Érase una vez un diacono que estaba enamorado de una mujer llamada Gudrun. Ellos vivían a los lados opuestos del rio Horga, él en Myrka y ella en Baegisa. El diácono tenía un caballo gris, llamado Faxi, o Crin en español.
Un día, poco antes de la Navidad, el diácono se fue cabalgando con Crin, cruzando el congelado río, a visitar su querida Gudrun y a invitarle a la fiesta navideña en su granja, que se iba a celebrar en la noche de Navidad. Y como era un caballero, prometió venir a recogerla como hacen en las leyendas francesas. Gudrun estaba loca por ir con él a la fiesta y empezó a contar los días y las horas. Él emprendió su camino de vuelta tan contento como un niño con zapatos nuevos, hasta que se dio cuenta de que el tiempo había cambiado radicalmente, como suele pasar en esta isla donde habitan tantos elementos sorprendentes. El frío de la mañana se había transformado en un calorcito que se empezó a deshacer el hielo del rio, cada vez más fino. El diácono pasaba a lo largo de la ribera del implacable río, hasta que encontró un puente antiguo. Pero cuando iban cruzando, el puente rompió bajo los cascos de Crin y los dos cayeron en el río. El diácono recibió un golpe tremendo cuando su cabeza chocó con el hielo, con la consecuencia de que su cráneo se abrió tanto que se vio su cerebro herido y sangriento.
El día siguiente un granjero vio a Crin mojado y atormentado. Reconoció al caballo y por lo tanto empezó a buscar a su propietario, al que encontró con el cráneo abierto. Fue trasladado a Myrka, donde murió, y lo enterraron en el cementerio de la granja antes de que volviera el frío a congelar el suelo.
El tiempo siguió igual y el río se apresuraba tanto, con la nieve y el hielo deshaciéndose, que no se pudo cruzar durante una semana. Pero el 24 de diciembre, la noche de Navidad, llegó el frío otra vez y congeló el río, que en seguida se hizo pasable. Por eso Gudrun se puso la mejor ropa y se preparó para la llegada de su querido y el viaje a Myrka. Era una noche oscura, aunque menos cuando las nubes dejaban pasar el brillo de la luna llena para iluminar el paisaje blanco. También se oía el soplo del viento. Por eso hubía que golpear la puerta sin miedo, para que se oyera. Y así fue, de repente se oyó un golpe fuerte en la puerta de Bagisa. La criada abrió y volvió, diciendo que fuera había un caballo, pero nada más.
- Eso va a ser para mí y ahora salgo -dijo Gudrun agitada por la emoción.
Se fue con tanta prisa que solo consiguió meter un brazo en la manga de su abrigo mientras salía. Allí, fuera, vio el caballo y a su lado un caballero con un gorro flamante. La ayudó a subir al caballo. Luego se sentó enfrente de ella y así cabalgaron hacia Myrka. Cuando se acercaron a la abruptas elevaciones de la ribera de Horga, el caballo dio un salto inesperado con el resultado de que el gorro flamante del diácono se subió y expuso la parte trasera de su cabeza. Al mismo tiempo las nubes cedieron el paso a la luz de la luna llena, así que Gudrun vio claramente la herida abierta en el cráneo de su novio. Entonces recitó el caballero:
La luna flota,
la muerte trota,
¿ves la mancha blanca
en mi nuca,
Garun, Garun?
Vosotros, que nunca os habéis enfrentado a un fantasma islandés, os preguntaréis por qué el diácono llamó a la mujer Garun aún que ella se llamase Gudrun. Pues entonces, me toca a mí explicarlo. El nombre Gudrun significa la letra de Dios, y como los espectros tienen tanto odio hacia el Todopoderoso, llevan al cabo un boicot tan rígido contra Él que ni pronuncian su nombre.
Pero bueno, seguimos con la historia.
Siguieron el trote hasta llegar a la iglesia de Myrka. Enfrente del portón se bajaron y el diácono dijo:
Espera aquí Garun, Garun,
mientras llevo a Crin, Crin,
sobre el jardín, jardín.
Gudrun se asustó mucho y sospechaba lo que había pasado con el diácono. Ella corrió hacia la iglesia y empezó a tocar las campanas. El diácono intentó agarrarla y llevarla a su tumba, pero como Gudrun se había metido solamente en la una manga del abrigo, la prenda salió suelta y se pudo librar de ser llevada en la fosa. Ella seguía tocando las campanas hasta que los habitantes de Myrka fueron a recogerla. La pusieron a descansar en una cama en la granja, pero el diácono siguió persiguiéndola durante dos semanas. Y es que los fantasmas son tan obstinados como algunos humanos. Todo este tiempo el cura estaba con ella y algunos dicen que cada noche le leía salmos para protegerla del mal. Al final contactaron con un hechicero de Skagafiordur, el cual consiguió embaucarle en la tumba y una vez allí le tiró encima una roca grande. Desde entonces no se sabe nada del diácono, aunque Gudrun ya nunca volvió a ser la misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario