Quijotes desde el balcón

domingo, 28 de mayo de 2017

Y se quedó entre nosotros (parte 2)

por Pilar Gámez

Prólogo: Y se quedó entre nosotros (parte 1) 👈 click

Canturreaba mientras toqueteaba todo
Aún no habían pasado las veinticuatro horas reglamentarias desde que Ev descendiera para mezclarse con los humanos, pero Re, ya se temía lo peor. Aunque su forma de pasar malos ratos no era para nada la más convencional. Canturreaba mientras toqueteaba todo lo que le venía en gana, y bajito decía en tono infantil:
- Mira Ev, estoy tocando este botón, y no pasa nada.
Tan aburrido; tan aburrido estaba que acabó tocando y haciendo lo que realmente no debía, y acabó incorporándose a sí mismo la programación para la transmutación corpórea, aunque esta vez sí era la correcta, por lo que en cuestión de un par de minutos, Re estaba sobre la superficie terrestre con forma humana.
- ¡Ala, qué guay! -soltó con cara de asombro al ver su nueva forma corporal, al mismo tiempo que daba un respingo al escucharse a sí mismo, y volvía a repetir-. ¡Ala, qué guay!
Re, no se paró a pensar en las consecuencias que aquella incursión en, lo que parecía ser, tierra hostil, podía tener, no solo para su persona, sino para su propia civilización. Aún no sabían nada de aquellos terrícolas, y si resultaban estar tan avanzados como ellos, y descubrían la nave, que se había quedado adecuadamente escondida en modo camuflaje, su propio planeta se encontraría en grave peligro.

Pero mientras estas inquietudes flotaban en el aire, en cabeza de nadie, Re iba por las calles de aquel lugar dando saltitos como un niño pequeño, sonriendo y parándose a observar todo cuanto le salía al paso. Una de las características principales de la transmutación corpórea era la base de datos que llevaba incorporada de todos los idiomas propios del lugar, y con solo escuchar una palabra, de forma automática, se podía comenzar a entablar conversación. No había pasado ni media hora, cuando Re iba charlando y riendo con un grupo de especímenes jóvenes de aquel lugar.

Aquel día parecía ser fiesta. Todos los especímenes que se encontraba estaban de buen humor, se escuchaba música festiva (la música que, como las matemáticas, es lenguaje universal, formaba parte también de la idiosincrasia del pueblo plusvatino, por lo que no le era algo desconocido), y casi todos sujetaban con las manos unos recipientes en cuyo interior había líquidos de diferentes colores aunque había uno que era el que más se repetía.

Él, que seguía sin medir las consecuencias de sus actos y movido por la energía que transmite el ambiente festivo, pidió probar aquel líquido. Y ¡oh, maravilla!, la ingestión de aquel caldo  fresco, espumoso y dorado se convirtió en una experiencia suprema. Pasó largas horas charlando y riendo con unos y otros grupos de humanos, movido por la seguridad y valentía que otorga la ignorancia y los efectos de aquella bebida celestial, soltando la lengua sobre su procedencia y la misión que lo había traído hasta este planeta.

Pero si había algo bueno que Re tenía, era esa ternura que despierta el entusiasmo de los niños pequeños cuando cuentan sus historias, y así fue como Re fue acogido en aquel lugar como uno más, consiguiendo hacer de su vida algo práctico y, sobre todo, al servicio de los demás.

Existen muchos tipos diferentes de ese líquido, y dicen los entendidos en materia que hay un tipo, que es el peor de todos. Pero como Re, no era entendido en nada, pasó toda su vida yendo de feria en feria, regentando un quiosco de venta de cerveza en cuya parte superior podía verse un letrero con un señor con un gorrito rojo y unas letras que rezaban Cervezas Cruzcampo.

Epílogo
En la Agencia Espacial Europea, aquellos días había un revuelo enorme. La confirmación de la existencia de otras formas de vida avanzadas había llamado a nuestra puerta, prácticamente. Se había hallado una nave espacial orbitando sin tripulación alrededor de la Tierra, esquivando satélites meterológicos y de comunicaciones. La voz de alarma ya se había dado a los Estados Unidos, Rusia, la OTAN entera estaba en alerta máxima, puesto que estaba claro que se habían infiltrado entre nosotros, y eso significaba, con toda seguridad, una pronta invasión extraterrestre.

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