Quijotes desde el balcón

lunes, 11 de marzo de 2019

LA ENTREVISTA por Rafa Vera



Dos años en paro, algo impensable para alguien como Rubén. Él, que siempre había estado al pie del cañón, que había hecho prácticamente de todo en esta vida, se sentía ahora completamente desubicado.

El trabajo era de comercial, lo único que había, nada que no pudiera afrontar mejor que nadie. Experiencia tenía, a espuertas, y un pico que valía su peso en oro.

—Espere en esa sala, ya le llamaremos —le dijo el recepcionista. Rubén, solícito, se sentó en un cómodo sillón negro, junto a las revistas, y cogiendo una comenzó la espera. Frente a él, una  mujer también aguardaba sentada.

Mírala —se decía Rubén, —recién salida de la peluquería. ¡No vas de boda, vas a currar! Desde luego la gente aún sigue con eso de que «la primera impresión es la que cuenta». Normal, aquí la peña miente más que habla. Claro, que para un puesto de comercial es lo que se pide: mentir, mentir hasta que se te pudra el alma, todo sea por una venta.

»Simpatía, claridad, ir de frente, eso es lo que vale para un puesto como este. A mí, personalmente, me echa para atrás ver a alguien trajeado tratando de meterme su producto por narices. No hay que ver a la palurda esta. Peinado de cincuenta euros para una entrevista. Mañana, cuando se levante, volverá a ser la doña nadie de siempre.

»Ahí, retiesa, como si tuviera una escoba metida por el culo. Esta es de las que lo tiene muy claro y, si tiene que rasparse las rodillas para conseguir el trabajo, se las raspará. Minifalda, camisa abotonada, chaqueta ajustada a la cintura: el uniforme preciso. Si consigue el trabajo es por hacer trabajitos.

»Encima la muy digna ni siquiera me ha mirado. Normal, da por hecho que el puesto será para ella. Es mujer, ¿qué más se puede pedir? Todo para ellas, a nosotros que nos jodan. Eso no es igualad, eso es discriminación al macho. Parece que ahora sea pecado. Para esta palurda mejor, claro, si no ¿de qué le iban a dar un trabajo en nada? Estirada, orgullosa, facilona, el perfil idóneo, vamos. Luego, los que somos como yo: elegantes, formales, sinceros , trabajadores, blancos y heteros, nos vemos en el paro con una mano delante y otra detrás.

Seguía Rubén con sus pensamientos cuando el recepcionista colgó el teléfono y entró en la sala.

—Doña Francisca, ya puede pasar a su despacho para iniciar las entrevistas, hemos solucionado el problema de la impresora braille.

La señora de la sala de espera se levantó, desplegó el bastón que tenía al lado y se dirigió a la sala que había al fondo del pasillo.

—Dígale al candidato que hay en la sala de espera que ya puede pasar. Ah, y dígale también que piense en voz baja. De todos modos le haré la entrevista.

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