Esa noche, no sé el año, descansaba en el teclado
del portátil, como siempre, por no ensuciar el sofá.
Me pareció haber sentido como un pequeño pitido
proveniente, quien lo sabe, de un correo o de un whatsapp.
Me dije seguramente sean borrachos o un SPAM.
Será eso, y nada más.
jueves, 6 de noviembre de 2014
Para ayer
Poema de Rafa Vera
Tres cortos
Relatos de Felisa Moreno
Tengo en la cabeza un agujero negro
Tengo un agujero negro en la cabeza, es mi frase de presentación y un aviso a navegantes, aunque la mayoría son incapaces de advertir el peligro que encierran estas palabras. Deberían saber que un agujero negro atrae a todo lo que hay a su alrededor con un fuerza tal que nada puede escapar de él, hasta el alma de las jovencitas inocentes.
Para construir mi falsa identidad robé la foto de mi perfil a un atractivo quinceañero, me llamé José Martínez, el nombre más corriente que se me ocurrió, y me lancé a la caza. Era tan sencillo que hasta llegué a sentir pena por alguna de aquellas chicas. Se derretían con mis palabras, como heladitos de fresa. Mándame una foto, preciosa. No, esta no, un poquito más sexy. Así, así, enséñame un pechito.
El Padre Samuel
Relato de Nono Vázquez
Su nombre aparecía siempre junto a la muerte, la vida y la vida tras la muerte. Había sido sacerdote, pero al empezar a investigar y escribir sobre este tipo de cosas, la santa Iglesia empezó a ver con no demasiados buenos ojos la figura del Padre Samuel como pastor, así que fue invitado a abandonar el sacerdocio. Lanzó el alzacuellos al vertedero, guardó para siempre el clergyman y comenzó a firmar sus libros como Samuel Sartorius. El Padre Samuel había pasado a la historia.
El color de la muerte
Relato de Ricardo San Martín
Como tantas otras veces la pregunta de mi hija me pilló por sorpresa:
- Papá, ¿de qué color es la muerte?- ¡Demonios de chiquilla! ¿Cómo se le ocurren esas preguntas? ¿De dónde las saca?
Medité la respuesta, recordé un pasaje de mi vida y le contesté:
- Verás Aurora, tal vez alguien te diga que la muerte es negra, así se la representa en muchas ilustraciones, pero yo creo que es de color azul. Te diré por qué.
Y se lo expliqué.
Esta muñeca huele mal
Relato de Clara Peñalver
A Pedrito le invadió de nuevo la tristeza, tintada intensamente de pereza. Siempre que su mamá entraba en su habitación y pronunciaba aquellas palabras, significaba que tendría que salir a buscar una muñeca nueva. Y eso no era lo peor. Lo realmente difícil era tirar la muñeca vieja.
Sentía ganas de llorar. Además de la pérdida, mamá siempre acababa regañándole por mancharse la ropa mientras cortaba a su juguete en pequeños trocitos más fáciles de transportar.
LA GARDENIA AZUL (ruyelcid)
A Paloma.
por muchos años,
con mis mejores deseos)
- ¡Así será; así lo haré!-
(Suspiró Mariana hacía adentro sabedora del oscuro
túnel en el que se estaba metiendo)
Daniela,
como cada viernes por la noche durante los últimos diez años, desde que murió
el amor de su vida; su novio, amigo, esposo, y amante Miguel Ángel,
-Él me
eligió, me ofreció la gardenia más bella de esa tarde de domingo. - Se repetía
siempre mientras contaba a sus nietos en que consiste la tradicional serenata) reunió a la familia en una gran mesa del
viejo salón. Esta vez mostraba un aire más bucólico de lo normal en su cara, y
más siendo ella la que había siempre tirado del carro familiar en todos los
sentidos; fuerza, empuje, emprendimiento, valores, tradición.
Las Moscas (Alfredo Luque)
Relato de Alfredo Luque
El zumbido de una mosca que, de repente entró en mi habitación, consiguió al fin sacarme de mi profundo letargo. Me incorporé calzándome a a tientas las zapatillas de paño entre la penumbra, y medio sonmoliento, rebusqué torpemente en la desordenada mesa llena de cachivaches, aquel matamoscas que tantas veces me había permitido descargar ese odio hacia ellas, y más aún, cuando irrumpen sin previo aviso, en cualquier sitio, revoloteando por doquier. Ya la tenía. Estaba ahí, en el cristal. Me dirigí despacio hacia la ventana, calculando todos mis movimientos y al mismo tiempo, los de la mosca. De un golpe certero, pude al fin deshacerme de ella. Mi mirada se detuvo un momento sobre su pequeño cuerpecillo, que aún movía las patas, en una especie de baile siniestro. Creía que pronto dejaría de moverse, pero no fué así. Aún desorientada y maltrecha, la maldita mosca pegó un brinco y ya estaba zumbando de nuevo en el aire, dando trompicones contra los cristales. Aquella maniobra, le duraría poco tiempo: justo un segundo; hasta que mi mano la aplastara sobre el quicio de la ventana, dejando tras de si, un reguerillo inmundo sobre el vidrio. Mientras realizaba tan audaz maniobra, por un instante, un escalofrío me recorrió la espalda, con tal magnitud que la piel se me erizó. Si en ese momento, alguien que no hubiera sido el desconchado espejo de la pared, el que me hubiese observado, no habría dado crédito a la expresión que mi rostro presentaba, al recordar, lo que hace ya muchos años, le sucediera a un buen amigo mio.
Homicidio involuntario
Relato de Fátima María Hoces
Siempre había estado sola y encerrada en aquel rincón, aunque ni siquiera supiese lo que eso significaba. La luz aparecía en ocasiones, se quedaba un rato y se marchaba de golpe, como si nunca hubiese estado allí, como si nunca hubiese existido, en ninguna parte. Había más. Allí. Conmigo. Otros, quiero decir. Los notaba, tan cerca, tan quietos, tan solos como yo. Tampoco decían nada, ¿para qué? Cada uno aguardaba su destino sin pensar en que algún día llegaría, o no. Yo no podía sentir nada especial ni mucho menos complejo, solo una ínfima calidez con la luz, el ligero peso del polvo y el incansable tiempo desgastando mi cuerpo inerte.
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