Quijotes desde el balcón

miércoles, 4 de abril de 2018

A través del cristal

por Merce López
 

La última tostada saltó de la tostadora. ¿Cómo se había podido quedar dormida el primer día de trabajo? Se preguntó Raquel. Le pegó un mordisco y salió zumbando de la cocina. ¡No podía llegar tarde!

Un último vistazo a su ropa y seguía sin estar conforme con el vestuario que eligió durante más de tres horas la noche anterior.
- Bueno chica llegó el gran día de cumplir tu sueño.
El sueño de ser periodista se fue creando en ella desde chiquita y con mucho esfuerzo y trabajo sus padres le ayudaron a cumplirlo ayudando a pagar la carrera.
- En fin, tampoco vas a trabajar en el New York Times -se dijo poniéndose los zapatos más cómodos que encontró.
Una última mirada frente al espejo le devolvió una cara angulosa de ojos pequeños pero dulces y vivarachos, su pelo pelirrojo enmarcaba una cara exótica y graciosa. Salió pitando en su pequeño Seat Panda azul hacia el periódico.

Cuando recibió la oferta de trabajar en aquel periodicucho de tres al cuarto llamado Al pie de la noticia no le hizo ningún remilgo. Por fin su sueño se cumplíó.
- Tú eres Raquel ¿no?
- Sí, sí. -dijo Raquel a aquel tipo gordo y grasoso que decía ser su jefe.
- Pues ¡venga! Coge la cámara y tira para este sitio. ¡Quiero un reportaje completo e ilustrado! -le dijo con malos modos.
Raquel cogió el papel que le tendía aquella mano grande y de uñas mal cortadas. ¡Qué digo mal cortadas! ¡Comidas! Reprimió un gesto de asco.
Cuando salió fuera leyó la dirección Hospital Psiquiátrico El Retiro.
- ¡Empezamos bien! -pensó en voz alta.
Poco a poco a poco fue saliendo de la ciudad. El paisaje empezó a cambiar. Lo que eran grandes avenidas de enormes árboles se fue transformando en arbustos, escombros y basura. De vez en cuando veía alguna prostituta de vestimenta escasa, raída y cuerpo escuálido.

Allí, al frente, un enorme edificio gris con las escaleras medio rotas, un montón de ventanas ,y todas con oxidados hierros. Dicen que la miseria llama a la miseria; y allí se cumplía bien el dicho. 
- ¡Venga Raquel! Ánimo. Respira hondo. Tú puedes. Has esperado este momento toda la vida -se decía así misma dándose ánimo.
Llegó a la enorme puerta y buscó el timbre, pero no funcionaba. Miró a través del cristal; bueno más bien intuyó lo que habría detrás porque estaba sucio y no se veía apenas nada.
- ¿Qué desea? -le dijo una voz a la vez que abrían la puerta.
- ¡Qué susto dios!
Casi se da de bruces contra la mujer.
- Hola, perdón. Como el timbre no servía -le dijo atropelladamente-... Soy Raquel del periódico. Vengo a...
- Pase. Ya sé a qué viene, a lo que todos: hacer unas fotos de la miseria, dar pena unos días y a olvidarse de las necesidades que hay aquí.
Raquel no supo qué contestar.
- No se quede ahí parada. Sírvase usted misma. Yo tengo miles de cosas que hacer como para perder el tiempo con usted. Y allí la dejó con tres palmos de narices.
- Bueno estoy aquí y haré lo mejor que pueda mi trabajo.
El olor era nauseabundo, mezcla entre orina, excrementos secos, y caldo que venía de la cocina.

Más relajada fue haciéndose con la estancia: no había cuadros, ni muebles, sólo paredes mal pintadas, desconchones, y ni siquiera rayajos de lápiz que evidencian la presencia de vida. Poco a poco fue entrando en las estancias. Allí la vida era un caos: seres inexpresivos de mirada perdida, ausentes unos y otros buscando una palabra con la mirada, alguno tenían mojados sus pantalones, otra hablaba fuerte a la bandeja de comida.

Entre el olor y lo que estaba viendo empezó a marearse; necesitaba salir de allí y respirar un poco de aire.

De pronto alguien captó su atención allí en una esquina sentada en una silla: era una mujer.
- Hola -le dijo tímida-. ¿Me traes mi pintalabios rojo? Tengo que estar guapa. Pronto firmaré un contrato con Pedro Almodóvar y saldré de aquí. Yo no estoy loca, pero ellos sí -decía señalando a los demás-. Acércate... 
Raquel dudó pero se acercó a ella. La mujer con mano rugosa acarició el pelo de Raquel.
- Eres preciosa, como yo lo fui en su día -dijo melancólica.
Raquel entonces se fijó en sus ojos. Tenían que haber sido preciosos, enormes, azules. Pero ahora eran dos lagos turbios, inexpresivos donde ella pudo, a pesar de todo, mirar cómo había sido la vida de Lucrecia, que así se llamaba la mujer.

Sintió que le hablaba la enfermera:
- No le haga caso. Ella es la gran Lucrecia -dijo despectivamente y riéndose-. Lleva aquí quince años, desde que la trajo su representante. Por lo visto se le fue la cabeza diciendo que había parido una niña y que se la habían robado. Y aquí está con los delirios de gran actriz. Ella es feliz con pintarse los labios y pensar en el contrato de su vida... ¡Pobre! -dijo la enfermera-; aquí cada loco tiene su tema, su historia real o imaginaria, sus razones para estar así o quizás la mala suerte. Lo que sí es cierto es que son los grandes olvidados del mundo. Como ve a su miseria se une la falta de medios para darles una mejor asistencia. Nunca nadie se acuerda de este sanatorio hasta que hay elecciones. Por eso fui brusca con usted.
Raquel abrió de un empujón la puerta del despacho de su jefe. Llegó con energía renovada. Nada que ver de como entró por la mañana.

Puso sobre la mesa del jefe el mejor reportaje de fotos y el mejor artículo de su recién estrenado empleo (claro era el primero).

A la mañana del día siguiente con legañas en los ojos y atónita vio publicado su artículo. En poco más de tres meses ese sanatorio fue pintado, arreglado y hasta había mobiliario.

Solo algo no tenía solución. Los seres que lo habitaban seguían en su infinita locura: 

Lucrecia pidiendo su pintalabios, Carlos haciéndose pis, Marisa hablando sola... todos y cada uno en su mundo loco.

No hay comentarios:

Archivo del Blog