Quijotes desde el balcón

domingo, 1 de noviembre de 2020

Hocico de tigre por Sandra Quero Alba

 


Sé que ya lo he hecho mil veces antes. Esta vez  ya no hay más veces. Duele soltar porque el vacío es oscuro de lejos y jamás puedes acercarte con el cuerpo, es por ello que nos confundimos, nos hacemos un lío terrible y esta vez ya lo comprendo.

Todo tiene un sonido, por ello el verbo es el creador y la palabra le da forma, haciendo posible una realidad que no es más que sonido en el espacio interestelar.

Creo que voy a morir, y no me da vergüenza ninguna, pues ya no albergo fatiga en mi interior y por fin conozco como se arranca una piel. Primero han de caer las vestiduras y dejar que la carne tiemble, cual mil timbales enfurecidos. La fiereza no es mala, ya no me dejo engañar, no tengo cabida en este espacio con fecha de caducidad. El cuerpo se erosiona sin reparo en una batalla conservacionista, que ya no voy a mantener. Cada sonido emerge y lo dibujo con relajo, ya no recuerdo en que año he nacido porque no lo necesito. Esta vez no. Yo me expreso de manera atemporal y sin pretensiones de que público alguno pueda desear golpear las palmas de las manos.

 No es así, ahora me observo desde dentro de la existencia misma y genero una respiración que da sentido a unos ojos felinos que me contemplan. Yo solo percibo mi existencia a través de observar el tejido que recibe mi resplandor, porque recibo la suya. Tigre es la pablara, amar el verbo, deseo el objetivo. Vuelve a suceder una y otra vez esta existencia que solo es real mientras que no se comprende.

Él no me dejó y ahora entiendo el impacto vital de su tiranía.

Quizás lo hacía por lo mejor, pensando que eso era amor, pero el dominio y la sed de poder hacen daño. Lo prometo, juro ante mis lágrimas que jamás me comportaré así con nadie. Nunca. Ahora, que se ha desdibujado la línea temporal  y puedo permitirme morir al estilo extraterrestre. Lo entiendo todo. No se trata de ninguna balanza, la única que existe está en tus riñones. Los mismos que recién florecen, desean experimentar. Un concierto de rock, el amor entre los pasillos, con la mochila a la espalda. Y son aplastados entre polvo y escombro. Se filtra el miedo cual fría alteración del ser. Así no se puede, no se sabe lo que se quiere…

Pero ahora sí que lo sé. Ese era el dibujo técnico, que, anticipando el camino, se dibuja en el hocico del tigre. No hay otra explicación. Anhelo por esperar a la noche oscura, anhelo por ver salir a la luna…apenas el resplandor tras el vidrio que rompió el muro. 

Estoy dejando que todo pase a través de mí, siento que no voy a poder soportarlo, creo que mi periné va a abrirse en dos, es demasiado.  Poco a poco me voy muriendo mientras me atraviesan hilos de recuerdos que quiebran el deseo que me fue negado… después de todo, la vida y la muerte son tan solo el escenario, los focos, el público. Los instrumentos musicales biológicos hacen surgir la voz; la respiración, la sangre y la información se expanden por los tejidos y llegan al otro lado.

Continúo avanzando milenios, quizás solo me muevo en esferas dimensionales, las mismas que tantas vidas transitan.

Me elevo fuera del cuerpo, te preguntas cual es la causa de mi muerte; lo sé. No vengo a darte lo que tú quieres, eso no depende de mí. Me elevo tan lentamente que todo se vuelve poético, me veo detrás de ese edificio en el que muchas personas se acompañan y salen de allí con una etiqueta, que les permitirá acceder o ceder. No es una fábrica. Se oyen risas, huele a sudor. Ahí es donde me veo ahora mismo, en tu pelo, que brilla bajo el sol, de nuevo la misma mirada felina. La realidad que necesito es contigo, aunque me estoy muriendo y es lo que debe suceder. Esta vez sí saldrá la luna.

Lo acepto, me muero sin gana alguna de llorar, no me avergüenza morir. La madrugada es dulce, ahora lo comprendo. Aunque vuelvas a sonreír sin mirarme como yo quiero que lo hagas.





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