones de habitantes que viven en un territorio del tamaño de la provincia de Granada. Perdón, la Wikipedia me corrige: de la mitad de la provincia de Granada. ¿Ya?
Sigo: iba yo caminando un domingo a las cinco de la tarde por Shanghái con la intención de visitar una de sus bibliotecas cuando observo a lo lejos una marabunta salir por una puerta gigantesca. Parecía que estuvieran desalojando la dichosa biblioteca, pero sólo eran chinos saliendo y entrando del enorme edificio. Acongojada y acojonada consigo entrar al hall. Aquello no era un hall, parecía un cruce de líneas del metro de Madrid. Llego a una de sus salas kilométricas en las que hay doscientas personas chispa arriba, chispa abajo. Al menos diez duermen en cualquier postura. Paseo y curioseo entre pasillos sin entender nada y pego un saltito de emoción cuando veo la cara de Fernando Alonso en una revista de la sección de deportes, de cuando vestía de azul y ganaba carreras.
Al lado de Fernando otro chino retrepado y durmiendo con un libro sobre la cabeza. De repente lo entendí todo: se quedan fritos con la vieja excusa de asentar nuevos conocimientos. ¿Toda esta gente estudiando y preparándose y durmiendo para así aprender más rápido? ¿Qué es lo que tienen que estudiar con tanta urgencia un domingo a las cinco de la tarde? ¿Cuántas bibliotecas tiene Shanghái? ¿Y China? ¿Y si lo que buscan es aprender más y mejor que nadie para expandirse por todo el mundo como millones de gotas de aceite? ¡Ay que estos lo que quieren es colonizarnos! ¡A todos! Yo que tú ya me iba a echar la siesta que, si acaso, nos pillen contraatacando.
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