Quijotes desde el balcón

sábado, 30 de septiembre de 2017

Andresito

por Colorado Jim

María vivía en un cortijo con su marido y su hijo Andresito de siete años que padecía una enfermedad que no le dejaba andar. María, una vez a la semana, con Andresito bajaba al pueblo para vender los huevos y quesos que ella misma hacía. Siempre se llevaba a su hijo para que no se quedara solo y ese día cuando volvió a su casa iba llena de gozo y alegría: tenía que decirle a su marido lo que en el pueblo le habían comentado y esperó a que su marido volviera con el ganado.
- ¡Hola María! ¿Te veo algo nerviosa? -dijo su esposo mientras la besaba.
- ¡Sí Andrés! hoy estoy nerviosa y muy contenta. He vendido todo lo que llevaba y además me he tropezado con Dolores, la hermana de Merceditas la costurera, la que se casó con un forastero y se fue a vivir al pueblo de él.
- ¿Y por eso vienes contenta? -dijo Andrés mientras cogía a su hijo en brazos diciéndole- ¡Hola campeón! ¿Qué te ha comprado hoy mamá?
- ¡Nada! -respondió Andresito con voz alegre.
- ¡Vaya por Dios, hijo! hoy no has tenido suerte.
- Ya lo creo que vengo contenta -dijo María, cuando su marido volvió a poner su atención en ella-. Esta mañana la he visto y me ha preguntado cómo va Andresito ¿y sabes lo que me ha dicho? -dijo María entusiasmada y con lágrimas en los ojos.
- ¿Qué te ha dicho mujer?
María tardó unos segundos en responder; sabía que lo que le iba a decir a su marido no iba hacerle mucha gracia ya que éste no era muy dado a ciertas cosas.
- Verás Andrés... Dolores dice que cerca de donde ella vive hay un hombre que cura a los enfermos.
- Ya estamos otra vez con lo mismo. Ya fuimos a uno y Andresito sigue exactamente igual ¡por no decir peor!
María se quedó pensativa y al final dijo:
- ¡Andrés! Lo siento pero si tú no quieres venir, me iré yo sola con mi hijo. Algo me dice en mi interior que esta vez nuestro hijo se va a curar.
- Mujer yo sí quiero, pero ten en cuenta que como mínimo son dos días los que necesitamos para ir y volver.
- ¡Como si son cinco! -respondió María muy convencida.
- Está bien mujer, pero antes tenemos que preparar todo lo necesario para el camino, que el viaje va a ser bastante duro. ¡Ah! otra cosa, tendremos que decirle al hijo de Tomás a ver si quiere quedarse con el ganado.
- Ya puedes ir a decírselo, que pasado mañana nos vamos antes de que sea de día.
Cuando llegó el día y antes de que se hiciera de día María, con la ayuda de su marido subió en el burro. Andrés le dio al niño y se pusieron en marcha con toda la fe y esperanza que en aquellos instantes envargaban sus cuerpos y cuando salió el sol ya se encontraban bastante lejos del cortijo.
- Andrés, ya verás como el viaje no va a ser en balde -dijo María con voz armoniosa.
- ¡Dios te oiga María! Aunque tú no lo creas, yo lo deseo tanto como tú, y desde que salimos de casa se lo voy pidiendo a Dios que lo que te dijo Dolores sea cierto y que podamos ver a nuestro hijo correr en la era y alrededor del cortijo -dijo Andrés, mientras dos lágrimas resbalaban por sus mejillas quemadas por el sol.
Algo estaba cambiando dentro de él y ya no pensaba lo mismo sobre aquellas personas a las que él llamaba vividores.

La tarde llegaba a su fin y el sol desaparecía por el horizonte entre tonos rojizos. Los dos estaban bastante cansados y el niño había pasado unos ratos dormido y otros llorando.
- Andrés ¿falta mucho para el pueblo? Que el niño no puede más. 
- Según me dijo el pastor está detrás de esa loma.
Ya bien entrada la noche llagaron al pueblo y preguntaron dónde había una posada y allí pasaron la noche. No madrugaron porque la posadera les dijo que aquel lugar a donde querían ir no estaba muy lejos. Una vez que desayunaron se pusieron en camino. Las ansias de ver aquel hombre apenas los había dejado dormir.
- Mira, María; esa es la cortijada que nos dijo Antonia, la posadera.
- ¿Sí? Gracias a Dios ya estamos cerca.
Cuando llegaron a la cortijada preguntaron a una mujer que cogía agua de una fuente que si faltaba mucho para llegar.
- Ya les queda poco, hace un rato también me han preguntado varias personas.
- ¡Muchas gracias Señora!
- ¡De nada!
Conforme se iban acercando el corazón les latía a un ritmo desconocido para ellos y a pesar de que no hacía calor, Andrés sudaba copiosamente.
- ¿Qué te pasa Andrés? ¿Por qué sudas tanto?
- No lo sé María, pero cuanto más nos aproximamos a ese lugar, más nervioso me estoy poniendo.
Cuando llegaron, vieron que era un grupo de varias casas mal cuidadas. Eran tiempos de miseria, pues todavía se notaban las penurias de la Guerra y en una de esas casas, en la puerta, había un grupo de personas y varias bestias que habían utilizado para hacer el camino.
- ¡Andrés! Creo que ya hemos llegado. Seguro que es ahí, donde está esa gente -dijo María, mientras apretaba a su hijo contra su pecho y con los nervios a punto de estallar.
- ¡Buenos días! -dijo Andrés cuando llegaron a donde estaba el grupo de personas.
Los demás respondieron amablemente, con un ¡Buenos días!

María no se había bajado del burro, cuando la puerta se abrió y salió un hombre no muy alto pero de complexión fuerte con una mirada penetrante y de rasgos agradables que infundía paz y serenidad; vestía pantalón, chaqueta con el botón del centro abrochado, camisa blanca y con el pelo casi rapado.
Muy amablemente saludó y sin hacer mucho caso a los allí reunidos se acercó a María, que todavía estaba subida en el burro diciendo:
- María, déjame al niño -María se quedó como una piedra y sin poder reaccionar. ¿Cómo era posible que aquel hombre supiera su nombre?- ¡Vamos mujer déjamelo!
María, temblando, le pasó el niño mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, resbalando por sus mejillas hasta llegar a su falda. Una vez que aquel hombre tuvo al niño en sus brazos dijo:
- María, baja de ese animal que tiene que descansar que el camino de vuelta es largo y pesado. Venga pasad -el hombre con el niño en brazos entró en la casa y acto seguido se sentó en una silla-. Vamos a ver guapo: yo sé cómo te llamas, pero quiero que tú me lo digas.
- Yo me llamo Andrés, pero todos me llaman Andresito.
- ¡Muy bien Andresito! ¿Y qué es lo que te pasa?
- Que no puedo andar, ni correr -respondió el niño entrecortado y con algo de pena.
- ¡Bah! tú no te preocupes hombre, que si Dios quiere verás cómo te pones bueno y no vas a correr... ¡vas a volar!
- ¿De verdad que voy a volar? -dijo Andresito, poniendo los ojos como platos.
- Hombre... volar no, pero sí que vas a correr como un gamo.
 El niño había cogido confianza y hablaba como si conociese a aquel hombre de toda la vida. Después de un buen rato con el pequeño, se levantó y dirigiéndose a los padres dijo:
-Tomad a vuestro hijo y tened mucha fe en Dios y no perdáis más tiempo, que os espera una buena caminata -y dirigiéndose al padre, dijo- dame el librillo que llevas en el bolsillo -Andrés se quedó cortado-. ¡Vamos hombre! ese que usas para liar los cigarrillos.
 Andrés con mano temblorosa se lo dio y al poco rato se lo devolvió diciendo:
- No te lo fumes y todos los días cogéis una hoja y con ella hacéis una bolita y procurar que el niño se la trague. Venga, buen viaje y que Dios os acompañe.
- Usted cree que mi niño…
Antes de que María terminara dijo:
-No te preocupes mujer, solo ten fe, y a ti te digo lo mismo -dijo mirando al padre de Andresito-. Solo con fe se consiguen las cosas.
Y sin más, aquel hombre de facciones agradables y cariñoso se puso a hablar con los allí reunidos, mientras María y Andrés se alejaban de allí, convencidos de que aquel hombre iba a curar a su hijo.

No hay comentarios:

Archivo del Blog