Quijotes desde el balcón

jueves, 30 de noviembre de 2017

Up & down (despedida)

por Raúl Góngora (ruyelcid)

El bien es lento porque va cuesta arriba.
El mal es rápido porque va cuesta abajo.
Alejandro Dumas
Aarón
Hacía tiempo que nadie le había hecho disfrutar de una forma tan exagerada.

Aarón llevaba tres años allá arriba. Aquel infarto en pleno rodaje, en lo más alto de su carrera y de su erección propiamente vista, truncaría su gloria en el porno para siempre.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Conmigo no vengas

por Ricardo San Martín

Conocí a Manuel Laguna Urrutia en la sección de oncología del hospital de la Inmaculada, en Granada. Mientras esperaba mi turno leía Territorio comanche, un libro que describe las peripecias de dos periodistas durante los años de la guerra de Bosnia.

Al verme enfrascado en mi lectura comentó Manuel de forma escueta:
- Yo le conocí.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

No era la muerte

por Enrique Hinojosa

No era la Muerte, pues yo estaba de pie y todos los muertos están acostados
Emily Dickinson
Es la persona que más quiero en el mundo. Un día el médico le dijo que le quedaban tres meses de vida. Así, sin más.

Decidió irse hacia las alturas por todo lo alto, como quien dice. Empezó a organizar un funeral en vida; festivo y alegre, decía ella. Yo también tengo derecho a despedirme, decía ella.  Ya hace tiempo de aquello, y en su momento fue genial, lo reconozco: vinieron amigos y parientes, e inclusos seres queridos; y todos pudieron charlar y reír, y no faltaron algunas lágrimas y los consiguientes abrazos. Cuando todos se marcharon, yo apenas tuve fuerza para despedirme con un abrazo que me partió el alma en dos. El pre-funeral terminó, los tres meses se quemaron como se consume un cigarrillo... de los que tanto fumó. Un instante, y fueron humo.

No es a ti a quien esperaba

por Marina León


- ¡Brrrr, madre mía, la que está cayendo! -se quejaba Vlad mientras cerraba una de las ventanas de la torreta-. Como siga lloviendo con esta fuerza voy a tener que subir el ataúd del sótano.
Hacía varios siglos que Vlad se había acostumbrado a la humedad y oscuridad del sótano de su castillo donde tenía escondido su ataúd y donde cada mañana, al amanecer, se escondía evitando la vulnerabilidad que su cuerpo tenía al sol. Le molestaba especialmente el hecho de tener que cambiar su lugar de descanso.

El siguiente mundo

por Diego García (10 años)

¿Alguna vez os habéis preguntado qué hay después de la muerte? O, ¿qué pasará cuando me muera? ¿Podré flotar y ver el mundo exterior, o, todo lo que pasa hasta el fin del mundo se me pasará más rápido que la luz?

Bueno, pues, ¡hola, me llamo Álex y yo sé lo que pasa después de eso y, os lo voy a contar hoy, aquí en el Día de los Santos Difuntos.

Fin

por Pilar Gámez

No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente, porque creen que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su mundo interior manifestarse.
H. Hesse


La noche ha caído
en el camino arbolado,
por el que de cuando en cuando
dirijo mis pasos
hacia un destino tan cierto
como desesperanzado.
Todo empieza con el viento
ese viento unas veces suave
otrora huracanado;
llega anunciando el desvarío
de una historia que no por conocida
es menos deprimente.
Sé, que pasado un tiempo,
sólo me espera la muerte.
Despertando mi conciencia
vine a verme en esta suerte de artilugio
parido por alguna mente perversa,
que me convierte
en marioneta de unos hechos,
en carnaza en un día de pesca.

El desentierro prematuro

por Rafa Vera

Clara no se podía creer que le hubieran anulado las prácticas por falta de pago. Anatomía era una asignatura crucial para ella, la última para terminar la carrera. Cierto era que no había pagado, pero bastante tenía con echarse algo a la boca de vez en cuando.

Redujo al máximo los gastos. Vivía en un pequeño chalé a las afueras, apenas un cocinón y un camastro, que sus tíos le habían prestado durante el curso. Pasaba las mañanas en la facultad, las tardes dando clases particulares y las noches estudiando. Como mucho dormía un par de horas seguidas de vez en cuando. Todo para nada, se temía. Si no podía realizar las prácticas le sería imposible aprobar. Sí, tenían programas, simuladores, muñecos de látex... pero nada se podía comparar a un auténtico cuerpo.

La casa del cementerio

por Merce López

Emilio mira fijamente el reloj de clase
-Faltan quince minutos, quince.
Un sudor empieza a invadir su frente. Emilio es un chico de unos quince años de mirada limpia y tímida.
-Diez, faltan diez minutos.
De complexión delgada. Mira a ambos lados del aula para ver si sus compañeros le están mirando. Un  puñado le encoge el estómago.
-Cinco, cinco  minutos.
Si pudiera se volvería invisible.  Su cara está llena de moratones, su nariz tiene aún la sangre seca del día anterior. 

Y si en la espera

por Jorge Romero

Y si en la espera,
apenas quede tendido el ego
sobre el sosiego dulce de la certidumbre,
algo recuerda la existencia
de los versos de la muerte,
pero en la vida,
con el silencio atento de aquel
que torna yermo al desencuentro,
igual que una palabra lánguida
indultada a ciegas sin pretexto.


Noche infernal

por Colorado Jim

El 30 de octubre los padres de Elisabeth se fueron a su pueblo para hacer una visita al cementerio donde reposaban los restos de sus padres. No volverían hasta el día siguiente para celebrar la noche de Halloween. Su hija Elisabeth se quedaba sola en casa, ya que les había dicho que se iría su amiga Elsa a dormir con ella.

Volver

por Rocío Mesa

Abro los ojos, pero sigo viendo negro. Trato de incorporarme, pero golpeo mi frente con algo duro que debe estar a apenas veinte centímetros de mi cara. Suelto lo que sea que lleve entre las manos, no sin antes sorprenderme por su forma ¿una cruz?


Ellos

por Dalia Garrido

Ella
Conoce su rutina a la perfección, al igual que conoce cada una de las arrugas que se forman en su cara al sonreír, las mismas que hace meses que no ve. ¿Cuánto tiempo lleva observándolo? Se acerca al calendario que hay en la puerta del frigorífico y sin llegar a mirarlo se da la vuelta. ¿Y si esto nunca acaba? ¿Y si dura para siempre?
No.Tiene que seguir adelante.

El diácono

por Jon Sigurdur

Érase una vez un diacono que estaba enamorado de una mujer llamada Gudrun. Ellos vivían a los lados opuestos del rio Horga, él en Myrka y ella en Baegisa. El diácono tenía un caballo gris, llamado Faxi, o Crin en español.

Un día, poco antes de la Navidad, el diácono se fue cabalgando con Crin, cruzando el congelado río, a visitar su querida Gudrun y a invitarle a la fiesta navideña en su granja, que se iba a celebrar en la noche de Navidad. Y como era un caballero, prometió venir a recogerla como hacen en las leyendas francesas. Gudrun estaba loca por ir con él a la fiesta y empezó a contar los días y las horas. Él emprendió su camino de vuelta tan contento como un niño con zapatos nuevos, hasta que se dio cuenta de que el tiempo había cambiado radicalmente, como suele pasar en esta isla donde habitan tantos elementos sorprendentes. El frío de la mañana se había transformado en un calorcito que se empezó a deshacer el hielo del rio, cada vez más fino. El diácono pasaba a lo largo de la ribera del implacable río, hasta que encontró un puente antiguo. Pero cuando iban cruzando, el puente rompió bajo los cascos de Crin y los dos cayeron en el río. El diácono recibió un golpe tremendo cuando su cabeza chocó con el hielo, con la consecuencia de que su cráneo se abrió tanto que se vio su cerebro herido y sangriento.

Los pasos (¿Vida desde la vida?)

por Jorge Romero

Volver sobre los pasos
no servirá de nada,
ni tu nombre cauto,
ni su efecto,
de nada servirá, si lo que bulle hoy
claudica en los estantes del tiempo,
macerando los pétalos empapados
que poco a poco se apagan,
no servirá de nada tampoco
el humilde deseo de lo probable,
esa tendencia al vacío, la etiqueta inherente
que justifica haber vivido dentro
de algún vientre perfecto,
conjugando el líquido de la vida
con aquellas luces de desconocida muerte,
y aquel elixir perpetuo que no tuvimos,
no servirá de nada.

El pianista

por Ana María Bustamante

Era una fría noche de otoño como otra cualquiera, exceptuando por la fuerte tormenta que azotaba a la ciudad; Priscila, se despertó exaltada debido al estruendo del rayo que cayó cercanamente a la ventana. Llovía sin parar, pareciese que los árboles se fueran a arrancar de raíz; además, el ruido del viento era espeluznante, nunca antes había presenciado cosa igual, con lo cual, tenía esa extraña sensación de escalofrío y comenzó a sentir miedo.

Tierra de cementerio

por Sandra Quero Alba

Todo cuanto sabía lo había aprendido de su tía, su modo de pensar; incluso la manera en que sentía. Además llevaba sobre los hombros hundidos el peso de haber heredado también su nombre: La Costos.

Desde bien pequeña aprendió que aparentar ser muy buena niña le permitía hacer brujerías con cadáveres de gatos sin que nadie la molestara. Su comadre tenía la lengua de cobre y el aliento fétido como el veneno oscuro, era portadora de terribles historias que alimentaban el alma infernal de una sobrina muy leal.

Estar muerto


Creo que lo atormenté demasiado...
Estar muerto es divertido. Mola, como dicen los jóvenes de ahora. Yo tuve un nombre, pero eso ahora no importa. Fui uno como vosotros, o parecido. Morí allá por 1294, o por 1429, no lo recuerdo bien. Apenas me dio tiempo a padecer y mendigar. Tantas veces pedí la muerte... y mucho más la habría pedido de saber lo que había detrás. El premio es impagable, porque lo bueno siempre está al final, y hoy tengo la posibilidad de contároslo.

¿Qué soy exactamente? Lo voy a explicar. Lo mejor de estar muerto es que te permiten seguir viendo el mundo, o viviéndolo. De alguna manera lo mejor de la muerte es seguir vivo; pero de otra manera, en otra escala, a otro nivel. Y de muchas formas distintas, que te dan a probar, como cuando ahora compráis un coche. Yo opté por el modelo poseer cuerpos.

Espectómetro en masa

por Raúl Góngora (ruyelcid)

Esa madrugada, la herida de su muslo no cicatrizaba, Eduardo se había apretado el cilicio más fuerte que nunca. Aún con las manos llenas de barro y arañazos de su jardín, se volvió a asomar a hurtadillas, con el pulso a mil, para cerciorarse de que la manta de lluvia que estaba cayendo esa noche no levantara la tierra de su jardín.

Carta que nunca escribí

por Enrique Hinojosa

En memoria de F. Trujillo, submarinista fallecido por una mala marea. 
…dicen que el protagonista de “El viejo y el mar” era un canario emigrado a Cuba. 

Esta carta no existe. No la busquéis en mis bolsillos ni en vuestro buzón, ni entre mis pertenencias ni en el coche destartalado. No hay sello, ni sobre, ni papel. No la busquéis porque no existe. No escribí nunca esta carta, pero sí cogí gafas y tubo, respiré hondo, y me eché al mar. Los lugareños barruntaban mala marea, pero soy irrefrenable... me eché al mar.

El castillo de los gatos

por Paco Vázquez (8 años)

Había un niño que se llamaba Asier, que vivía en un pueblo que tenía un castillo en un pequeño monte. La gente del pueblo decía que se escuchaban voces en el castillo, y por eso nadie quería ir de noche allí.

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