Quijotes desde el balcón

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El pianista

por Ana María Bustamante

Era una fría noche de otoño como otra cualquiera, exceptuando por la fuerte tormenta que azotaba a la ciudad; Priscila, se despertó exaltada debido al estruendo del rayo que cayó cercanamente a la ventana. Llovía sin parar, pareciese que los árboles se fueran a arrancar de raíz; además, el ruido del viento era espeluznante, nunca antes había presenciado cosa igual, con lo cual, tenía esa extraña sensación de escalofrío y comenzó a sentir miedo.

Seguidamente, se levantó de la cama dirigiéndose hacia la cocina para servirse una taza de té, eran cerca de las dos de la mañana. De repente, se quedó a oscuras debido a un apagón general, asustada encendió rápidamente la vela que tenía al alcance de su mano y cómodamente se sentó en la silla. Dirigió su mirada hacia la luz que deslumbraba la vela y solo sentía su respiración, por un momento entre sus pensamientos idos, recordó el temor que le daba la soledad ya que le causaba pánico los temas sobrenaturales debido a un susto tremendo que vivió durante su infancia, dejándola totalmente traumada.

En aquella época, ella y su familia frecuentaban todos los años a mediados de noviembre una hacienda que imponía respeto por las historias que contaban los trabajadores, la casa era preciosa, de dos plantas y la de la parte de arriba le atemorizaba más porque se encontraba el piano antiguo que supuestamente el capataz de la hacienda decía escuchar melodías no habiendo nadie más dentro de la casa.

Precisamente, ese día, debido a un sorteo le tocó dormir en la habitación más cercana al habitáculo donde se encontraba el piano y a duras penas pudo conciliar el sueño. Al caer más la noche, Priscila, comenzó a despertarse a causa de un pequeño ruido totalmente inesperado. Entre dormida fijó desde su cama la mirada hacia la ventana porque la sombra de los arboles moviéndose a causa del viento le inquietaba. Volvió a cerrar los ojos, dio varias vueltas y se durmió de nuevo. Lo que no esperaba es que al pasar tan solo unos minutos, la puerta de la habitación se abriría y se cerraría constantemente causando un ruido rechinante. 

Despierta de nuevo, pensó que solo era un sueño quedándose perpleja por lo que estaba viendo, era un instante terrible, no se atrevía a levantarse para encender la luz y poder ver quién estaba detrás de la puerta, Priscila se encontraba fría e inmóvil y como no le salía ni una sola palabra, se arropó hasta la cabeza dejando un pequeño espacio abierto para no apartar la mirada de la puerta.

Al principio pensó que eran sus primos jugándole una mala pasada, pero se dio cuenta de que no era así ya que se juntaba un ruido de arañamiento por la parte interna de las puertas del armario empotrado que se encontraba precisamente enfrente de su cama. Ella, encogida de forma que sus rodillas le llegaban al pecho, totalmente anonadada y llena de miedo, inició internamente todas las oraciones de protección que le había enseñado su madre desde que estaba más pequeña y las repetía una y otra vez, sólo se aferraba a que milagrosamente se despertara alguno de sus familiares que dormían en la habitación colindante e interfiriera para que los espantos se escabulleran y la dejaran en paz. Para su asombro, su deseo de que finalizara ese tiempo de terror, llegó a su fin cuando su tía entró en la habitación e interrumpió el enigma que la estaba atormentando. 

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