Quijotes desde el balcón

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El desentierro prematuro

por Rafa Vera

Clara no se podía creer que le hubieran anulado las prácticas por falta de pago. Anatomía era una asignatura crucial para ella, la última para terminar la carrera. Cierto era que no había pagado, pero bastante tenía con echarse algo a la boca de vez en cuando.

Redujo al máximo los gastos. Vivía en un pequeño chalé a las afueras, apenas un cocinón y un camastro, que sus tíos le habían prestado durante el curso. Pasaba las mañanas en la facultad, las tardes dando clases particulares y las noches estudiando. Como mucho dormía un par de horas seguidas de vez en cuando. Todo para nada, se temía. Si no podía realizar las prácticas le sería imposible aprobar. Sí, tenían programas, simuladores, muñecos de látex... pero nada se podía comparar a un auténtico cuerpo.

Salió tarde de su última clase particular, un chaval que en unos meses se quería preparar la selectividad, tan tarde que ya le habían cerrado las tiendas. Otra noche sin cenar. Iba tan asqueada y cansada que no pudo evitar atropellar al perro de los Sánchez, los del caserón al principio del carril.

Tardó un buen rato en bajarse del coche, no estaba preparada para más disgustos. ¿Qué hacer? ¿Llamar a los Sánchez para contárselo? ¿Enterrar al perro y aquí no ha pasado nada? Total, hasta el fin de semana no aparecerían por allí, así que no había mucho problema.

Bajó a recogerlo y entonces se le encendieron los ojos. Ahí, delante de ella, tenía un charco de sangre con un animal encima. La panza, pese a estar abierta por la presión de los neumáticos, aún dejaba a entrever los órganos. No era una persona, claro, pero caramba, un corazón es un corazón y un hígado un hígado.

Habilitó en la cochera la mesa de pimpón para trabajar sobre ella y pasó toda la noche diseccionando al animal.

Tomó por rutina dar un paseo por los carriles antes de llegar a su casa. Controlaba quien vivía allí a diario y quien sólo los fines de semana. Quien tenía perros más grandes y quien más pequeños. Gracias a su profesor preferido, el doctor Gregorio de la Casa, y sus clases de química, consiguió que los animales murieran de fallo cardíaco sin que apenas se vieran afectados los órganos.

Quedaban dos semanas para el examen. Para entonces debería poder leer dentro un cuerpo humano igual que se lee un bote de champú en el baño. No estaba preparada, le faltaba lo más importante: un cadáver humano.

No se lo pensó dos veces he hizo lo que cualquier médico del siglo XIX haría ante la falta de cadáveres. Cogió una pala de la caseta de herramientas de sus tíos y se dirigió al cementerio. El más reciente era de unos días atrás, le podría venir bien. Un señor de ochenta años, esa misma noche sabría de qué murió. Quitó con cuidado la lápida, un mármol horroroso con detalles en metal, y sacó con despacio la caja. Una vez vaciada volvió a ponerlo todo en su sitio y pegó con yeso nuevamente aquella tapa ostentosa.

El sábado aún tenía cadáver, y eso que pasaba las noches enteras hurgando en sus entrañas. Salió a fumar un cigarro a la puerta cuando vio acercarse a la señora Sánchez.

-Hola Clara, preciosa, ¿Tú has visto a Napoleón? Normalmente se escapa pero vuelve cuando escucha el coche, desde anoche que vinimos no lo hemos visto-

Rápidamente cerró la cochera a cal y canto tirando una mesita con útiles por el suelo.

-Este... no, ahora que lo dices no recuerdo que me haya ladrado en toda la semana.-

-Bueno cariño, ya aparecerá. Por cierto, si yo fuera tú haría la barbacoa fuera de la casa, que si no se impregna todo de humo. ¿Tienes invitados? Saluda a tus tíos de nuestra parte.-

¿Barbacoa? Cuando entró a la cochera el cuerpo estaba envuelto en llamas. Los productos químicos hicieron reacción.

Quedaban sólo unos días para la prueba final, necesitaba con urgencia otro cadáver, pero en fin de semana era imposible sacarlo de aquel cementerio. Toda la zona colindante estaba llena de chalets y esos días andaban llenos de vida. Irónico.

Lo intentó con el cementerio de la ciudad. Llegó mientras estaba abierto para localizar un nicho escondido y reciente. Lo que se encontró le encogió el corazón: la mitad de sus compañeros de facultad y profesores estaban allí. Gregorio había fallecido. Por lo visto al gran doctor se le fue de las manos un experimento con sustancias psicotrópicas y, tras dos días en coma, finalmente murió.

Era sin duda el candidato perfecto. En vida la ayudó más que nadie durante la carrera, sería un precioso homenaje que también lo hiciera tras su muerte.

Armada con manta y pala entró tras  asegurarse que todo estaba cerrado y tranquilo. Al abrir la caja se le pusieron los pelos de punta: la tapa estaba arañada y las uñas del cadáver llenas de sangre. Un gruñido vacío y sin fuerza salía aquel cuerpo. No, no eran gases, eran los pulmones de Gregorio de la Casa que aún funcionaban. Viejo loco, a saber qué experimentos estaría haciendo. Quedaban unos días para el examen y no se la iba a jugar.
-Gracias don Gregorio.
 Dijo mientras ponía la punta de la pala sobre su boca y de un pisotón le abría la cabeza en dos.

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