El sonido de la campanilla de la puerta al abrirse sonó durante unos segundos cuando Esther entró en la tienda. Era un local algo oscuro, con estanterías llenas de libros extraños y unos pocos artículos dedicados al espiritismo, magia y pociones. Durante meses, cada vez que volvía del instituto, pasaba por delante de la puerta de esa nueva tienda La magia de Madame Toulusse, se llamaba. El escaparate no dejaba lugar a dudas, un pequeño caldero, libros de magia con nombres tan explícitos como Sé rico con 10 encantamientos o Cómo conseguir la vida eterna con 20 pociones. Pero lo que hacía que Esther se parase todos los días delante del cristal era una muñeca, una simple muñeca de trapo, con el pelo tejido en lana de color marrón y unos ojos azules pintados toscamente. Lo más llamativo de toda la muñeca era un pequeño colgante, un colgante con una piedra azul en forma de rombo que Esther conocía muy bien. Y es que cada mañana Esther veía ese colgante en una persona, en Silvia, la compañera de clase que día tras día la torturaba.
Todo comenzó cuando Esther llegó nueva al instituto, en un descanso entre horas Silvia se le acercó y empezó a mofarse de su ropa y su pelo. Esther no sabía que contestar. Pero la segunda vez que Silvia intentó reírse de ella, Esther la dejó en ridículo delante de sus amigas con uno de esos comentarios ingeniosos que su padre tanto alababa. Silvia colorada como un tomate se lanzó a por Esther dándole una torta que marcó toda su mejilla. La actitud de Silvia fue cada vez peor, un día le tiraba del pelo y al siguiente le hacía la zancadilla. Esther estaba asustada, pero sobre todo enfurecida consigo misma por no ser capaz de defenderse ni hacer nada. Un día que Silvia le había esperado a la salida de clase en la puerta del instituto le pegó tal empujón que al caer al suelo se hizo un buen moratón en la espalda y varios arañazos en los brazos. Ese día, en el camino de vuelta a casa, las lágrimas de Esther eran de rabia, no de dolor y esa fue la primera vez que se percató de la muñeca en el escaparate de la tienda de Madame Toulusse.
Una tarde que Silvia le había estado zarandeando mientras le gritaba y Esther no podía apartar los ojos del colgante azul en forma de rombo fue cuando se decidió a entrar a la tienda. Aunque la campanilla había sonado, no se veía a ningún dependiente, ni salió nadie del almacén. Con voz tímida Esther gritó un "hola” que sobresalió por encima de la música zen que sonaba de fondo. De detrás de esa típica cortinilla de cuentas de colores salió una joven con unos vaqueros y una camiseta. Nada parecida a la imagen que Esther tenía en mente de Madame Toulusse. La joven le preguntó a Esther qué deseaba.
- Quiero la muñeca que está en el escaparateDespués de una mirada de reproche, la joven se acercó al escaparate cogiendo la muñeca Silvia del estante.
- Sabes que eso no es un juguete cualquiera, ¿verdad? -le preguntó la joven.
- Sí, sé perfectamente lo que es.
- Debes tener mucho cuidado con esta muñeca, aunque sepas que no es un juguete. Hay unos límites de uso de la muñeca que no debes sobrepasar.
La joven le dio la muñeca a Esther que pagó con mucho gusto los nada baratos treinta euros que le costó. Al llegar a casa Esther se encerró en su habitación y sacó una caja de chinchetas que empezó a colocar por toda la muñeca sin dejar de sonreír.
A la mañana siguiente tenía la esperanza de ver a Silvia con algún moratón o con una escayola en la pierna. Pero el pupitre de Silvia estuvo vacío todo el día, según la profesora por la noche se puso terriblemente enferma y estaba hospitalizada. Esther no se sintió triste, aunque sí notó la culpabilidad en su estómago, que no le impidió dormir esa noche como un tronco. A la mañana siguiente, cuando Esther despertó y abrió los ojos, no se podía mover ni era capaz de articular palabra. Intentó gritar y llamar a sus padres, pero nada. Al fijarse en las cosas de su habitación todo parecía mucho más grande. Entonces su madre entró en su cuarto:
- Esther, vas a llegar tard... ¿Esther? ¿Dónde estás?
Esther intentaba gritar a su madre y contestarle:
- ¡Mamá, mamá! Estoy aquí en la cama, ¿es que no me ves? -pero no podía.
- ¿Qué hace esta mugrienta muñeca en la cama? No recordaba que Esther tuviese una muñeca como esta.
La madre de Esther cogió a Esther la muñeca y se dirigió a la cocina. Esther no podía moverse, ni gritar, ni hacer nada para evitar que su madre la tirase al cubo de la basura.
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