Quijotes desde el balcón

lunes, 28 de mayo de 2018

Lección de vida

por Merce López

Noelia se volvió una vez a mirarse en el espejo. No estaba mal lo que veía: el espejo le devolvió la bella sonrisa que esbozó.
- No estoy mal -se dijo para sí misma. 
Pero tampoco era lo que ella quería destacar sobre las demás chicas. Ésa era su frustración. Sí tenía unos ojos inmersos azules tirando a violeta, nariz chiquita y graciosa, pelo largo y ondulado color miel. Y bueno aunque no era muy alta, sí tenía buena estatura.
- Soy el sueño de cualquier hombre y la envidia de cualquier mujer. Entonces ¿por qué no me siento a gusto con mi cuerpo?
Pero eso cambiaría…
- ¡Sí, sí, sí! Me lo quedo -le dijo al agente inmobiliario cuando terminó de ver el hermoso apartamento.
El hombre le miraba embobado, bueno como casi todos. No se le resistía nadie a esa preciosa sonrisa y caída de ojos.

El estudio era luminoso, abuhardillado con vistas espectaculares a Manhattan. La decoración totalmente moderna. Pero lo que más le gustó fue la enorme bañera de estilo vintage que había en su dormitorio de grandes cristaleras y cama enorme.

¡Jolín! Era caro, carísimo. Pero era su sueño, por el que había luchado desde chiquita.
- Venga, Noe, no te comas el coco dentro de un mes como mucho estarás triunfando.
Sus padres no eran ricos, más bien de clase obrera y luchadora. Lo que tenían lo habían conseguido a fuerza de sudor y sacrificio. Noelia lo era todo para ellos. No quisieron tener más hijos porque con su trabajo no tenían tiempo, querían darle todo y más a su hija: estudios universitarios, una vivienda y todo lo que ellos no habían podido permitirse. Su vida y trabajo era el hotel en el que llevaba más de cuarenta años prestando sus servicios en la Gran Vía de Madrid.

Allí se crió Noelia en manos de las camareras de unos y de otros como una gran familia, entre el carrito de la limpieza de su madre, sábanas y de habitación en habitación. No, no se aburría cuando su madre no la veía se probaba los zapatos, pulseras, collares y hasta vestidos de las señoras del hotel.
Más de una vez la había pillado su madre vestida y pintada como una mona frente al espejo. Ya apuntaba maneras para ser modelo.

Fue creciendo y sus gustos poco cambiaron. Era soñadora y más de una vez imaginó ser ella la gran señora de la cual se probó joyas y ropa. Más de una reprimenda le costó por parte de los trabajadores y de sus padres.
- Mamá tengo que hablar con vosotros -les dijo a sus progenitores-. No voy a seguir estudiando empresariales. No es mi sueño y tampoco quiero seguir aquí en este hotel ayudándote. Odio la lejía, el olor a cocina y sobre todo odio que a ti te guste. Y en todos estos años no hayáis buscado nada mejor.
Sus padres sintieron dolor al ver que su hija no les valoraba ni estaba orgullosa del esfuerzo que hicieron para mandarla a la universidad. Es más sabían que Noe se avergonzaba de ellos. Así que tomaron una decisión: reunieron todo lo que tenían para ella que guardaban para sus estudios y la llamaron para dárselo. Cuando abrió el sobre ni ella imaginó el fortunón que había dentro. En el fondo se sintió un poco avergonzada de menospreciar a sus padres, pero le duró poco.

Empezó a poner la maquinaria a funcionar. Lo primero irse fuera. Sí, sí ¿dónde? Estados Unidos era su sueño y tenía algunos amigos allí que la animaron.
- Noe, aquí encontrarás trabajo de lo que te gusta. Triunfarás -y hasta allí que se fue.
Fiestas, alcohol, representantes con la cartera llena de ofertas de trabajo. Claro que para conseguirlo, pues tendría que hacerse unos arreglillos le dijeron en una de las últimas entrevistas. 
- ¡Hazlo! Y vuelve a vernos. Te aseguro que serás la reina de la pasarela. Pero mírate, te falta algo que destaques.
Noe ponte las pilas, llevas aquí dos meses y si quieres ser la más cotizada y triunfar tendrás que hacer lo que te están diciendo. Mira esta gente, sabe lo que dice, se decía a sí misma.

El dinero de sus padres empezó a terminarse. La vida allí era super cara. Así que decidió dar el gran paso.

Salió y cerró con cuidado. Cuando volviera sería todo maravilloso. El taxi la dejó justo enfrente de la clínica.
- ¡Ahm! -bostezó y abrió los ojos pesadamente, susurros, dolor de cabeza... 
Tardó unos minutos en ubicarse. Un fuerte olor a cloroformo lo impregnaba todo.
De golpe volvió a la realidad. Bajó las manos suavemente hasta su pecho.
- ¡Ahm! -estaba dolorido y abultado, lo había conseguido, se dijo a sí misma.
- Señorita, soy el doctor Michael. Todo salió genial. Le pusimos una talla 100 (de tetas claro).
La recuperación fue lenta, dolorosa y cara. ¡Madre mía! Carísima. Pero lo daría por bien empleado.
Tres meses después estaba como nueva pero cansada. Había llamado a un montón de puertas, presentado a miles de castings y siempre la misma respuesta. No es lo que buscamos, su fuese más alta, si fuese más gordita. Si, si, si...

Se había tenido que ir del estudio porque no podía permitírselo. Un amigo le dejó vivir allí una temporada con él, pero su novia volvía y tendría que irse. Estaba desesperada, sin un duro, sin un techo. Cogió un kleenex para secarse las lágrimas y de su bolsillo cayó una tarjeta. Algo se iluminó en su interior: era el representante que le prometió trabajo si se operaba las dichosas tetas.
- Buenos días. Vengo a hablar con el señor Hans -la secretaria la miró con cara de burla.
- Sí usted y los que hay en la sala de espera -le dijo con ironía.
Noe se sintió fatal. Cuando se abrió la puerta era el señor Hans, él la reconocería y todo se arreglaría.
- Señor Hans ¿se acuerda de mí? Soy Noe. Estuvo en mi fiesta hace tres meses y me prometió trabajo de modelo si me operaba de los pechos.
Hans la miró y despectivamente le dijo:
- Mira, cara guapa mujeres como tú es lo que sobran: tetas grandes y ojos bonitos pero sin un mínimo de estudios. Así que, date una vuelta en unas semanas por si te necesitamos.
Noe salió corriendo y llorando a lágrima viva. No había servido de nada el sacrificio de sus padres para darle una educación que ella había desaprovechado. Lloraba y lloraba y no vio cómo su cuerpo volaba por los aires para estamparse en el duro asfalto. Cuando despertó semanas después sabía que algo no iba bien. Sus piernas no respondían y el doctor se lo terminó de confirmar: se había quedado paralítica. Su mundo se hundió.
- Noe, cariño la vida sigue, y tú tienes toda para vivirla y hacer algo con ella por dura y negra que la veas.
- ¿Qué vida? Que voy hacer. Estoy condenada a esta silla, a depender de vosotros, a ser una carga.
Hace días que por su cabeza rondaba la idea de la eutanasia.
- Mira, vamos a levantarte y a dar un paseo, si no te encuentras bien volvemos y tú decides si merece o no la pena vivir.
- Acepto a regañadientes.
El pasillo era largo y estrecho conforme pasaban salas estaba más intrigada -¿dónde cojones la quería llevar? ¿es que no se daba cuenta su madre que no tenía ganas de vivir, de ver caras de lástima?
- Vamos, falta poco. Pasillo a la derecha a la izquierda, otro giro y ¡ya!
Allí al fondo se oía mucho jaleo.
- ¡Lo que me faltaba! ¡Ver gente!
De un empujón estaba la silla de ruedas dentro. Noelia no daba crédito a lo que sus ojos veían: gente trajinando entre fogones. Pero no eran personas normales, no. Allí olía a gloria, María una de las chicas se giró para darle a probar algo. Un trozo de bizcocho. Pero ¡dios! ¡No tenía piernas! Con razón la vio pequeña. María andaba sobre sus muñones. Le amputaron las dos piernas por culpa de un accidente cuando tenía tres añitos. Allí todos y cada uno tenían algo: unos ciegos, otros mancos… pero de aquellos peroles salía vida. Aromas sutiles, tratados con esmero, con alegría.
- ¿Cómo es posible que puedan? -preguntó a su madre con una mirada.
- Hay más, Noe. ¡Venga! Vamos -la sacó del hospital y cruzó la calle.
- Mamá ¡por dios! ¡Estoy horrible! ¡No quiero salir!
- Venga que está muy cerca. Es muy poco lo que te pido para lo que tú quieres hacer con tu vida. ¡Me lo debes! -Noe asintió y cedió.
- Ya estamos aquí -dijo deteniéndose frente a una perfumería.
- ¡No quiero perfumes! -dijo de mal humor.
- ¿Para qué? ¿Quién los va a oler? ¿La fisioterapeuta?
- ¡Chissst! ¡Calla! -dijo su madre-. Hola, Carla ¿dónde estás?
Detrás de la cortina asomó un crío precioso de unos dos años.
- Hola, Jesús, ¿y tu madre? -no terminó de decirlo, y allí asomó Carla, menuda y linda.
- ¡Ciega! ¡está ciega! -siseó a su madre.
Estuvieron un rato hablando de cosas triviales del niño, Noe no podía creer que ella sola lo cuidara y además vendiera el perfume que allí había.

Pero no sólo eso. Lo que más la impactó fue lo que había en la trastienda: frascos y más frascos, probetas, flores que Carla mezclaba con destreza hasta obtener aquellas fragancias.

La verdad no sé cuando fue a engendrarse aquel cambio en mí. Pero sé que si aquel día mi madre no me obliga hacer aquel trato de escucharla a cambio de tomar la decisión de la eutanasia, hoy no estaría aquí dando mi discurso de graduación, no sería licenciada en ¡Gestión de Empresas!

Sólo puedo decir que renací como el Ave Fénix, de mis cenizas, y que ahora sí tengo vida, toda una para vivirla y apreciarla, desde la salida del sol hasta el ocaso.

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