En memoria de F. Trujillo, submarinista fallecido por una mala marea.
…dicen que el protagonista de “El viejo y el mar” era un canario emigrado a Cuba.
Esta carta no existe. No la busquéis en mis bolsillos ni en vuestro buzón, ni entre mis pertenencias ni en el coche destartalado. No hay sello, ni sobre, ni papel. No la busquéis porque no existe. No escribí nunca esta carta, pero sí cogí gafas y tubo, respiré hondo, y me eché al mar. Los lugareños barruntaban mala marea, pero soy irrefrenable... me eché al mar.
Fui luchador respetuoso y valiente, todo un puntal en el terrero, y bregando en combates fragüé respeto y aplausos. Y luché, luché siempre contra todo, siempre, hasta el final. Ahora me busco la vida pescando pulpos, a pulmón, cargando nasas a pulso con mis manos. Mis mayores cicatrices son además tatuajes naturales: son los tentáculos grabados en mis brazos tras interminables batallas en la oscuridad, siempre solo, siempre a pulmón. Reconozco también que soy un bala perdida, y quemé la vida por ambos lados, entre cigarros y cicatrices. Tal vez pasé alguna papelina, pesé algún gramo, pisé a quien se me encaró, pero lo que es indudable después de esta madrugada que me eché al mar, es que posé mi cuerpo muerto en una playa del sur. Puse hasta mi último aliento, sin duda… Pero me doy cuenta de que al final es el tiempo el que pasa, y pesa, y pisa, y se posa de lado antes de huir.
En el mar luché con el peso de las nasas que me hundían al abismo, luché contra el pulpo enroscado en mi brazo, luché contra esa mala marea que me envolvió y me devoró. Esa misma mala marea devolvió mi cuerpo a una playa vacía: dicen que el mar siempre devuelve a sus muertos.
Por eso nunca escribí esta carta, porque no pude adivinar que una mala marea pudiera derrotarme; a mí, que conozco el mar como las líneas rotas de mi mano cicatrizada por la sal. Por eso nunca escribí esta carta, porque no pude adivinar que una mala marea pudiera impedirme mi despedida de familia y amigos, que muchos hice y algunos mantuve.
Nunca escribí esta carta, pero sé que Hemingway estaría orgulloso, porque luché y luché hasta que no tuve fuerza alguna y la mar me acunó en una mala marea. Escogí bien mis batallas. Perdí la última, contra un enemigo invencible.
1 comentario:
Una carta tan bonita pero tan triste que, a pesar de que no existe, duele leerla.
Saludos cibernéticos.
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