Quijotes desde el balcón

domingo, 1 de noviembre de 2020

Miedo por Juan Sánchez Luque

    


La puerta del garaje se abría de forma lenta, mientras que el reproductor del coche emitía “Dont´fear the reaper” de Blue Oyster Cult. El cansancio hacía mella en los músculos que hasta hacía tan solo 15 minutos habían permanecido tensos por el esfuerzo, que empezaban a relajarse y a provocar un intenso sopor. Las ganas de llegar a casa y descansar.

   Ya dentro del garaje el repetido ritual de aparcamiento entre columnas bien dispuestas para un rallado en el lateral al menor descuido. ¡Vaya día! Como todos… uno más. Una vez situado el vehículo en la plaza y mientras el riff de guitarra sonaba estridente en los oídos, apaga los focos y se permite el privilegio de disfrutarlo con los ojos cerrados, para intensificar el sentido que requiere la canción, pero no más que unos cortos segundos. Al abrir los ojos… oscuridad…

¿Quién cojones habrá tocado el temporizador de las luces? Se dice mientras abre la puerta  hastiado buscando en su bolsillo el móvil. Lo saca y cuando va a encenderlo siente como se le erizan los pelos de la nuca y el móvil cae. Se gira instintivamente en la negrura… Juraría que...

Se agacha buscando el dichoso móvil pero no lo encuentra, a tientas, pero sin éxito. Miedo, pensamientos y sensaciones infantiles que por un momento le invaden, le atenazan, le poseen… Hasta que de nuevo se siente observado. Gira en 360 grados, buscando lo que a sabiendas no puede ver, pero lo siente, le observan…

Terror, irracional, primitivo, un sistema de defensa en ese momento fuera de control.  De nuevo se lanza en otro intento desesperado por encontrar el jodido móvil. Toca algo, lo agarra con fuerza, lo enciende… Linterna… Lanza el haz de luz en todas direcciones, buscando lo que quizás no quiere ver, lo que seguramente si viera le aterrorizaría más si cabe. Respiración y latidos acelerados. Sudoración fría. Nada. Solo coches aparcados en batería. Corre como un niño hacía la llave de luz y el lugar queda totalmente iluminado, algo que le reconforta. Vuelve a recorrer con la mirada el lugar buscando… Pero ¿El qué? “Joder, que gilipollas… solo estoy yo”

Busca las llaves del acceso al edificio en el bolsillo de la chaqueta y una vez dentro cierra con cierto nerviosismo la puerta del garaje. La bajada del ascensor se le antoja eterna. Una vez dentro respira hondo mirando al techo del ascensor, aliviado. Sensación de estar a salvo mientras observa la luz, que de pronto se desvanece. Y otra vez oscuridad… nota algo, otra vez el vello de punta, ahora si nota una aprensión aguda que le impide tragar saliva. Algo le sujeta por los hombros, de forma firme y un grito se le apaga en la garganta. Solo acierta a escuchar un susurro aterrador que le dice al oído “Te cogí, soy tus miedos”.


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