Quijotes desde el balcón

lunes, 28 de mayo de 2018

El reloj de arena

por Rafa Vera

Te quiero, Mercedes. Mi Merceditas. Te quiero hoy y lo sé. Lo que más me duele es no saber si mañana seguiré queriéndote.

No entiendo qué carajos me ha dicho el médico sobre lo que tengo. Todo muy técnico, con siglas raras: D.S.T.A. ¿Qué cojones es eso? Eso es que hoy te quiero, pero mañana ya veremos.

Yo soy yo, o quiero serlo, o quiero querer serlo, pero cada vez me cuesta más reconocerme.

Por si mañana me da uno de esos episodios, como dice el médico comparándome con la serie de moda, me recomienda escribir lo que se me ocurra.

Lo primero que se me ocurre es lo peculiar de esta enfermedad. El sueño de todo humano es vivir eternamente. Sabemos que no es posible, así que guardamos la esperanza de renacer una vez muertos. Los budistas se reencarnan, los cristianos tienen la vida eterna; yo no quiero tener nada. Quiero acabar, dejar de renacer.

Hace cincuenta años que me acompañas, nos acompañamos. Hemos compartido desde las miserias más grandes hasta la soportable levedad. Hemos traído al mundo a tres genios que, espero, hagan de este un lugar mejor. Hemos estudiado, aprendido, regañado, peleado, creado. Sólo con ver a la pequeña de profesora en nuestro instituto me daba por satisfecho.

Pero luego no. La vida, el karma, la providencia o algún castigo divino, me tenía preparada una broma  a la que no acabo de pillarle la gracia.

Hace cincuenta años, te contaba, nos acompañábamos. Hace cinco cuidabas de mí. Esta mañana te he reconocido nada más irte. En unos días, quien sabe, no sabré quién eres.

Trato de recordar, de hacer memoria, pero mi cabeza es como un reloj de arena roto al que le quedan pocos granos. A veces, supongo que por la medicación, se da la vuelta. Se pierden varios granos, pero comienza a contar de nuevo. Ese renacer, lejos de darme paz, me muestra un depósito quebrado que derrama arena fuera de sí. Cada vez cuesta más girarlo, cada vez hay menos granos. Llegará el día en el que no hay nada.

Ese día dejaré de ser yo, si quedara algo de mí entonces. Ese día no serás más que una señora mayor que se sienta a leer la revista en una silla de hospital. Una viuda junto a un cuerpo caliente que apenas si recuerda cómo respirar.

Sólo quiero que rompas el reloj, no quiero verlo vacío. Quiero que, al menos, guardes unos granos de arena mientras aún queden. Quiero que me recuerdes como arena. Que te sirva para construir algo.

Mañana cuando vengas, perdón si no te saludo, sólo tendrás que subir la medicación. No duele, o al menos no recuerdo que duela, tampoco sé lo que tardará. Hazlo tranquila, sin remordimientos ni sentimientos de culpa. Yo ya me he ido, esto que hay en la cama no es más que el soporte del reloj.

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