Quijotes desde el balcón

sábado, 8 de julio de 2017

Una tarde de verano

por Marina León

Julia era una niña muy pizpireta
Cuando acababa la siesta de por la tarde, en ese caluroso verano de 1993, lo primero que hacía Julia era asomarse a la ventana de su cuarto. Desde aquella ventana, tenía una vista completa del parque que había debajo de su casa. Durante aquellos años el parque estaba siempre abarrotado de niños jugando y de ancianos sentados en los bancos. Julia era una niña muy pizpireta, graciosa y simpática, que hablaba con todo el mundo sin cortarse un pelo.

Una de sus mayores aficiones era trepar a los árboles, con la misma agilidad que un mono. Los vecinos del barrio, especialmente un grupo de señoras mayores, se divertían con las ocurrencias y las peripecias de la niña. Al salir al parque, Julia llamaba al porterillo de sus amigos para que bajasen a jugar. En aquellos años aún se quedaba sin necesidad de usar nada más que tu palabra. Tú quedabas con tus amigos en el parque a las cinco, y allí aparecíais, sin necesidad de confirmarlo con un whatsapp ni nada.

Los viernes eran el día favorito de Julia. Sus padres tenían por costumbre quedar todas las noches de ese día de la semana en el bar Los Sauces, en el parque vecino al que daba a su casa. De hecho, todo el barrio ha sido siempre conocido por el nombre de este bar, abierto desde que Julia recuerda. Esas noches Julia veía  a todos sus amigos y si tenía suerte podía conseguir cien pesetas para disfrutar de una leche merengada fresquita de la Estefanía. Julia y todos sus amigos se divertían jugando al fresco de la noche de verano.

Una de sus mayores diversiones era fantasear sobre el bajo permanentemente en obras que estaba al lado del bar Los Sauces, ese que ahora tiene el pub l@lola. Siendo Julia pequeña imaginaba mil y una cosas que podía haber ahí dentro, desde fantasmas hasta un tesoro. Una de esas noches de viernes, su curiosidad le pudo y le pidió a su amigo Luis que la subiese a hombros para poder asomarse al bajo a través de un agujero que había en la parte superior de la pared. Julia, conocida por sus grandes dotes trepadoras, no le tenía miedo a las alturas. Puso un pie en el hombro derecho de su amigo, a continuación puso el pie izquierdo, y Luis la alzo con un temblor peligroso. Estaba Julia llegando a su objetivo consiguió asomarse un poco y lo que vio la decepcionó horriblemente. Ni fantasmas, ni tesoros, ni nada, simplemente un bajo sin construir y lleno de polvo.
- ¿Qué hay? Dime, ¿qué ves Julia? -le gritaba Luis desde abajo.
- Pues yo no...
En ese momento Luis no pudo aguantar más el peso de su amiga, las rodillas le temblaron y cayó al suelo. Julia se quedó colgando del agujero al que había logrado agarrarse, pero sus manos le fallaron y se precipitó al suelo con la mala suerte de hacerse una esguince que le hizo llevar una escayola durante el resto de verano.

Ahora Julia, veinticuatro años después de ese accidente, se sienta en la terraza del Bar Los Sauces recordando con cariño esos tiempos, observando cómo la plaza ha cambiado pero, en realidad, sigue igual que siempre.

1 comentario:

ruyelcid dijo...

Muy bueno, Marina. Está bien, de vez en cuando, releerse estas cosillas.

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