Dos
años en paro, algo impensable para alguien como Rubén. Él, que siempre había
estado al pie del cañón, que había hecho prácticamente de todo en esta vida, se
sentía ahora completamente desubicado.
El
trabajo era de comercial, lo único que había, nada que no pudiera afrontar
mejor que nadie. Experiencia tenía, a espuertas, y un pico que valía su peso en
oro.
—Espere
en esa sala, ya le llamaremos —le dijo el recepcionista. Rubén, solícito, se
sentó en un cómodo sillón negro, junto a las revistas, y cogiendo una comenzó la
espera. Frente a él, una mujer también aguardaba
sentada.
—Mírala —se decía Rubén, —recién salida de la peluquería. ¡No
vas de boda, vas a currar! Desde luego la gente aún sigue con eso de que «la
primera impresión es la que cuenta». Normal, aquí la peña miente más que habla.
Claro, que para un puesto de comercial es lo que se pide: mentir, mentir hasta
que se te pudra el alma, todo sea por una venta.
»Simpatía,
claridad, ir de frente, eso es lo que vale para un puesto como este. A mí,
personalmente, me echa para atrás ver a alguien trajeado tratando de meterme su
producto por narices. No hay que ver a la palurda esta. Peinado de cincuenta
euros para una entrevista. Mañana, cuando se levante, volverá a ser la doña nadie
de siempre.
»Ahí,
retiesa, como si tuviera una escoba metida por el culo. Esta es de las que lo
tiene muy claro y, si tiene que rasparse las rodillas para conseguir el
trabajo, se las raspará. Minifalda, camisa abotonada, chaqueta ajustada a la
cintura: el uniforme preciso. Si consigue el trabajo es por hacer trabajitos.
»Encima
la muy digna ni siquiera me ha mirado. Normal, da por hecho que el puesto será
para ella. Es mujer, ¿qué más se puede pedir? Todo para ellas, a nosotros que
nos jodan. Eso no es igualad, eso es discriminación al macho. Parece que ahora
sea pecado. Para esta palurda mejor, claro, si no ¿de qué le iban a dar un
trabajo en nada? Estirada, orgullosa, facilona, el perfil idóneo, vamos. Luego,
los que somos como yo: elegantes, formales, sinceros , trabajadores, blancos y
heteros, nos vemos en el paro con una mano delante y otra detrás.
Seguía
Rubén con sus pensamientos cuando el recepcionista colgó el teléfono y entró en
la sala.
—Doña
Francisca, ya puede pasar a su despacho para iniciar las entrevistas, hemos
solucionado el problema de la impresora braille.
La
señora de la sala de espera se levantó, desplegó el bastón que tenía al lado y
se dirigió a la sala que había al fondo del pasillo.
—Dígale
al candidato que hay en la sala de espera que ya puede pasar. Ah, y dígale
también que piense en voz baja. De todos modos le haré la entrevista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario