Quijotes desde el balcón

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Estar muerto


Creo que lo atormenté demasiado...
Estar muerto es divertido. Mola, como dicen los jóvenes de ahora. Yo tuve un nombre, pero eso ahora no importa. Fui uno como vosotros, o parecido. Morí allá por 1294, o por 1429, no lo recuerdo bien. Apenas me dio tiempo a padecer y mendigar. Tantas veces pedí la muerte... y mucho más la habría pedido de saber lo que había detrás. El premio es impagable, porque lo bueno siempre está al final, y hoy tengo la posibilidad de contároslo.

¿Qué soy exactamente? Lo voy a explicar. Lo mejor de estar muerto es que te permiten seguir viendo el mundo, o viviéndolo. De alguna manera lo mejor de la muerte es seguir vivo; pero de otra manera, en otra escala, a otro nivel. Y de muchas formas distintas, que te dan a probar, como cuando ahora compráis un coche. Yo opté por el modelo poseer cuerpos.

Volver como aparición es ingrato; lo mejor de aparecer es ser visto, pero no todo el mundo te puede percibir y los que te ven se cagan de miedo. Descartado el fantasma, probé ser zombie. Creedme; esa fonda puede ser interesante por las vistas pero la comida es asquerosa. Así pasé por muchas pruebas hasta llegar aquí, y por muchos cuerpos. ¿Sabéis? Poseer a otro es interesante; te deja tener sus miedos y por momentos le aportas los tuyos, y el valor, que también es intercambiable.

He poseído a muchos tipos diferentes (a los que fuimos hombres no nos permiten poseer cuerpos de mujer). Unos eran tremendamente aburridos, como un político cuyo cuerpo habité hace poco. La única manera que se me ocurrió para divertirme un poco fue hacerle creer que vivía en un país que no era el suyo. Se me fue de las manos, porque este tío llegó a pedir que convirtieran en país la región en la que vive. Aquello creció y creció, fue entretenido y lo quise dejar. Aunque, a decir verdad, se ha organizado una buena con eso. ¿No sé en qué habrá quedado y qué va a ser de ese pobre hombre?

Me metí dentro de un músico, Johann Sebastian se llamaba, y al final no sé si lo hice porque me gustaba lo que hacía o terminó él haciendo lo que me gustaba a mí. Y es que no todo el mundo lleva bien eso de estar poseído. Recuerdo a otro, Edgar. Creo que lo atormenté demasiado y terminó volviéndose loco. ¿Por qué se acaba convirtiendo en genios a los locos, como a Allan Poe o a Dalí? Por si os lo estáis preguntando, sí; anduve algún tiempo en su interior también.

Uno tiene alma de niño siempre y una de mis travesuras fue meterme dentro del marido de eso que vosotros llamáis una tía buena, solo para experimentar cómo sería follar con una de ellas. Fueron un par de polvos nada más, el tipo no era gran cosa pero a ella parecía no parecía importarle. Para mi gusto, demasiado gritona, pero por todo lo demás valió la pena. Y así fui de cuerpo en cuerpo, para llegar al momento.

Uno de los más divertidos fue el dueño de un bar. Un bar extraño, capaz de contentar a cualquiera. Eso es difícil en estos tiempos, según he visto. Me mantuve callado dentro de él, para no modificar aquel escenario. Sus parroquianos eran tan dispares... y yo jugaba a adivinar cuáles eran ellos por sí y cuáles tenían inquilino. Los manicomios están vacíos y, sin embargo, aquel bar se llenaba de locos adorables cada día.

Fue donde conocí a mi último anfitrión, por ahora. Lo elegí porque quería contar mi historia, él parecía adecuado y uno de los carteles del local me acabó de convencer. Salté una tarde de uno a otro, y me propuse meter en la cabeza de aquel tío tan normal, tan absurdamente normal, todo lo que he vivido después de morir. Y creo que lo conseguí. Ahí está ahora, con una historia que él cree suya, narrándola con esa impostada voz y su aire de suficiencia que, para mi gusto, no le pega nada. Como no le pegan nada esas camisetas que lleva a veces. Hoy no, por suerte. El muy desgraciado cree que estuvo inspirado... y sí que lo estuvo; por mí.

Ya sabéis cómo son las cosas. No siempre la habilidad o el desatino es cosa de quien lo posee. Acaso es una especie de préstamo, como esa inspiración del tonto de la voz engolada, que a veces va y a veces viene. Como nosotros, que hoy estamos aquí y mañana... ¿quién sabe? Le puede tocar a cualquiera, ya que los moradores muertos de cuerpos vivos estamos a la que salta. Cuídate, puedo ya estar dentro de ti y tú no lo sabrás jamás.

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